Sermones que Iluminan

Pentecostés 9 (B) – 21 de julio de 2024

July 21, 2024

LCR: Jeremías 23:1–6; Salmo 23; Efesios 2:11-22; San Marcos 6:30–34,53-56.

Hace dos domingos exactamente el evangelio de Marcos nos narraba cuando Jesús llegó a su pueblo y desde allí dirigió una especie de misión a todos los pueblos cercanos donde el planeaba ir más adelante. Jesús decide enviar a sus discípulos para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios y decide enviarlos de dos en dos, y es Jesús mismo el encargado de instruirlos, guiarlos y presentarles la realidad de lo que podría sucederles a los lugares que ellos irán.

En primer lugar, Jesús da algunas recomendaciones a sus discípulos: que no lleven nada que los distraiga en el camino, ni oro, ni plata en los cinturones, ni bolsa para el camino, ni dos mantos, ni sandalias o ninguna pertenencia personal; también les recuerda las acciones que realizarán como curar a los enfermos, resucitar a los muertos, limpiar a los leprosos y echar fuera a toda clase de demonios. En segundo lugar, estos discípulos aceptan la misión. Es una prueba difícil, pero la aceptan, muchos de ellos sin saber que más adelante serán incomprendidos, abandonados, humillados, perseguidos, encarcelados y hasta asesinados. Aceptan la misión porque ven en Jesús un modelo a seguir, son hombres de fe y de esperanza, han renunciado a todo y están dispuestos a aceptar el sacrificio.

El texto del evangelio que escuchamos hoy es como la segunda parte de esta historia. Marcos nos narra el regreso de los discípulos y cómo estos vienen asombrados, maravillados por todo lo que han enseñado y las obras que han realizado en nombre de Jesús. Llama la atención especialmente la forma como Jesús recibe a sus discípulos, les invita a ir a un lugar apartado y les dice: “Vengan, vamos nosotros solos a descansar un poco en un lugar tranquilo” y el texto bíblico continúa dándonos una explicación: “Porque era tantas las personas que iban y venían en busca de Jesús, que no les quedaba tiempo ni para comer”.

La invitación en este domingo es a que reflexionemos en estas palabras de Jesús y todo lo que ellas significan para nuestra vida como cristianos: “Vengan, vamos a descansar un poco a un lugar tranquilo”. En cierta forma el evangelista Marcos continúa mostrándonos las condiciones propias del ser humano: preocupaciones, angustias, compasión, cansancio, pero también la satisfacción del deber cumplido en el trabajo y, por supuesto, el descanso. Los discípulos después de recorrer los pueblos cercanos regresan felices, satisfechos, asombrados hasta cierto punto por todo lo que han ensenado y las cosas que han hecho, y reciben de Jesús la recompensa del descanso y la satisfacción del deber cumplido.

Reflexionemos entonces, hacienda eco de las palabras de Jesús, acerca de este aspecto muy importante de nuestra vida y que muchas veces pasamos por alto: “el descanso”. Estamos precisamente en esa temporada del año en el que muchos de nosotros apartamos (o deberíamos apartar) unos días de nuestro tiempo para descansar –el tiempo de vacaciones –. El descanso es bíblico, la Sagrada Escritura nos recuerda en Éxodo 34:21: “Seis días trabajarás, pero el séptimo día descansarás. Aun si debieras arar o segar, descansarás”. El descanso, de acuerdo con la Biblia, es sagrado y así tenemos que entenderlo; el descanso es un tiempo de renovación, para recuperar fuerzas, mirar hacia atrás y ver todo lo que hemos logrado como fruto de nuestro trabajo con la bendición de Dios; podemos decir también que es un tiempo de revisión personal, de calidad en familia o a solas; para la oración, la reflexión y mirar hacia el futuro. Gozar de un merecido descanso también requiere de disciplina, amor propio y por nuestras familias.

En muchas de nuestras Diócesis los obispos(as), ministros ordenados y laicos, organistas y coros, y en general el personal de la iglesia toman un descanso, entran en receso. Éste tiene que ser un momento para recuperar fuerzas y seguir adelante con la misión de Jesús. Otros más se estarán preparando para iniciar una nueva etapa en sus vidas: la jubilación, ese descanso merecido después de toda una vida de trabajo. La palabra misma está llena de significado: el “júbilo”, la gran alegría, el gozo por el deber cumplido y por el momento de descansar.

Aunque el descanso es sagrado y tendría que ser motivo de gozo, muchos no lo tienen. Millones de hermanos y hermanas al rededor del mundo están sometidos a largas horas de trabajo, con bajos salarios, sin vacaciones pagas; sumemos a esto el drama de la explotación infantil. Todo esto es una ofensa contra Dios y su deseo de bienestar para todo lo que ha creado: “Trabajarás seis días, pero el séptimo día reposarás, para que descansen tu buey y tu asno, y los extranjeros que viven en tu tierra”.

Ésta es la visión espiritual del trabajo. La vida no está dividida en dos partes desconectadas: el Dios espiritual y el trabajo material, sin que uno tenga que ver con el otro. Pensar de esta manera sería creer que Dios está en una esquina del universo mientras yo voy al trabajo y vivo mi vida; una visión como ésta del trabajo nos lleva a darle una prioridad equivocada, arriesgándonos a que nuestra relación con Dios, la familia y los demás pasen a un segundo plano.

Como los discípulos hemos aceptado la misión de seguir a Jesús. El anuncio del reino de Dios, la defensa de los que sufren, la lucha por la justicia y la paz, la transformación personal, testimoniar con nuestra vida a Jesús, asumir la experiencia comunitaria del evangelio buscando ser congregaciones de hermanos y hermanas de diferentes culturas y maneras de pensar nos traerá grandes pruebas. Tomemos un tiempo para descansar, recuperemos fuerzas y regresemos decididos a ser testigos valientes de Jesús.

Que este descanso sea para nosotros un tiempo propicio de renovación, de recuperar fuerzas para regresar a nuestras labores y realizar nuestro trabajo con dignidad, honestidad y la seguridad de que Dios es glorificado a través del esfuerzo de nuestras manos.

El Rvdo. Francisco Valle, sacerdote salvadoreño, es rector de la iglesia multicultural- Episcopal Church of Our Saviour, en Silver Spring, Maryland. Diócesis Episcopal de Washington DC.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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