Sermones que Iluminan

Propio 10 (A) – 2017

July 16, 2017


En cierta ocasión había dos hombres encerrados en un sótano cuyo único contacto con el mundo exterior era una pequeña ventana instalada en la parte superior de la pared que daba a la calle. Como la ventana estaba lejos del piso, era necesario que ellos se turnaran uno apoyado en los hombros del otro para acceder a ella y observar el mundo exterior.

El primero de ellos subió a los hombros de su compañero y quedó perplejo con lo que vio en la calle y decidió no mirar más, mientras que el segundo exclamó: “¡es lo más bello que he visto!”

¿Qué pudo haber visto el primer hombre que le obligó a renunciar a seguir observando? Su respuesta fue clara: “Mira hermano, no quiero ver más. Afuera solo vi desorden, caos, violencia, basuras, mendicidad”. Muy contrario fue lo que segundo le contó. El hombre le dijo: “yo vi un bello día soleado, nubes que pasaban sobre los transeúntes, el verdor de los árboles y el viento acariciando mi cara”.

La enseñanza es clara: “todo dependerá de lo que estés buscando de la vida y de tu entorno”. Esaú no tenía presente qué significaba la primogenitura como signo de bendición de Dios y autoridad en medio de su familia, mientras que Jacob dispuso cuanto podía para no desperdiciar estos dones y gracias concedidos por Dios.

El panorama que hay en nosotros dependerá en gran medida de la profundidad de nuestra relación con Jesús y hasta dónde estaremos dispuestos a llevar nuestra espiritualidad con el Señor. La vida a través de los ojos de Esaú solo percibe necesidades pasajeras fácilmente solucionables, mientras que Jacob piensa en su futuro y lo que será importante para llegar a la madurez de su vida y que conlleve su propósito.

Jacob miró a lo alto y su hermano al piso. Dos hermanos, dos pueblos, dos destinos matizados por sus convicciones y propósitos, dos rivalidades como las presenta el mundo bajo el esquema de una moral imperfecta desprovista de la luz del Evangelio de Cristo.

El Apóstol Pablo en su Carta a los Romanos capitulo 8 versículos 1-11, nos invita a asumir con absoluta claridad nuestra responsabilidad ante el bien y su práctica que él reconoce presente en nuestra experiencia cristiana.

El pecado es real pero no determinará el destino de los creyentes. No vivimos para la carne cuyo señalamiento es la esclavitud del pecado que establece diferencias entre las personas, como vimos en la historia de los hijos de Isaac y Rebeca.

Nuestra opción es Cristo y como tal su Gracia hace de nosotros criaturas nuevas, es decir, el hombre viejo que vivía de la carne y sus apetitos quedó fuera de nosotros y ahora vive el hombre nuevo simbolizado por Cristo y su Resurrección.

Somos depositarios ya no de una primogenitura sino del mismo Amor de Dios que se transforma en luz y guía de nuestros pasos. El mensaje de Jesús es fuente de vida y su Espíritu nos comunica la inmortalidad a la que somos llamados por medio del Bautismo.

El gobierno antiguo que consistía en el influjo del pecado fue devorado y dejado atrás por la Gracia de Dios en Cristo y tan rápido fue su triunfo que ni siquiera Esaú había terminado sus lentejas cuando su cuerpo seguramente pedía más. En esta dinámica los dones con los que llenamos nuestras vidas son imperecederos porque brotan del Amor de Dios que no es carne, sangre, o comida, sino Gracia y Espíritu vivificador.

El Evangelio de Mateo propuesto en conjunto con las lecturas anteriores, nos ubica rápidamente en la enseñanza sobre la Palabra de vida comunicada por Jesús, y resalta especialmente cómo la Ley caducó frente al Amor de Dios. El mismo amor que se expresa libremente en la vida y Fe de cada cristiano y que hace de su ser un “campo fértil” para la Palabra o Voluntad salvífica de Dios Padre.

La semilla es sin duda, las enseñanzas evangélicas que buscan anidar en nuestros corazones. No podemos permitir que el obstáculo inicial lo constituyan nuestros proyectos y metas, por el contario, la Palabra revelada se convierte en la fuerza que mueve todo propósito y afirma todo destino. Si estamos dispuestos el Espíritu Santo nos dará la perfección sobre la antigua Ley, y viviremos plenamente el mandato del amor como centralidad de nuestro ser creyente.

El Amor de Dios hace fértil nuestras vidas y prósperas nuestras acciones y pensamientos.

No perdamos de vista que el mundo actual reclama de nuestras vidas testimonio y compromiso, y que solo desde la mirada de nuestra Fe, será posible transformar la Sociedad donde nos movemos y recuperar a base de ejemplo, muchos de los valores cristianos perdidos o en desuso.

Las parábolas que el Señor emplea con sus discípulos son en sí el lenguaje de Fe que solo quienes lo buscan con sinceridad y creen en Él podrán entender fácilmente.

El lenguaje del amor y la solidaridad se anidan en nuestro entendimiento gracias a la revelación salvífica de Cristo.

La cosecha dependerá de la tierra que simboliza el escenario ideal para la semilla y del corazón que atento se deja germinar por la Gracia de Cristo.

El mundo sigue su propia agenda como lo hemos comprobado infinidad de veces, pero nosotros estamos bajo el mandato de Dios que asegura así nuestra realización como la buena tierra y el corazón dispuesto donde “cayó y prosperó la semilla”.

El mal en su representación más clara o “pura” literalmente puede arrebatarnos los frutos de la Palabra, si no atesoramos esos frutos y los convertimos en obra agradable a Dios.

Hermanos y hermanas somos sus hijos y como tal, estamos llamados a ser tanto la tierra fértil, como el fruto de su Evangelio.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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