Sermones que Iluminan

Propio 12 (A) – 2023

July 30, 2023

LCR: 1 Reyes 3:5-12; Salmo 119:129-136; Romanos 8:26-39; San Mateo 13:31-33, 44-52

La Biblia nos enseña que la esencia de Dios es su amor, misericordia y justicia; también nos dice que la sabiduría es saber vivir de acuerdo con su querer y pensar. Así, entonces, ser sabio es vivir la vida orientada hacia el amor, en misericordia y justicia. Si quienes decimos creer en Dios, en el Dios bíblico, tuviéramos esto siempre presente, podríamos decir que nuestra vida sería una construcción fundada en la sabiduría.

Hay una época en el Primer Testamento cuya preocupación especial es la búsqueda de la sabiduría. Al parecer, uno de los personajes que más influyó durante esta época fue Salomón, no porque haya sido ciertamente un sabio, sino porque desde su posición como rey de Israel promovió esta corriente en su corte, más por equipararse con la corte egipcia que por buscar un modelo de vida acorde con los postulados de la corriente sapiencial.

Dado pues, su apoyo y patrocinio a dicha corriente, Salomón es visto más tarde como el gran sabio. Su biógrafo no ahorra ningún tipo de exageración para exaltarlo como el inigualable rey que gobernó y actuó según el querer de Dios. Así lo escuchamos en la primera lectura, recibiendo directamente de Dios esos dones que lo hicieron inmortal.

Sin embargo, la historia de este personaje es muy distinta. Por fortuna, la Biblia no oculta para nada el lado más débil de los grandes personajes; es decir, al tiempo que destaca sus méritos, deja también al descubierto sus grandes pecados y desviaciones. De ahí que, al tiempo que se nos describe este momento de iluminación de Salomón, donde Dios se le revela y promete darle sabiduría y prudencia para gobernar y juzgar a su pueblo, paralelamente nos cuenta el hagiógrafo los hechos reales del mismo rey que, sin ningún tipo de miramiento ni consideración, abusó terriblemente de su poder para explotar y oprimir a su propio pueblo con exigencias tan extremas como las que nos cuenta el libro de los Reyes, donde va repitiendo como un estribillo todo lo que Dios había concedido a Salomón, pero al mismo tiempo va describiendo sus excesos y abusos, que vienen a ser justamente el motivo principal de la división del reino de Israel tras la muerte del rey.

No hay que seguir pensando, entonces, que Salomón es como nos lo han descrito: el gran rey sabio, justo y prudente. Más bien, si el historiador lo rodea con esas características es, tal vez, para decir que ése debía ser el talante del rey de Israel; pero ninguno dio la talla. Todos, en diferente medida, fueron la constatación histórica de lo que no debía ser un rey. Recordemos que la monarquía fue para Israel su gran pecado histórico. Aunque ellos pensaron en su momento que estaban avanzando como nación, en realidad esta institución lo que significó fue un enorme retroceso en todos los órdenes para el pueblo.

¿Por qué, entonces, estos pasajes nos hacen creer que eso era lo que Dios quería o que lo aprobaba? Porque ya sabemos quiénes son los que escriben la historia y los efectos que tienen las ideologías dominantes, es decir, la ideología del poder: hacer creer que sus acciones son únicas, además de alienar al pueblo haciéndole pensar que actúan según el querer y la voluntad de Dios.

Con todo, la misma historia se encarga de demostrar lo contrario. Los grandes fracasos de Israel le hicieron entender que no era la monarquía el mejor camino para conducirse según los criterios de Dios. Por eso, después del exilio, Israel busca reconstruirse según otro modelo que, desafortunadamente, tampoco dio los mejores resultados, pues pretendió implantar uno teocrático en torno al templo, con base en un sistema legal de pureza cultual y ritual, persiguiendo un ideal de santidad absoluta que degeneró en legalismo extremo y en la elitización de la religión y, por consiguiente, en el más extremo exclusivismo.

Ése es el panorama en el cual nace y crece Jesús, el que tanto defendía el mismo Saulo/Pablo hasta que entendió que ese tampoco era el camino que Dios quería. Muy seguramente Jesús, como buen judío, intentó caminar según el modelo religioso de su tiempo; sin embargo, llega al descubrimiento de que, de ese cúmulo de leyes y normas, lo único que queda es un Dios completamente deformado y un ser humano completamente deshumanizado. Desde esta perspectiva, entonces, la vida y obra de Jesús nos sorprenden cada día más y nos abren horizontes para confrontar nuestra vida y darle mayor sentido a nuestra forma de ser cristianos en un ambiente en el que también hay ideologías dominantes, que pretenden hacernos creer que el mundo y la historia se están moviendo según el querer de Dios sólo porque quienes encarnan dichas ideologías dicen ser creyentes y pretendidamente actúan en nombre de Él.

Jesús descubre pues, que la relación con Dios y el dejarle que rija y conduzca el camino de la humanidad, es mucho más simple y menos complicado que lo que la religión oficial dominante pretende imponer. Jesús es testigo directo de los abusos y excesos que se cometen, en nombre de Dios, desde el seno de la organización religiosa, específicamente desde el Templo, y tiene la valentía de predicar y transparentar en su vida a un Dios completamente distinto para desautorizar y deslegitimar aquel “Dios” impuesto a la fuerza por la ideología del poder.

Si observamos bien, mientras que el sistema socio-religioso del Templo excluye a la gran masa popular (siempre en nombre de Dios quien no soporta al “populacho”), Jesús se dirige a esos excluidos para decirles que el verdadero Dios, el del amor, la misericordia y la justicia, está con ellos y los ama por igual, por lo que son, no por lo que tienen, lo que hacen o dejen de hacer según los criterios legalistas emanados del Templo y sus funcionarios.

Mientras que desde el sistema religioso oficial se promueve la expectativa de la llegada de un mesías nacionalista (xenófobo), militarista, en medio de poder y gloria, “programado” por el mismo oficialismo religioso para asociarse con la clase dominante (porque la liberación mesiánica estaba concebida sólo para ellos), Jesús va revelando, en sus palabras y acciones, la imagen del Enviado que viene a insertarse en el corazón mismo del pueblo, allí donde se vive en carne propia lo que significa ser excluido, ignorado, utilizado…, y no viene a proponer la liberación individual, ni para un pequeño grupo o determinada clase social, ni que será producida desde las alturas como por arte de magia. La liberación y, por tanto, el modelo de ser humano y de sociedad nuevos que propone Jesús, son el fruto del empeño de cada uno y de todos; nadie está excluido, nadie puede decir “no puedo”, “no soy capaz”, porque en cada uno está la fuerza y el Espíritu de Dios. Basta que lo dejemos actuar.

Hemos escuchado seis parábolas. Bastaba una para entender la profundidad, la hondura real que Jesús quiere transmitirnos a través de su enseñanza. Sería ideal que tomáramos siquiera una de estas parábolas, aquella que más familiar nos resulte (semilla de mostaza, levadura, tesoro escondido, perla fina, red, lo nuevo y lo viejo), la leyéramos y la releyéramos dejando que penetre lo más profundamente en nuestras vidas, intentando sentir que es el mismo Jesús quien nos la propone hoy, para nuestra realidad.

En todo caso, hagamos el esfuerzo mental y vital para que se cumpla en nosotros aquella que nos muestra al humano que saca de su armario cosas viejas y nuevas después de haberse hecho discípulo del reino.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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