Propio 11 (B) – 2015
July 20, 2015
El evangelio de hoy destaca el gozo de la predicación de la palabra de Dios, con el consecuente compromiso de apartarse del mundanal ruido para descansar y reflexionar destacando la actitud esencial de la misericordia que debe acompañar a todo aquel que decide seguir a Cristo. Después de cada actividad misionera es necesario dedicar tiempo para los informes y la evaluación revisando las técnicas de llevar a Jesús al corazón de la comunidad cristiana. Para eso, es necesario estar cerca de Jesús.
La compasión o misericordia no se queda en palabras, sino que busca alternativas. La expresión de Jesucristo “ovejas sin pastor” ratifica la crítica del Maestro de Nazaret a los dirigentes religiosos de Israel que dispersan y extravían a su pueblo. El evangelista Marcos hace una síntesis de la acción misionera de Jesús que busca a las personas de pueblo en pueblo para darles un consuelo espiritual acompañado de su respectiva de sanación. Jesús busca también la fe de las personas que se acercan a Él buscando alivio a sus dolencias. Jesús no se contenta con solo predicar, sino que tiene contacto con los más vulnerables y esa cercanía crea un ambiente propicio para que crezca la fe y el compromiso pastoral.
La fe tiene poder, pues todos esos milagros fueron posibles por la fe de las personas que a veces se contentaban con solo tocar su manto. Hoy el mundo sufre de tensiones que conllevan a la depresión, que es una tristeza profunda sin esperanza. Se encuentran como ovejas sin pastor. Esas personas deben ser beneficiadas con la compasión cristiana de todo líder religioso. Necesitan el milagro que sólo la fe les puede proporcionar.
San Pablo en su carta a los cristianos de Éfeso insiste en que el milagro del cristianismo está en la unidad y la reconciliación dándonos el poder de suscitar la fe y la sanación en la comunidad. Lo trata como un asunto de máxima urgencia y actualidad para el cristiano de hoy también. La unidad de los cristianos es un compromiso de todos, pero debe estar basado en la reconciliación.
Cuando se vive el mensaje exclusivamente como religión-institución, se fanatiza a las personas y se distorsiona el sentido verdadero de la actitud religiosa que nos debe llevar al amor, al servicio y a la unidad en vez de a la segregación y a la separación… Cristo trajo vida para que la vivamos en abundancia en comunidad de amor.
Si antes, nadie tenía el monopolio del pecado, nos enseña san Pablo, pues todos estábamos metidos en el mismo fango, ahora nadie tiene el monopolio de la salvación porque ésta no depende ni de ritos ni de leyes ni de privilegios de sangre o raza, ni de méritos propios, sino que es un don gratuito de Dios dado en Jesucristo. Ninguna religión salva, sólo la fe trae la salvación como un don gratuito de Dios. De ahí la doctrina paulina de la justificación por la fe. Sólo la fe en Jesucristo nos acerca a la salvación, pues esa fe nos da el poder de “vivir para todos”, es decir entregarnos al bien de los demás.
Pablo se mueve en un mundo dividido y separado por una barrera infranqueable de prejuicios. Los judíos, por una parte, se tenían a sí mismos como los escogidos, los privilegiados, los de casa, los herederos de las promesas, los puros. Consideraban a los paganos como los alejados, los que no tenían ni cartas de ciudadanía, es decir, indocumentados ilegales y por lo tanto no tenían esperanza, ni un Dios que los amparara en el mundo. Vemos ese mismo esquema en nuestra sociedad actual: los títulos han creado una barrera por los privilegios que suponen y no valoramos a los cristianos de la base que son lo que hace la Iglesia.
Realmente los paganos eran, en la mentalidad de un judío, un cero a la izquierda basados en prejuicios de un legalismo religioso feroz que los discriminaban. Un documento antiguo llamado “Carta de Aristea” dice entre otras cosas: “Nuestro sabio legislador, guiado por Dios, nos cercó de férrea barreras para que no nos mezcláramos en nada con ningún otro pueblo para que permaneciéramos incontaminados de alma y cuerpo”. Ese es el fanatismo de una religión divorciada de la vida y de Dios que discrimina a los fieles de la Iglesia por categorías humanas. Eso no es cristiano.
Cerraban el paso de la salvación a los demás con leyes emanadas de prejuicios religiosos contrarios a la ley del amor que predicó Jesucristo. La misericordia es una actitud esencial en el discípulo de Cristo que trajo gratuitamente la salvación a todos. San Pablo dice en su carta a los Efesios que todas las barreras que antes dividían a judíos y paganos y que hoy siguen dividiendo a nuestro mundo, ya sean religiosas, económicas, raciales, políticas…,Cristo las ha derribado con su muerte y su resurrección. ¿Realmente estamos luchando por romper esas barreras que nos dividen y nos alejan del mensaje cristiano? Necesitamos evaluar nuestro liderazgo para ver si realmente coincide con los planteamientos que Cristo nos dejó en su evangelio. Muchos de nosotros, con nuestros prejuicios, cerramos el paso a la salvación a muchas personas.
Las religiones, la política y las clases sociales nos dispersan y nos enemistan, pero Cristo con sus enseñanzas ha hecho un solo cuerpo; de extranjeros y nativos ha hecho una ciudad y una familia. Cristo ha realizado la gran pacificación: unificar a todos los seres humanos entre sí abriéndoles acceso al Padre y creando una nueva humanidad: la cristificación del mundo. Sólo cuando hagamos de nuestra sociedad una comunidad de amor donde Cristo sea el centro empezaremos a saborear la salvación de Dios.
Pablo ve esta nueva humanidad en la Iglesia, pero no como camino cerrado a la salvación, sino como la comunidad de los que conocen, creen, viven y anuncian a las naciones la Buena Noticia de que el mundo ha sido y está siendo salvado por la muerte y resurrección de Jesucristo. Un mundo convertido en “reino de Dios”, del que la Iglesia está al servicio como sacramento universal de salvación. Sólo la fe salva, pero la fe que no se demuestra en obras es una fe muerta. ¡Vivamos intensamente la fe en Jesucristo!
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