Propio 9 (A) – 2020
July 05, 2020
El Evangelio para este domingo incluye una cita muy especial: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar”. Es la imagen de un Jesús de brazos abiertos y rostro amoroso, sonriente, que acoge a todo aquél que se acerca a él. Asimismo, el Evangelio también nos invita a aceptar su llamado adoptando, no la postura de quienes le escuchan escépticos e indiferentes, sino de quienes son testigos seducidos y transformados por su mensaje.
El texto se ubica en la sección narrativa de los capítulos once y doce del Evangelio de Mateo, que confronta dos actitudes religiosas opuestas. La primera es la asumida por muchos contemporáneos de Jesús a quienes él llama “gente de este tiempo”, y más adelante “gente malvada e infiel”. Se trata de las autoridades de Israel (escribas, fariseos, sacerdotes, levitas), que juzgan a los demás a partir de esquemas de ensimismamiento y soberbia, se consideran “sabios y entendidos”, y actúan con posturas y estructuras religiosas demasiado rígidas. Habitualmente son sus principales opositores. Pero también hace parte de la “gente de este tiempo” quienes practican una religiosidad acomodada, quienes escuchan el mensaje del Reino pero no son capaces de asumir el compromiso que ello implica: los indiferentes, los inseguros e indecisos, los escépticos o los hipercríticos que le encuentran “peros” a todo. Ambas actitudes, tanto la soberbia del poder como la indiferencia y falta de compromiso, tienen en común su insensibilidad hacia los más necesitados y vulnerados.
El mensaje de Jesús confrontaba a todo aquél que lo escuchaba. A los “pequeños”, la gente más humilde y sencilla a quienes Dios revela sus misterios, los pobres, enfermos y excluidos, los considerados “malditos de Yahvé” y desechados por la religiosidad tradicional, a todos ellos Jesús los invita, acoge, sana, redignifica y les llama “dichosos”. Por otro lado, están sus opositores abiertos, los dirigentes de Israel a quienes el mensaje de Jesús resulta una amenaza a sus privilegios y a sus concepciones y actitudes religiosas. Por eso, éstos organizan la oposición a Jesús en las sinagogas de ciudades como Corazín, Betsaida y Cafarnaúm. Hay un tercer grupo que sigue a Jesús, dentro del cual unos pocos son movidos a la conversión, a la transformación radical al amor y a asumir el discipulado. También hay allí personas que le siguen como meros espectadores: seguidores de novedades que buscan ver milagros y señales y estar al día sobre el último acto del profeta galileo; no se oponen, pero tampoco se comprometen ni se abren en dirección al Padre y a su proyecto de salvación.
Nuestra generación, como la de Jesús, es inconstante y ensimismada, se guía demasiado por las apariencias, se interesa casi exclusivamente por las novedades, no se compromete con nada a largo plazo ni responde con profundidad a un mensaje que exija responsabilidad. ¿Cómo ilustraba Jesús en su tiempo esa incredulidad e indiferencia frente al mensaje del Reino? La compara con unos jóvenes que llaman a sus compañeros, quienes no responden al llamado de ninguna forma, ni con alegría: “Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron”, ni con melancolía: “cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron”. Lo que significa que la generación de Jesús no sólo rechazó su mensaje positivo del amor universal de Dios por toda criatura, sino también el anuncio apocalíptico del “día de Yahvé” por parte de Juan el Bautista.
El llamado de Juan al pueblo de Israel era al arrepentimiento, a volverse a Dios. Este mensaje de conversión era tradicionalmente dirigido sólo a los pueblos no judíos, inconversos y gentiles; dirigirlo al linaje de Abraham era un insulto e insolencia. Además, Juan bautizaba en el Jordán, lo cual era otro desacato al modelo religioso tradicional. Como rito de iniciación religiosa los niños judíos eran circuncidados, pero no bautizados; sólo se bautizaba a los extranjeros convertidos a la fe hebrea, un “bautismo de prosélitos”, como símbolo del lavamiento de los pecados antiguos. Definitivamente, Juan era un predicador popular que no respondía a los intereses del modelo religioso de las escuelas rabínicas de Jerusalén. Y, dado que mantenía un estilo de vida ascético pues “ni comía ni bebía”, lo más fácil para sus contemporáneos fue asumir que estaba loco o endemoniado. Por el contrario, el estilo de vida y religiosidad de Jesús no eran ascéticos: participaba de reuniones sociales, interactuaba con amigos rechazados socialmente (publicanos, mujeres de dudosa reputación), iba a fiestas y bodas, e incluso en ellas convertía el agua en vino; por esto fue juzgado como “glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran impuestos para Roma” y, por tanto, tachado como alguien vinculado a la obra de Satanás.
Quienes siguen tanto a Juan el Bautista como a Jesús, no asumen sus mensajes ni participan de sus llamados. Buscan argumentos racionales y justificaciones desde sus costumbres y lógicas, pero su respuesta es la misma: el rechazo, la incredulidad o la indiferencia. Por ello, afirma el evangelio, que los soberbios que viven una religiosidad vacía, de meras apariencias y formalismos, no tienen sabiduría. Una persona verdaderamente sabia es capaz de identificar y de aceptar otras miradas, otros puntos de vista y transformarse con ellos. Si como humanidad deseamos sobrevivir a ésta y a otras epidemias que nos acechan, tendremos que superar nuestras indiferencias y nuestras soberbias y certezas de que estamos haciendo “todo cuanto podemos”; tendremos que asumir una verdadera conversión a la religiosidad de Jesús, centrada en la fe, la escucha, la esperanza, la justicia y la solidaridad. Jesús nos sale hoy al encuentro y nos dice que la sabiduría sólo se valida en las obras del amor, la responsabilidad y el cuidado por el otro “cansado, fatigado, sobrecargado”. El modelo de religión y fe de Jesús, quien es “paciente y de corazón humilde” (11,29), no se queda en la superficie de lo aparente, ni en la soberbia de la certeza, sino que apunta a lo más profundo del ser humano: su necesidad de cuidado, de escucha, de atención a su vulnerabilidad, de acogida, amor y paz.
En consonancia con el texto del profeta Zacarías y del Salmo que aluden al Dios clemente, misericordioso y tierno, el Evangelio nos invita a asumir la actual situación de cansancio, fatiga y sobrecarga por la enfermedad y la muerte, por el trauma personal, familiar y social de la crisis epidemiológica, desde la responsabilidad que implica el verdadero discipulado del amor. Asumir el proyecto de Jesús es arrepentirnos de nuestra indiferencia y convertirnos al cuidado de los más pequeñitos: los humildes, los pobres, los hambrientos, los que están fatigados y sobrecargados.
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