Propio 8 (A) – 2023
July 02, 2023
LCR: Jeremías 28:5–9; Salmo 89:1–4, 15–18; Romanos 6:12–23; San Mateo 10:40–42
¿Hemos escuchado la historia “El Regalo del Rabino”?
Trata de una antigua comunidad monástica que se encontraba en declive y en camino de su eventual cierre. Sólo quedaban cinco monjes, todos ellos mayores de 72 años. El abad, el líder de esta comunidad, compartió sus preocupaciones con su sabio amigo, un rabino que visitaba con frecuencia el monasterio. El rabino, que vivía la misma experiencia, dijo: “sí, entiendo tus sentimientos. Ya nadie visita mi sinagoga”. Así que abad y rabino se sentaron y leyeron las Sagradas Escrituras y lloraron juntos.
El abad pidió al rabino si podía ofrecer un consejo de ayuda para el monasterio que estaba a punto de desaparecer. El rabino dijo: “siento mucho no poder darte un consejo, lo único que puedo decirte es que el Mesías es uno de ustedes y está entre los monjes de tu monasterio”. El abad regresó al monasterio y compartió esa noticia con el resto de los monjes diciéndoles que el Mesías estaba entre ellos. De repente, todo comenzó a cambiar. A medida que los monjes pensaban que entre sus hermanos podría estar Cristo comenzaron a cuidarse unos a otros de una nueva manera: se trataban con extraordinario respeto y sus oraciones, adoración y servicio se intensificaron; esto produjo un aura muy especial y santa que impregnó la atmósfera del lugar, rodeando a los cinco monjes y a todo el monasterio.
De pronto, el monasterio empezó a recibir visitantes que notaron este nuevo lugar sagrado, luego más personas quisieron unirse a ellos y se convirtieron en monjes novicios. Al final, la comunidad monástica empezó a prosperar, todo porque el rabino les ayudó a ver la verdad: que el Mesías, Cristo, estaba entre ellos.
En el evangelio de hoy escuchamos que Jesús les dice a sus discípulos que quien los acoge, acoge también a quien los ha enviado, es decir, al Mesías mismo. Algo tan simple como extender hospitalidad a un seguidor de Cristo tiene una profunda implicación: Dios es el beneficiario final. Lo que es interesante notar aquí es que la palabra en el texto griego es “recibir”, en lugar del verbo transitivo de bienvenida. Entonces Jesús está diciendo: El que los recibe a ustedes me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel quien me envió. La palabra recibir se usa seis veces en este pasaje.
Jesús va a abordar la recompensa para aquellos que extienden hospitalidad usando tres ejemplos: a los profetas, a las personas justas y, en tercer lugar, un caso bastante diferente, alguien sin un estatus social obvio, “uno de los más pequeños”. Este término se refiere no sólo a los niños que eran personas desprotegidas en la Palestina del primer siglo, sino a aquellos considerados inferiores y, por tanto, los más vulnerables. Estos “pequeños” harán eco en Mateo 25, donde los vulnerables son realmente Cristo en los más necesitados: los hambrientos, sedientos, desnudos, los prisioneros e incluso los extranjeros. La Madre Teresa de Calcuta en su libro “Palabras para amar” dice que todos los días nos encontramos a Cristo disfrazado de alguien con angustia, con una máscara de alguien afligido: en aquellos hambrientos no sólo de pan, sino de amor; en los desnudos no sólo por falta de ropa, sino por falta de dignidad humana y respeto; en los que viven sin hogar no sólo por falta de un techo sobre su cabeza, sino debido al rechazo que sufren.
¿Alguna vez nos hemos sentido así, hambrientos de amor, desnudos, carente de dignidad humana y respeto, sin hogar debido al rechazo? Sí, todos, de una u otra manera, alguna vez nos hemos sentido así. Sí, hemos sido rechazados, hemos sido testigos de esto dentro de nuestras familias, sociedad, comunidades e incluso en nuestras iglesias.
Pero, invirtiendo la pregunta ¿alguna vez hemos sido indiferentes con alguien? ¿hemos rechazado o ignorado a otro por verlo extraño o diferente? Tal vez hemos ignorado o rechazado a otros sin darnos cuenta. Parece que el rechazo y la exclusión se están convirtiendo en norma en nuestras sociedades y muchos de nuestros países. Sólo basta ver las noticas para percatarse de ello. Eric Law, sacerdote episcopal y autor, en su libro “Inclusión, haciendo un espacio para la gracia”, señala que tenemos una enorme cantidad de palabras disponibles en el diccionario para describir la exclusión, sin embargo, para la palabra inclusión sólo se hallan tres.
Entonces, ¿qué significa recibir a alguien, darle la bienvenida? No se trata sólo de esperar que vengan a nosotros y nos saluden. Dar la bienvenida en el nombre de Jesús no es sólo sonreír y estrechar la mano, es recibir plenamente a cualquier persona en medio de nosotros. En palabras de Stephanie Spellers (Canóniga del Obispo Presidente para el Evangelismo y la Reconciliación), dar la bienvenida significa compartir el poder con ellos. Acoger a alguien puede ser algo tan simple y profundo como dar a otro tu plena presencia. Dar la bienvenida a alguien, en el nombre de Jesús, es practicar realmente la hospitalidad. Esta hospitalidad no implica actos heroicos inusuales, sino actos ordinarios de bondad, como brindar una taza de agua fría.
Este regalo no alberga ninguna agenda oculta y no espera reciprocidad ni compensaciones. Volviendo a la historia del “Regalo del Rabino”, ¿qué pasaría si empezáramos a cuidar a nuestra familia, amigos y vecinos como si fueran el Mesías mismo? ¿qué pasaría si recibiéramos e incluyéramos a un extraño, su experiencia perspectiva como si fueran las experiencias y perspectivas del Mesías? Cuando extendemos nuestro límite para dar la bienvenida a “los pequeños, y al más pequeño de éstos”, que son miembros de la familia de Dios, estamos dando la bienvenida a Cristo, el Mesías, en medio de nosotros. Entonces, el mensaje de esta lección del evangelio es que al dar la bienvenida al otro estamos dando la bienvenida a Jesús mismo, no como una analogía sino como una verdad literal.
Cuando pasemos a la mesa para recibir el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, recordemos que Jesús está ahí presente, dándonos siempre la bienvenida, y que está esperándonos para recibirnos con los brazos abiertos.
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