Sermones que Iluminan

Pentecostés (B) – 2024

May 19, 2024

LCR: Hechos 2:1-21 o Ezequiel 37:1-14; Salmo 104:25-35,37 LOC; Romanos 8:22-27 o Hechos 2:1-21; San Juan 15:26-27; 16:4b-15

Hoy, en el día número cincuenta del Tiempo Pascual, celebramos la fiesta de Pentecostés. Es el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles reunidos en Jerusalén, capacitándolos para predicar el Evangelio a las personas de una multitud de naciones que estaban en la ciudad santa. También es el día en que comúnmente decimos: la Iglesia cristiana cumpleaños. Aunque existen otros momentos que serían buenos candidatos para establecer el nacimiento de la Iglesia, la fiesta de Pentecostés tiene mucho qué aboga a su favor. Principalmente, podemos hablar del inicio de la Iglesia en Pentecostés, porque este es el día en que sorpresivamente los apóstoles y otros discípulos comenzaron su misión y ministerio público.

El Pentecostés realmente fue sorpresivo para aquellos discípulos. Debemos recordar que aun con haber visto al Señor resucitado y haber recibido sus enseñanzas sobre los cuarenta días antes de la Ascensión, ninguno sabía qué esperar. Estaban congregados en el cenáculo (o aposento alto) con los Once, María y otros familiares de Jesús, y estaban en oración como el Señor les había mandado, cuando una serie de manifestaciones poderosas del Espíritu Santo los sorprendió:

De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran”.

En muchos textos bíblicos se asocia el movimiento del viento con el Espíritu Santo —sólo tenemos que pensar en las primeras líneas de Génesis o en el diálogo entre Jesús y Nicodemo en el Evangelio de Juan—, tanto así que a veces se usa la misma palabra para los dos conceptos. El ruido del viento es la potencia del Espíritu de Dios que viene a obrar en la vida de los discípulos y hacerlos instrumentos del proyecto divino.

Las lenguas de fuego también son una manifestación reveladora. Cuando San Juan Bautista anunció el bautismo de arrepentimiento, también anunció que otro, mayor que él, vendría para bautizar con el Espíritu Santo y con fuego. En Pentecostés el fuego del Espíritu Santo abiertamente descendió sobre los discípulos, llenándolos de su poder y capacitándolos para hablar.

Aquí es importante que hagamos hincapié en que los discípulos no recibieron el don del Espíritu Santo sólo para disfrutarlo ellos mismos, como una experiencia religiosa muy bonita o un hito más en su vida espiritual. Al contrario, recibieron la potencia del Espíritu para llevar a cabo la misión de la Iglesia: Anunciar la Resurrección de Cristo y predicar el mensaje de salvación a toda la humanidad. Y ahí mismo comenzaron su tarea.

En otro sitio del libro, el autor de los Hechos de los Apóstoles indica que los apóstoles no eran personas de educación formal, por esto la multitud pregunta: “¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando?”. Sin embargo, en la lectura de hoy escuchamos que anunciaron la Resurrección a personas de muchos países que oyeron el mensaje de Jesús en sus propias lenguas. Fue el don del Espíritu Santo que lo hizo posible y efectivo. Todos estaban asombrados, algunos se burlaban, por lo que pidieron una explicación de los extraños acontecimientos.

El apóstol Pedro les ofreció una explicación del fenómeno: Las promesas de Dios se estaban cumpliendo en su presencia: “También sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y comunicarán mensajes proféticos”. También fue en cumplimiento de la promesa de Jesucristo que leímos en el texto del Evangelio, la de enviar el Defensor que viene del Padre para ser testigo del Hijo y convertir a los discípulos en sus testigos también, siendo guiados por el Espíritu de verdad. Por tanto, la predicación de Pedro nos indica que el Día de Pentecostés vino como respuesta y cumplimiento de las promesas de Dios y signo de un cambio profundo en la vida del mundo.

San Pablo también entendió que la presencia del Espíritu Santo entre los creyentes muestra un cambio marcado para el mundo entero. Según la carta a los Romanos, no sólo los judíos, ni siquiera sólo los seres humanos esperamos la salvación definitiva, sino toda la creación: “Sabemos que hasta ahora la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto”. Pero, según el apóstol, los fieles tenemos el Espíritu Santo como anticipo de esa salvación, y tenemos la fortaleza y ayuda de Dios por su Espíritu para acercarnos a él y cumplir con la misión que él nos ha encomendado. El Espíritu Santo nos ayuda, incluso cuando no sabemos orar debidamente, nos renueva diariamente hasta alcanzar la salvación prometida, y nos da la esperanza de una vida nueva.

Volviendo al Día de Pentecostés, vemos el poder renovador del Espíritu Santo en las acciones de Pedro y los otros discípulos, al ver cómo fueron transformados en pregoneros públicos de la Resurrección de Cristo cuando unos pocos días antes negaron al Señor y huyeron de su presencia. Como dice el Salmista: “Envías tu Espíritu y son creados; así renuevas la faz de la tierra”.

Hoy también es apropiado pensar en la visión del Valle de los Huesos Secos del libro de Ezequiel que se leerá en algunas de nuestras congregaciones. Dios manda al profeta ver un valle repleto de huesos secos y le pregunta si acaso esos huesos podrán recobrar vida. El Señor explica que los huesos del valle son lo que queda del pueblo de Israel tras sus traiciones y pérdidas, como Pedro y los demás cuando abandonaron a Jesús. A pesar de sus dudas —Señor, sólo tú los sabes—, Ezequiel convocó al Espíritu y habló a los huesos y recobraron vida. Cualquiera habrá dicho al Señor “sólo tú lo sabes” si Dios le preguntara sobre los discípulos, si podrían recobrar vida, pero Dios es fiel, y Pedro y los discípulos fueron renovados por el Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés.

Aunque en realidad el don del Espíritu Santo fue dado una vez para siempre a la Iglesia en Pentecostés, su ayuda y potencia siguen en nosotros generación tras generación, y nosotros también podemos ser transformados en testigos de la Resurrección de Cristo y partícipes de la misión de evangelizar al mundo entero. El poder del Espíritu está disponible para todo creyente en el Señor sin distinción de su raza u origen nacional. Está disponible para jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de todas partes y de toda condición social, quienes con los santos que nos precedieron, hacemos nuestro el himno: 

Desciende, Espíritu de Amor, Paloma celestial,
promesa fiel del Salvador, de gracia manantial.
Aviva nuestra escasa fe, y danos tu salud;
benigno, guía nuestro pie, por sendas de virtud.
Consuela nuestro corazón, y habita siempre en él;
concédele el precioso don, de serte siempre fiel.
Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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