Propio 11 (C) – 2010
July 18, 2010
Leccionario Dominical, Año C
Preparado por el Rvdo. Canónigo Juan A. Quevedo-Bosch
Amós 8:1-12 y Salmo 52 (o Génesis 18:1-10a y Salmo 15); Colosenses 1:15-28; San Lucas 10:38-42
Las vacaciones de verano son un tiempo muy especial. Como nos gustaba ir al pueblito donde nacimos todos. Pasar dos o tres meses en casa de mis abuelos paternos, y disfrutar la playa que estaba relativamente cerca, las fiestas de los carnavales y nuestro ejército de primos y primas.
Durante los meses de nuestra estadía los abuelos nos hablaban en la sobremesa de valores culturales no escritos. Además, de las muchas buenas cosas que el abuelo contaba, decía cosas como: “¡ El hombre es de la calle y la mujer es de la cocina!”.
Las mujeres en el mundo mediterráneo del siglo I estaban en gran parte segregadas de la esfera pública, ellas pertenecían al ámbito “hogar”, los hombres por otra parte competían verbalmente por honor en la plaza pública y las sinagogas. Se parece un poco a lo que el abuelo decía, la mujer es de la casa y el hombre es de la calle. Sin embargo, eso no prevenía que las mujeres compitieran en el ambiente doméstico y privado y que la competencia podía ser igualmente feroz.
Por lo tanto, Marta está en su derecho dentro las normas de conducta de ese tiempo en reclamar a su hermana María que se incorpore al equipo doméstico en lugar de perder el tiempo tratando de ser discípula de un rabino visitante. La postura de sentarse a escuchar en el suelo es la de los estudiantes. Y no es que Marta no quisiera aprender, sino que alguien tenía que preparar la comida para el visitante.
Sin embargo, este pasaje no se puede entender sin mirar a todo el capítulo 10 del Evangelio de San Lucas. Esta porción del evangelio es como si fuera un guía de viajeros y una descripción del viaje de Jesús a Jerusalén, todo en una. Al comienzo del capítulo Jesús manda a los 70 discípulos a evangelizar y les da instrucciones precisas de lo que tienen que hacer cuando estuvieran de visita.
Seguido, Jesús hace una historia de un viaje, en este caso la historia del Buen Samaritano, que como ustedes saben es la historia de un asalto en la carretera entre Jerusalén y Jericó. Es la historia de cómo la gente supuesta a tener misericordia no la tuvo y como alguien de quien nadie esperaba ayuda fue quien la dió: el Buen Samaritano.
Las dos historias tienen paralelos interesantes. La historia del Buen Samaritano es la historia de cómo la compasión, el amor al prójimo, puede romper barreras raciales y culturales. La historia de Marta y María, es la historia de cómo el amor a Dios, puede romper roles sociales, en este caso el rol de las mujeres. Recuerden la mujer es de la casa y el hombre es de la calle.
Marta representa la costumbre, María sentada a los pies de Jesús, violando las costumbres, asumiendo la postura de un hombre que quiere aprender, representa la fuerza del amor a Dios. Por un lado está el amor al prójimo del Samaritano y por el otro el amor a Dios de María. El Samaritano ve y obra, María oye y guarda en su corazón. Son la acción y la reflexión respectivamente.
El amor a Dios y el amor al prójimo, son el centro, el corazón de la enseñanza de Jesús. Jesús deliberadamente hizo que lo que el predicaba fuera sencillo y fácil de recordar. Le preguntan Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Y El les dijo: AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE. Este es el gran y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas.
Con estas dos historias, la del Buen Samaritano y la de Marta y María, Jesús ilustra estos dos fundamentos de la misión cristiana. Una misión en cruz, con el amor al prójimo –horizontal- atravesado al amor a Dios –vertical-. Nada significa el uno sin el otro. La primera carta de San Juan dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Uno de San Juan, capítulo cuatro, versículo veinte.
(1 San Juan 4:20).
María atraída por la presencia de Jesús no podía evitar quedarse sentada allí, tomando el rol de un hombre si era necesario, para escuchar a Jesús, sus palabras y sus enseñanzas. No importaba que estuviera cometiendo una injusticia doméstica con su hermana. No importaba que se comportara como hombre. No importaba que la sociedad no la reconociera como discípula de Jesús, el famoso maestro. Ella tenía tal ansiedad por saber más de Dios y tenía un amor tan grande por El, que se ofrecía como víctima a las críticas y al chisme de la comunidad.
La otra noche en una quinceañera, el DJ cambiaba de ritmos latinos con frecuencia, y deleitaba ver como las parejas se adaptaban al cambio con fluidez, aunque a veces con algún pisotón. Algunas mujeres bailando juntas por falta de hombres dispuestos a bailar.
Sin embargo, había en la pista dos anglos, uno joven y el otro mayor, tratando de agarrar el ritmo; los resultados pudieran parecer cómicos, por su falta de flexibilidad para bailar los ritmos latinos. Pero, a nadie parecía importarle, el poder de la alegría y la voluntad de darse a sí mismos en el baile hacía olvidar las diferencias culturales y raciales. Hacía olvidar a veces el abuso y la discriminación.
Nosotros como comunidad inmigrante hemos aprendido a ser flexibles, hemos traído nuestra cultura al hombro, nuestros bailes, nuestra manera de educar a nuestros hijos, el rol de la mujer y del hombre. El encuentro con la cultura americana nos ha hecho reflexionar sobre lo que traemos y lo que somos. En ocasiones nos hemos visto obligados por ley a dejar costumbres atrás, especialmente en relación a la educación de los hijos. Otras veces, hemos adquirido malos hábitos de esta cultura, como el consumismo. Nos damos cuenta que el rol del hombre y de la mujer también tiene que cambiar.
En la historia del Buen Samaritano, Dios toma como ejemplo a alguien que es víctima del racismo y en la historia de Marta y María, Dios toma como ejemplo para sus discípulos a una mujer, víctima del machismo. El discriminado es el ejemplo de la compasión y la abusada es el ejemplo del amor a Dios.
Si aceptamos la prédica de Jesús como regla de vida, si aceptamos el estar regidos por el amor a Dios y al prójimo, estamos obligados una vez más a revisar nuestras costumbres. La palabra de Dios nos enseña que el Reino, esa sociedad que la Iglesia trata de anticipar en el mundo de hoy, es una sociedad con esta ley fundamental. Es una sociedad donde aprendemos a vivir sin necesidad de hacer víctimas, una sociedad sin rechazo ni limitaciones, una sociedad de cooperación no de competencia, una casa sin paredes, donde cada cual puede alcanzar su potencial humano, sin impedimentos y con el apoyo de la comunidad.
Y El le dijo: AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE. Este es el gran y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas.
Amén.
— El Rev. Canónigo Juan A. Quevedo-Bosch, es el Rector de la Iglesia del Redentor, una comunidad multicultural en la Ciudad de Nueva York.
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