Propio 6 (B) – 2024
June 16, 2024
LCR: Ezequiel 17:22-24; Salmo 92:1-4,12-15; 2 Corintios 5:6-10, (11-13), 14-17; San Marcos 4:26–34.
La parábola de la semilla de mostaza es una de las narraciones más conocidas y amadas en el contexto cristiano, y su popularidad a menudo eclipsa su profundo significado. Esta historia, compartida por Jesús en el Evangelio de Marcos, no es simplemente una lección sobre la importancia de lo pequeño; es una invitación a reflexionar sobre la naturaleza misma del Reino de Dios y nuestro papel dentro de él.
Esta parábola es una de las predilectas para la enseñanza infantil de la escuela dominical, y seguramente muchos conocen de memoria alguna que otra canción que se ha compuesto sobre ella, como ésa que dice: “si tuvieras como un granito de mostaza, eso lo dice el Señor…”.
Para escuchar un mensaje nuevo de esta porción del Evangelio hay que prestar atención muy intencionada, hay que escuchar con los oídos y con el corazón. El grano de mostaza, como ilustración, juega un papel esencial en la parábola por su tamaño diminuto y aparentemente insignificante. En un mundo lleno de incertidumbre y confusión, es natural que nos preguntemos por qué el Reino de Dios, esa manifestación divina de amor y gracia parece a menudo tan distante e invisible.
Imaginemos una pequeña semilla de mostaza, apenas visible en la palma de la mano. Esta semilla, tan diminuta y aparentemente insignificante, es la metáfora perfecta para los seguidores de Jesús. Son un grupo de personas prácticamente itinerantes, con sus propias dudas y miedos, incapaces de comprender completamente el mensaje de Jesús. Aun así, Dios los llama, los escoge, usa sus fuerzas, sus talentos e incluso sus debilidades para proclamar el Reino de amor que Dios ha querido para sus hijos desde la creación del mundo.
La parábola de la semilla de mostaza nos enseña que el Reino de Dios no depende de grandeza o fortaleza aparente, ni de la perfección de sus seguidores como muchas veces nos han querido hacer creer. Por el contrario, la parábola se construye sobre la base de lo pequeño, humilde y aparentemente insignificante. Dios toma la semilla más pequeña y la transforma en una planta grande y frondosa que proporciona sustento y refugio a todos. De la misma manera, nuestras vidas aparentemente insignificantes, pueden hacer una gran diferencia si las vivimos para el Evangelio, si las vivimos con intención, si confiamos en que de lo más pequeño Él puede hacer cosas grandes.
Esta parábola aterriza en la realidad a la vez que estimula a los seguidores de Jesús, los de ayer y hoy, y nos recuerda que nuestra fe no tiene que ser grande o poderosa para ser significativa. Dios puede y va a usar, incluso nuestras dudas y temores, para llevar a cabo su plan de salvación. Todo lo que se necesita es un poco de fe, sólo un poco, y Dios se encargará del resto.
Pero esta parábola también nos desafía a mirar más allá de las apariencias y confiar en el poder y fidelidad de Dios, no en los nuestros. Aunque el Reino de Dios pueda parecer pequeño e insignificante en el presente, Jesús nos asegura que está creciendo constantemente, incluso cuando no podemos verlo a simple vista, cuando los desafíos y los dolores que enfrentamos en esta vida mortal y quebrada nos quieran hacer creer lo contrario.
La alusión al día de la cosecha también merece nuestra atención. Jesús nos advierte que habrá un día de cosecha, cuando Dios separará a los justos de los injustos. Esta división no será arbitraria, sino que reflejará el estado del corazón humano y la respuesta a la gracia y amor de Dios. Pero no es un día al que debamos temer, sino un día que debemos anhelar, porque el juicio final y el amor de Dios no son cosas separadas ni contradictorias sino que van juntas.
Como discípulos de Jesús, se nos llama a vivir en la luz de esta verdad. El llamado es siempre a perseverar en la fe, confiando en que Dios está obrando en nuestras vidas y en el mundo, incluso cuando no podamos verlo claramente, cuando parece que nada ocurre. Hay momentos de silencio y de espera que no resultan muy alentadores; sin embargo, son necesarios y pueden ser provechosos, porque en esos momentos de sólo ser y estar, Dios también está obrando y la semilla no deja de crecer.
Este tiempo después de Pentecostés, cuando las grandes festividades litúrgicas han pasado (Cuaresma, Pascua, Pentecostés), es un período largo que va hasta la festividad de Cristo Rey (antes de comenzar el nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento). La belleza del tiempo después de Pentecostés es que nos desafía e invita a ver las muchas maneras en que Dios obra en nuestra cotidianidad, en el día a día, en lo ordinario, del mismo modo en el que día a día la semilla crece y se transforma, ganando fuerza y vitalidad hasta germinar y estar lista para la cosecha.
Es importante estar alerta y preparados para el día de la cosecha, asegurándonos de que estamos del lado de aquellos que han recibido el Reino con humildad y obediencia, asegurándonos de que pusimos nuestra fe, nuestras dudas, incluso nuestros desafíos al servicio del Rey y su reino. La eternidad que Dios nos ha prometido ya comenzó, y ver la obra de Dios crecer y fortalecerse en nuestras vidas cada día, y en cada detalle, es un proceso hermoso.
En última instancia, la parábola de la semilla de mostaza nos desafía a reflexionar sobre nuestra relación con el Reino de Dios, con nosotros mismos y con los demás, como Iglesia, como pueblo de Dios. Algunas preguntas pueden guiarnos en la reflexión para ayudarnos a pensar en la riqueza de esta tan bien conocida y a la vez significativa parábola: ¿Estamos creciendo en nuestra fe y confianza en Dios o estamos estancados? Si estamos estancados ¿qué nos está deteniendo? ¿el desaliento, la incredulidad, una experiencia desfavorable de la que no conseguimos salir o la desconfianza? ¿Estamos viviendo con anticipación el día de la cosecha o estamos distraídos por las preocupaciones y los placeres temporales de este mundo? ¿Es el día de la cosecha un día al que tememos o uno que ansiamos con anhelo y esperanza? Responder estas preguntas puede decir mucho de nuestra salud espiritual, puede ayudarnos a recalibrar.
Que esta parábola nos inspire a abrazar nuestra pequeñez y a confiar en el poder transformador de Dios. Que podamos ser como la semilla de mostaza, creciendo en fe y confianza cada día, hasta que llegue el momento de la cosecha y nos encontremos ante el trono de Dios. Que podamos ser como el labrador que confía en el crecimiento constante de la semilla, sabiendo que el poder y la fidelidad de Dios están obrando en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea.
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