Sermones que Iluminan

Propio 5 (B) – 2024

June 09, 2024

LCR: Génesis 3:8–15; Salmo 130; 2 Corintios 4:13–5:1; San Marcos 3:20–35

¡Con cuánta frecuencia tratamos de poner nuestras miopes visiones del mundo y de Dios como verdad irrefutable!: “los necesitados son responsabilidad del gobierno”, “los inmigrantes quitan el trabajo a los nacionales”, “la comunidad LGBTI+ es algo antinatural y repugnante a los ojos del Señor”, “Dios habla sólo a través de tal o cual iglesia o religión”, “éste es el pueblo de Dios y los demás deben desaparecer”, “el planeta nos fue dado para que lo explotáramos” … El ser humano se halla inmerso en un sinnúmero de prejuicios y prácticas que muchas veces justificamos con argumentos convincentes que nos seducen a alejarnos de la práctica de la misericordia, del respeto a los demás, de la vivencia de los valores, de la empatía, del cuidado del planeta e incluso nos tientan a alejarnos de Dios y del mensaje de Jesús.

Se trata de aquella “voz” que nos rodea y logra que pensemos y actuemos de maneras contrarias a la voluntad de Dios y las enseñanzas de Jesús: “la serpiente me engañó, y por eso comí del fruto” -dice la mujer en el libro del Génesis en las lecturas de este domingo-. También decimos que el “diablo” nos hace mentir, engañar, nos convence de que hacemos lo correcto cuando no es así (como con Adán y Eva).

Y es que ¿no hubiese sido más fácil que Dios simplemente no hubiese puesto aquel árbol? ¿Para qué ponerlo allí si luego lo iba a prohibir? En el libro del Génesis se lee: “¿Acaso has comido del fruto del árbol del que te dije que no comieras?”. Se podría pensar que se trata de un Dios tentador, que pone trampas. ¡Atención! Dios no es tentador, el “diablo” es el tentador/calumniador. El árbol del que está prohibido comer es la imagen de la libertad: ¿Cómo podríamos ser libres si no tenemos la posibilidad de elegir? Pensémoslo. Si está determinado todo lo que podemos hacer no seríamos libres, obraríamos por instinto y no nos diferenciaríamos de las demás criaturas. Si el mal no existe no tendríamos la posibilidad de escoger hacer el bien. Todo bien nos ha sido dado, pero debemos optar por él.

Pero hemos optado por aquel árbol. Baste ver lo que hemos hecho los seres humanos cuando no hemos ejercido bien nuestra libertad, cuando hemos ido más allá de los límites de nuestro señorío simbolizado en el árbol prohibido: guerras, destrucción, extinción, explotación, opresión, engaño, discriminación, muerte. No todo lo que es materialmente posible de realizar es éticamente realizable, y hay situaciones donde no nos debemos exceder, aun cuando tengamos el conocimiento de poder hacerlo. Por esto, cuando caemos en cuenta del abuso nos sentimos desnudos, desnudas y al descubierto, es decir, avergonzados y avergonzadas ante Dios, pues reconocemos nuestras malas decisiones. La humanidad ha de respetar ese árbol, el límite que Dios nos ha puesto, y saber discernir la voz del tentador que nos convence de que es correcto aquello que no lo es. ¿Qué serpientes y qué frutos han sido el objeto de las tentaciones a través de la historia de la humanidad?

En el evangelio de Marcos las autoridades religiosas cuestionan la divinidad de Jesús por las obras milagrosas que realiza. Incluso esas autoridades deducen que Jesús mismo está operando en nombre del diablo, de Beelzebú, al decir: “es quien le ha dado a este hombre el poder de expulsarlos”. ¡Qué difícil distinguir la obra de Dios para estas autoridades religiosas! Y ¿Cómo reconocer la voluntad de Dios si hasta la misma familia de Jesús dudaba de él? Sus parientes quisieron impedir su misión bajo el pretexto de que se había enloquecido: “Cuando lo supieron los parientes de Jesús, fueron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco… llegaron la madre y los hermanos de Jesús, pero se quedaron afuera y mandaron llamarlo”. Se trata de una clara confusión entre el discipulado, la voluntad de Dios y quienes parecen ser los más cercanos a Él.

No nos debe extrañar. Seguramente, como estas autoridades religiosas y los familiares de Jesús, a muchos de nosotros nos puede costar comprender cuando Dios está obrando en nuestro cotidiano o nos puede costar diferenciar cuando en realidad se trata de la voz de la serpiente o de Satanás llevándonos a comer del fruto del árbol prohibido: “señor contador haga que los informes contables y los impuestos reflejen una cantidad menor para beneficio de todos en la empresa”, “cuélese en el transporte público, pues ellos ganan demasiado dinero”, “¿en la tienda o almacén le dieron más dinero de cambio? Quédese con él que a usted le hace más falta o tal vez sea un dinero que Dios le mandó”, “hagamos trampa o sobornemos que al final es para el bien de todos”, … ¡Sabemos en nuestros corazones lo que hacemos y decimos, pero a veces ignoramos esa vocecita del Espíritu Santo que nos indica lo correcto y disfrazamos de voluntad de Dios la voz del Diablo!

La clave para distinguir la voluntad de Dios de la tentación nos la da Jesús mismo y la escuchamos en el evangelio de este Domingo: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?… Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. En estas palabras encontramos el verdadero discernimiento, y cualquiera que pone en práctica el mensaje del Reino de Dios forma parte de la familia del Señor.

Hermanos y hermanas, como nos dice Pablo su segunda carta a la congregación de Corinto: “las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas”. Acostumbrémonos a discernir porque muchas veces lo que proviene de Dios es invisible. Valores como el amor, la misericordia, la solidaridad, el espíritu de acogida, el perdón… solamente son visibles a través de la práctica. La única forma de entenderlos y vivirlos es a través de nuestras acciones en la vida cotidiana y en el bien que podemos practicar. De otra manera, permanecen invisibles, como conceptos, palabras o definiciones atractivas.

En este tiempo de Pentecostés, que estamos comenzando, pidamos al Espíritu de Dios el discernimiento para que nuestras decisiones sean inspiradas por la luz y no por la serpiente; pidamos que nos dé las herramientas para atender la voluntad de Dios y seamos así parte de la familia del Señor.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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