Propio 12 (A) – 2020
July 26, 2020
EL REINO DE DIOS SE CONSTRUYE AQUÍ, AHORA, Y ES PARA TODOS NOSOTROS
El año 2020 seguramente pasará a la historia como uno muy particular y convulsionado. En los siete meses trascurridos hemos vivido una pandemia de la cual aún no salimos, algunos acontecimientos bélicos que anunciaban el inicio de una guerra, la invasión de abejas gigantes, caída de meteoritos, cielomotos, volcanes en erupción, terremotos, animales silvestres por doquier y hasta una nueva fecha del fin del mundo; a esto se suman eventos sociales como la muerte de George Floyd y otros hermanos afrodescendientes en los Estados Unidos y otras partes del mundo y el consecuente movimiento “Black Lives Matter” para exigir justicia, a la vez que el respeto a los derechos de todo ser humano. Aún faltan cinco meses para terminar este año y aunque es difícil prever lo que nos depara sabemos que enfrentaremos otros retos. Por todo esto se hace necesario pedir de Dios el don de la sabiduría como lo hizo Salomón en la lectura que escuchamos del Primer libro de los Reyes.
Recién elegido rey para suceder a su padre David, Salomón pide a Dios que le permita ser sabio para poder guiar los destinos de su pueblo. Dios se muestra complacido ante la solicitud del nuevo rey; otra persona hubiera preferido pedir riquezas o larga vida, una gran descendencia o la muerte de sus enemigos; no obstante, Salomón pide ser sabio. La sabiduría, más que un conocimiento técnico sobre algo es la capacidad de comprender, interpretar y saber afrontar las situaciones en las cuales vivimos.
El tiempo de Salomón, no es nuestro tiempo. Sin embargo, las realidades sociales, las instituciones con que contamos, la tecnología, los procesos democráticos, las relaciones entre países e incluso las enfermedades que enfrentamos nos hace pensar que el principal regalo que debemos pedir a Dios es sabiduría para poder vivir en este mundo complejo y maravilloso; mucho más cuando estamos llamados a vivir y construir su Reino en esta realidad.
Entre nosotros, muchos creen que el Reino de Dios es sólo una realidad de la vida eterna, que es el premio que recibiremos cuando vayamos a la presencia de Dios. Pero el Reino de Dios es más que eso, es una realidad que empieza aquí en nuestra vida cotidiana y trasciende a la eternidad. Aquí el Reino de Dios es imperfecto, es anticipo de la eternidad, es una tarea; en la vida eterna será perfección. Esto es lo que pedimos cada vez que oramos el Padre Nuestro. En esta oración pedimos a Dios que “venga su Reino”, es decir que esa realidad trascendente de su Reino se manifieste aquí y ahora.
En el relato del Evangelio que escuchamos hoy, Jesús nos muestra, por medio de parábolas, a qué se parece el Reino. La primera es muy conocida: “El reino de los cielos es como una semilla de mostaza”; si bien es cierto la semilla es pequeña, cuando crece se convierte en un árbol que cobija a muchos bajo su sombra. El Reino de Dios lo construimos con acciones pequeñas y concretas; si cada uno hace alguna cosa pequeña por el otro o el mundo, pronto serán muchos los que verán la hermosura del Reino; en otras palabras, muchos reposarán a la sombra de este árbol que es el Reino de Dios.
La siguiente parábola que propone el Evangelio, compara el Reino con la levadura que una mujer usa para hacer pan; esta levadura hace que el pan crezca más y más. Cuando hacemos acciones buenas no esperamos que tengan mucha repercusión. Seguramente Martín Luther King jr y todos aquellos líderes que lucharon por los derechos de la población afroamericana, nunca pensaron que sus palabras tendrían eco en el 2020; aquellas mujeres que lucharon en diversas partes del mundo buscando una participación sin distinción de género en la democracia y la política, nunca imaginaron mujeres alcaldesas, gobernadoras y mucho menos presidentes; quienes hace cuarenta o cincuenta años empezaron a buscar el reconocimiento de los derechos de la población LGBT, no imaginaron que hoy en día no sólo se dejara de perseguir esta comunidad sino que hubiera acceso a un matrimonio igualitario, la herencia y la adopción de hijos. El Reino de Dios empieza en lo pequeño, pero avanza hacia lo grande.
Otra de las alegorías que usa el Evangelio de hoy para explicar el Reino de los Cielos, es la del tesoro o las perlas finas que hacen que la persona se apasione por ellas y haga todo lo que esté a su alcance para tenerlas. Ésa es la pasión que debemos tener por el Reino de Dios que hace que no tengamos temor de arriesgar todo lo que tenemos por conseguirlo, por hacer de este mundo un lugar más justo para todos. Cuando los cristianos hablamos de temas como “Black Lives Matter”, los derechos de las mujeres, la protección de la vida, los derechos de los migrantes, el cuidado del medio ambiente, la trata de personas, la violencia con armas de fuego o los derechos de la población LGBTIQ+, no lo hacemos porque estén de moda, sino por la convicción de que en el rostro de las personas que sufren está el rostro de Jesús mismo.
Finalmente, la parábola que emplea Jesús en el evangelio para hablar del Reino de los Cielos es la de la red que se echa en el mar. En esa red hay muchos pescados, unos buenos y otros malos, sin embargo, todos están en la red; después el pescador se sienta a escoger lo que sirve y lo que no. Muchos de nosotros tenemos la tendencia a definir aquello que es bueno y malo; incluso hacemos esto apoyándonos en pasajes bíblicos. Hoy Dios nos llama a no juzgar, a entender que el Reino de Dios no distingue entre unos y otros, sino que se predica y anuncia a todos por igual, y será Dios, en la eternidad, quien defina lo que corresponda. Que nuestros prejuicios no sean un obstáculo para que otros se acerquen al Reino, para que otras personas sientan y conozcan que Dios los ama.
En cierta red social se podía leer: “Ojalá que la pandemia que estamos viviendo nos cambie como seres humanos”. Así es, ojalá que esta pandemia nos haga entender que el Reino de los Cielos se construye aquí y ahora, que lo construimos entre todos y que es para todos. Pidamos a Dios que nos dé el don de la Sabiduría para comprender cómo debemos construir día a día su Reino en cada uno de nuestros contextos: eclesial, laboral y familiar. Y como dijo Pablo en la carta a los Romanos que escuchamos hoy: confiemos en que por gracia del Espíritu Santo “nada podrá separarnos del amor de Dios”. Amén.
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