Propio 7 (A) – 2023
June 25, 2023
LCR: Jeremías 20:7–13; Salmo 69:8–11, (12–17), 18–20; Romanos 6:1b–11; San Mateo 10:24–39
¿Has tenido alguna vez la oportunidad de decir una verdad que nadie quería escuchar? ¿Cómo reaccionaron los demás? ¿Se sorprendieron por lo que dijiste? ¿Te mandaron que te callaras? ¿Te ignoraron?
El evangelio de hoy nos presenta a un mensaje radical: Jesucristo manda a sus discípulos que sean un poco como agitadores callejeros, o tal vez un poco como los activistas de nuestro día que denuncia a todo pulmón la corrupción de las corporaciones o del gobierno. Dice Jesús: “No tengan, pues, miedo de la gente. Porque no hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Lo que les digo en la oscuridad, díganlo ustedes a la luz del día; y lo que les digo en secreto, grítenlo desde las azoteas de las casas”.
Y, en contraste con la imagen que solemos tener de Jesucristo como el gran maestro de la paz y el amor, Jesús ahora declara: “No crean que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra. He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra”. ¿Por qué diría Jesús que ha venido a traer guerra? ¿Será este el mismo Jesús que cinco capítulos antes, en el mismo evangelio de Mateo, nos había dicho que no seamos vengativos, que si alguien nos pega en la mejilla derecha debemos ofrecerle también la izquierda? Lo que Jesús está describiendo es el efecto que declarar verdades duras puede tener sobre la gente. La verdad puede hacer que se enojen y traten de hacernos callar; incluso, que nos metan en la cárcel, nos torturen y hagan desaparecer.
Hay muchos ejemplos de cristianas y cristianos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, se atrevieron a declarar la verdad y fueron castigados. Para la gente latina, uno de esos ejemplos proviene de Europa. En el siglo 16 se produjo una profunda transformación cuando Martín Lutero y otros líderes de la iglesia empezaron a criticar ciertos aspectos de la tradición católica. Esas críticas enfurecieron a la jerarquía de la iglesia y a muchos gobiernos. Una de las cosas que los reformistas querían era permitirle a la gente leer la Biblia en su lengua materna. En la iglesia católica, la misa se celebraba siempre en latín y la única lengua en que se podía leer la Biblia también era el latín. Solamente la gente poderosa, los sacerdotes y quienes habían ido a la universidad podían entender. El cambio comenzó con algunos líderes religiosos que empezaron a traducir la Biblia a las lenguas nacionales. William Tyndale fue uno de ellos: en 1526 publicó el Nuevo Testamento al inglés, pero nueve años más tarde fue capturado por las autoridades, que lo condenaron, ahorcaron y quemaron en la hoguera.
En 1543, Francisco de Enzinas, un español de Burgos, publicó la primera traducción al español del Nuevo Testamento. Y aunque él sabía muy bien que las autoridades del imperio habían ejecutado a Tyndale en la hoguera, pidió una audiencia con el emperador Carlos Primero para presentarle su traducción. Carlos Primero era el hombre más poderoso del mundo. Su imperio incluía Holanda, Alemania, Austria, España y el norte de Italia. En América, era dueño de todo el imperio español, desde Florida hasta el Río de La Plata. La entrevista entre Carlos Primero y Francisco de Enzinas no terminó bien: el emperador mandó encarcelar a Enzinas. Es probable que lo hubieran ejecutado, pero a los dos años de estar preso, Enzinas logró escapar. Su traducción del Nuevo Testamento es un tesoro de la lengua española. Influyó profundamente muchas de las traducciones que le siguieron, aun hasta nuestros días. Francisco de Enzinas es un ejemplo de declarar la verdad sin miedo. Su valentía fue una bendición para los millones de personas que hoy leen la Biblia en español.
Como episcopales respetamos la dignidad de toda persona. ¡Jesús nos recuerda en el versículo 39 que Dios tiene contados aun los cabellos de nuestra cabeza! Por eso es muy preocupante ver cuando gente abusiva atenta contra la dignidad humana; a veces eso se hace burlándose de las personas porque son gordas, diferentes, o extranjeras. Especialmente atentamos contra la dignidad humana cuando usamos violencia o cuando actuamos con crueldad.
¿Has tenido alguna vez la valentía de alzar la voz cuando presenciaste un acto de injusticia? En el año 2014, un grupo de estudiantes del estado de Guerrero iban en un autobús a la ciudad de México para conmemorar el aniversario de la terrible masacre de Tlatelolco. El autobús fue interceptado por la policía y esos 43 estudiantes desaparecieron. Por años venían despareciendo miles de personas en México. Por ejemplo, muchos periodistas habían sido asesinados por atreverse a denunciar a los cárteles del narcotráfico. Pero la desaparición de esos 43 estudiantes llevó a millones de personas a protestar y confrontar a las autoridades del gobierno. A pesar de que los poderosos intentaron esconder la verdad, la investigación empezó a revelar un sistema de abuso y corrupción que involucraba al gobierno, la policía y los cárteles del narcotráfico. Gracias a las demostraciones de las madres de los desaparecidos y muchas otras personas, ahora hay una nueva conciencia en México sobre cómo se ha violado la dignidad humana con extorsiones, secuestros, torturas y ejecuciones.
La corrupción es global. Existe no sólo los cárteles, sino también, en mayor o menor medida, en gobiernos, corporaciones e instituciones y, a veces, hasta en la iglesia. Pero nosotros sabemos que esa corrupción no va a durar para siempre. Dice Jesús en el versículo 26: “No hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse”. Como cristianos tenemos que tomar parte activa en esa renovación para que el mundo se inunde con la verdad. Según el libro de Apocalipsis, esa transformación va a culminar con un cielo nuevo y una tierra nueva.
Jesucristo nos llama a ser valientes. Eso puede significar muchas cosas diferentes según quiénes seamos y cuál sea nuestra situación. Ser valientes no significa necesariamente que todos tengamos que arriesgar la vida o confrontar a las autoridades. Sin embargo, el llamado de Jesús se extiende a toda persona cristiana. Y no olvidemos lo que dice el versículo 24: Para Dios, todos tenemos la misma dignidad: profesoras y alumnos, jefes y empleadas; podríamos agregar: sacerdotes y feligreses, colombianas y venezolanas, hombres y mujeres, niños y ancianos. Cuando sintamos que es el momento correcto confrontemos las injusticias y declaremos la verdad con valentía.
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