Sermones que Iluminan

Propio 7 (B) – 2024

June 23, 2024

LCR: Job 38:1–11; Salmo 107:1–3, 23–32; 2 Corintios 6:1–13; San Marcos 4:35–41

Hace algunos años una organización que se dedicaba a promover las Bellas Artes, organizó un concurso de pintura e invitó a todos aquellos artistas que quisieran participar. El tema que debían plasmar en sus obras era “La Paz”. Muchos pintores participaron. Unos presentaron bellos y serenos amaneceres, otros pintaron grandes lagos en calma, algunos otros representaron el viento suave del atardecer o el universo en su inmensidad y quietud. Había una gran variedad de pinturas hermosas. Sin embargo, lo que sorprendió a todos, fue el cuadro al cual el jurado le otorgó el primer lugar. La pintura representaba una furiosa tormenta, nubes grises, rayos, lluvia torrencial y vientos violentos que doblaba los árboles; en medio de aquella violenta escena estaba una pequeña y frágil palomita que, en una ramita de los árboles, cobijaba a sus pichones bajo sus alas, esperando tranquila a que pasara la tempestad.

Esta historia que representaba la paz, la quietud y la calma en medio de la tormenta, es sencilla pero muy significativa y puede ser un buen ejemplo para muchos de nosotros. Es precisamente de lo que el evangelio nos habla en este domingo: Paz en medio de la tormenta, paz en medio de las dificultades. Esta porción del evangelio no es una historia acerca del clima o de un viaje en barca. Marcos nos está presentando una lección de vida, es una historia sobre el miedo, sobre la fe y las palabras de Jesús: ¡Paz! ¡Tranquilízate!, que van más dirigidas a sus discípulos y a nosotros, que a las circunstancias de la vida y a la tormenta.

En este quinto domingo después de Pentecostés, la invitación es a que vayamos al inicio de la historia que hemos escuchado hoy, en algunos capítulos anteriores a éste, el evangelista Marcos nos decía que era tanta la gente que iba y venía en busca de Jesús, que a él y a sus discípulos no les quedaba tiempo ni para comer, por lo que al anochecer de aquel mismo día Jesús les dice: “Vamos al otro lado del lago”. Luego el evangelio, según algunas traducciones, utiliza la frase: “Y dejando a la multitud, se llevaron a Jesús en la barca, así como él estaba”. ¿Qué puede significar la frase “Así como él estaba”?                                            

Quizá con la ropa sucia, sudoroso, despeinado, con los pies llenos de polvo, muy cansado, tanto así que cae dormido inmediatamente en la barca. Pareciera que Jesús hace parte de ese grupo selecto de personas que se acuestan y en menos un minuto ya están profundamente dormidas y roncando, algo que muchos no podríamos hacer sin dar vueltas y vueltas en una cama. Esto nos habla de un Jesús muy humano que comparte nuestro diario vivir: trabajo y descanso, dormir y despertar, alegría y tristeza, miedo y confianza, vida y muerte.

Nos dice el evangelio que es en este momento, cuando Jesús duerme, que se forma una fuerte tormenta, las olas comienzan a golpear la barca, los vientos amenazan con hundirla, aquí se hace presente la desesperación, el miedo y la falta de fe; los discípulos no saben qué hacer y despiertan a Jesús. Él, dirigiéndose a la tormenta, dirá: “¡Silencio! ¡Quédate quieto!”. Otras traducciones dirán: “¡Paz! Tranquilízate”. Inmediatamente todo vuelve a la tranquilidad y Jesús les pregunta: “¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe?”.

¿Nos parece familiar esta escena? Cuántos de nosotros vivimos preguntándonos el porqué de tantos problemas en nuestras vidas, tantas pruebas, dificultades, tormentas. Las tormentas de la vida siempre van a suceder, siempre van a estar allí, porque la paz no es la ausencia de las pruebas de la vida sino la actitud con la cual enfrentamos esas dificultades.

En el discipulado, la paz y la fe son dos virtudes que deben estar presentes en la vida de cada creyente. La invitación en este domingo es a que, a pesar de las pruebas y las tormentas de la vida, tengamos paz y fe. La verdadera fe no elimina las tormentas de nuestras vidas; la fe no cambia la tormenta, nos cambia a nosotros, cambia nuestra actitud y la valentía con la cual enfrentamos los desafíos. La fe nunca nos lleva alrededor de la tormenta sino a través de la tormenta, nos permite ver y saber que Jesús está allí con nosotros; es lo que nos permite estar quietos, en paz en medio de las dificultades. Jesús no viaja en otra barca, está en la misma barca que los discípulos, la misma agua los rodea, las mismas olas los golpean, el mismo viento les empuja, pero la actitud de Jesús es diferente porque confía.

Esa misma confianza, valentía y respuesta decidida de fe, es a la que el apóstol Pablo, en su carta a los corintios, nos invita en este domingo; es un llamado a nuestras comunidades, ministerios, a cada uno de nosotros como discípulos de Jesús, a que respondamos con valentía a la misión que nos ha sido encomendada siguiendo el ejemplo de las primeras comunidades cristianas. La lectura de este día es hermosa porque nos habla de todas las dificultades, retos, tormentas por las que tuvieron que pasar aquellos primeros discípulos: “Soportando con mucha paciencia los sufrimientos, las necesidades, las dificultades, los azotes, las prisiones, los alborotos, el trabajo duro, los desvelos y el hambre”. Los discípulos eran ofendidos, se hablaba mal de ellos, les decían mentirosos, eran castigados, encarcelados, llevados a la muerte. Sin embargo, en nada daban mal ejemplo a nadie, parecían tristes, pero siempre estaban alegres; parecían pobres, pero enriquecían a muchos; parecían que no tenían nada, pero lo tenían todo. Daban testimonio de fe no solamente haciendo lo anterior, Pablo continúa diciendo que demuestran que son discípulos de Jesús con la pureza de vida, por el conocimiento de la verdad, por ser tolerantes y bondadosos, pero por sobre todas las cosas por la presencia del Espíritu Santo en ellos, por el amor sincero, y porque el mensaje de verdad y por el poder de Dios actuaba en ellos por medio de su Espíritu Santo.

Mantengámonos siempre en continua oración para que el Espíritu de Dios sople a través de nosotros y dentro de nosotros con más fuerza que los vientos de cualquier tormenta. El poder de Dios es más fuerte que cualquier ola que nos golpee. El amor de Dios es más profundo que cualquier agua que amenace con ahogarnos.

¡Qué seguridad es estar anclado y saber que las olas no te llevaran lejos! De la misma forma, una persona anclada en Jesús, una familia anclada en Jesús, una congregación anclada en Jesús, una sociedad anclada en Jesús difícilmente será llevada lejos y separada del rumbo.

En cada tormenta de nuestras vidas Jesús siempre estará presente y su respuesta siempre será la misma: “¡Paz! ¡Tranquilízate!”.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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