Sermones que Iluminan

Propio 9 (B) – 2024

July 07, 2024

LCR: Ezequiel 2:1–5; Salmo 123; 2 Corintios 12:2–10; San Marcos 6:1–13

“No pudo hacer allí ningún milagro”

En el Evangelio de hoy Jesús está en Nazaret, su ciudad natal, es día de reposo y está enseñando en la Sinagoga. Cuando la gente escuchó sus enseñanzas, quedaron asombrados y preguntaron: “¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?” (Mc 6:2-3).

Estas preguntas, además de demostrar curiosidad y asombro, demuestran como los paisanos de Jesús “creen” conocerlo. Ellos confirman que conocen a su familia, su lugar de origen, que lo han visto crecer y que saben lo que hace. Sin embargo, ese conocimiento humano es superficial; la relación externa de “conocimiento humano” se convierte para ellos en un obstáculo para reconocer a Jesús como Profeta, Mesías, Hijo del Padre. Es justo recordar aquí la conversación entre Jesús y Nicodemo: si no se nace de lo alto, del Espíritu, no se puede ver el Reino de los Cielos (Juan 3:1-15). El conocimiento humano desconectado del conocimiento espiritual impide la integración y se queda siempre en un plano externo.

También hoy muchas personas conocen a Jesús sólo externa o superficialmente. Conocen sus relatos evangélicos, su historia, sus milagros, su familia; y aun así desconocen a Jesús como Mesías, Salvador y Amor vivo. Este pasaje evangélico enfatiza la necesidad de encontrar unidad entre lo que sabemos de Jesús y como vivimos nuestra relación con Jesús y con los demás. Más que se cristianos culturales que conocen cosas de Jesús tenemos que recordar que nuestro conocimiento debe ser integral, experiencial, encarnado al punto de “conocerlo y reconocerlo” en las maneras como amamos, perdonamos, ayudamos, sufrimos con y por los demás. El conocimiento integral (humano y espiritual) revela al Jesús verdadero que trae el Reino, cura, consuela, escucha, lava los pies a sus discípulos, perdona y ama hasta el extremo incluso a quienes lo matan en la cruz.

Hoy Jesús parece desconocido en un mundo que explota, corrompe, abusa, manipula, condena, destruye. En muchos territorios cristianos encontramos la incoherencia de quienes profesan amar a Jesús y actúan en total negación de los valores de Jesús. La incredulidad de los paisanos de Jesús, más que un hecho de los habitantes de Nazaret del pasado, comprueba cómo es difícil distinguirnos y comprometernos con Jesús, su evangelio y amor extremo.

Al aplicar este Evangelio a nuestras propias circunstancias, debemos preguntarnos: ¿Dónde está hoy la ciudad natal de Jesús? ¿dónde está Nazaret? Sabemos que Dios está en todas partes y que Jesús, el Señor Resucitado, está en todo el mundo, no podemos contener su presencia y su amor en un lugar específico. Necesitamos reconocer que la ciudad natal de Jesús es su Iglesia, su Cuerpo, su pueblo, aquellos que fueron bautizados y redimidos por él en la cruz, los que han sido salvados por y con su Sangre, quienes cada Domingo se reúnen para escuchar sus enseñanzas y celebrar su resurrección.

Si la Iglesia es la ciudad natal de Jesús, debemos preocuparnos de cuánto escuchamos y cuánto obedecemos a Jesús. Podría ser que cuando reconocemos a Jesús nuestro corazón se cierra porque ya conocemos lo que sigue y no queremos comprometernos. Podría ser que estamos tan familiarizados con él que no pueda trabajar con nuestra incredulidad.

A diferencia de otros Domingos, de otros relatos evangélicos, Jesús no puede hacer ningún acto de poder (ningún milagro). Los paisanos de Jesús reconocen y saben quién es Jesús “humanamente”, pero no lo aceptan por lo que verdaderamente es, Mesías, Salvador. Hoy no hay milagros por la incredulidad; Jesús no es capaz de sacarlos de la cerrazón de sus mentes y corazones.

Dios y Jesús entran sólo en aquellos que lo reciben, lo aceptan, lo obedecen y creen en él. Quizás ésta sea una de las razones por las que hay tanta incoherencia en el mundo cristiano. No todos los que lo llaman “Señor, Señor entrarán en el Reino de Dios” (Mt 7:21). El conocimiento humano desencarnado no es suficiente, Dios requiere de la fe, la voluntad y el compromiso para trabajar en y con nosotros. Los seres humanos somos libres de recibir o rechazar su amor y muchas veces elegimos como lo hicieron los paisanos de Jesús.

El hecho de que Jesús fuera ignorado en su pueblo natal muestra que la incredulidad era general; con la excepción de la sanación de unos pocos enfermos la mayoría del pueblo optó por el rechazo.

A pesar de esta reacción en su propio pueblo la misión de Jesús sigue adelante, avanza, nos muestra que hay que “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). La misión de Jesús debe continuar también hoy, nosotros somos sus discípulos, el nuevo Nazaret, su Cuerpo, incluso con dificultades, con incredulidad y prejuicios, somos los enviados a sanar, restaurar, proclamar su amor y ayudar a los demás.

La gracia de Dios es más poderosa que la incredulidad de los compatriotas de Jesús, su gracia es superior a la cerrazón de los corazones humanos. Su gracia sostiene nuestro conocimiento humano y espiritual y nos permite descubrir a Jesús siempre entre nosotros. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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