Pentecostés 24 (B) – 7 de noviembre de 2021
November 07, 2021
LCR: 1 Reyes 17:8–16; Salmo 146; Hebreos 9:24–28; San Marcos 12:38–44
Cuenta la leyenda que en el siglo XIX un estudiante alemán fue una noche al teatro a oír una sinfonía de Beethoven, quien era en esa época el compositor más famoso de toda Europa. Dicho joven, estudiante muy pobre, compró un boleto para “el gallinero”, es decir, los asientos más altos, baratos y alejados del escenario. Para su gran sorpresa, cuando el concierto estaba por empezar, el joven reconoció a alguien que llegó y se sentó a su lado: era el mismo Beethoven.
Cuando el concierto terminó, el público se puso de pie y empezó a aplaudir a la orquesta, pero Beethoven seguía en el gallinero, sin que nadie lo notara. El estudiante entonces le preguntó: “Maestro, ¿por qué no baja al escenario para que todos lo vean?”. Beethoven le contestó: “Es que no vine para que el público me aplauda, sino para escuchar el concierto; estoy a punto de publicar esta sinfonía y, antes de hacerlo, quiero ver si puedo hacer algo para mejorarla”.
El evangelio de hoy nos presenta dos imágenes totalmente contrapuestas: por un lado, la de los maestros de la ley, a quienes les gustan vestirse con elegancia y sentarse donde todos los puedan ver; y por el otro, la humilde viuda, quien pone en el cofre de ofrendas unas moneditas que son todo lo que ella tiene.
¿Reconoces a veces a esos “maestros de la ley” de los que habla Jesús? Tal vez los hayas visto alguna vez en la televisión. Son hombres y mujeres que van con trajes y vestidos elegantes; se sientan en los primeros asientos para que todos los vean y las cámaras los filmen. En la historia del mundo, algunos de estos falsos maestros han aparecido vestidos con las coronas de los reyes, los trajes y corbatas de los políticos, la ropa de moda de las celebridades, las togas de los jueces o los uniformes de la policía y los militares. Tristemente, algunas veces estos falsos maestros también han aparecido con una Biblia en la mano o con vestimentas religiosas bordadas con oro y plata; muchos parecen adictos al exhibicionismo.
Después de condenar a esos falsos maestros de la ley, Jesús celebra el ejemplo de una pobre viuda que pone en el cofre de la ofrenda unas pocas moneditas; esas moneditas, dice Jesús, valen más que un gran tesoro, porque esa mujer está dando todo lo que tiene.
¿Reconoces a esas viudas que van por el mundo consagradas a hacer lo bueno? En marzo del 2020, cuando el covid-19 empezó a azotar al mundo entero, muchos países se dieron cuenta de que necesitaban urgentemente mascarillas (a veces llamadas “barbijos” o “tapabocas”). En muchas ciudades se organizaron grupos de mujeres que empezaron a confeccionar esas mascarillas y donarlas, no sólo entre familiares y amigos, también a hospitales y personal de emergencia. Estos grupos de voluntarias surgieron espontáneamente en España y en toda América Latina, desde México hasta la Patagonia. ¡Se salvaron miles de vidas gracias a estas “ofrendas de la viuda”!
Como pueblo cristiano, nosotros celebramos estas ofrendas de la viuda, pero dichas celebraciones entrañan un peligro: ¡creer que son solamente las viudas las que tienen que hacer estas ofrendas! Afortunadamente, cuando ocurrió la crisis de covid-19, no fueron solamente mujeres viudas las que se pusieron a confeccionar mascarillas: muchas mujeres jóvenes y hombres de todas las edades siguieron el ejemplo de las viudas y también se pusieron a coser.
La invitación de la Iglesia es que todas y todos demos ofrendas generosas, no sólo sirviendo a la comunidad donde vivimos, sino también donando nuestro tiempo, talento y tesoro a la Iglesia. Sin embargo, las palabras de Jesús en el versículo 44 establecen un ideal que nos podría parecer casi imposible de alcanzar: “todos dan lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.” ¿Sería posible darle a Dios “todo lo que tenemos para vivir”?
Jesús no creía que todos los maestros de la ley fueran malos y arrogantes. De hecho, en el mismo capítulo 12 de Marcos, Jesús tiene un encuentro con un maestro que sí parece entender la ley. Dicho maestro le pregunta a Jesús cuál es el primero de todos los mandamientos. Jesús le responde: “El primer mandamiento es… ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. Pero hay un segundo: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Ningún mandamiento es más importante que éstos.” El maestro entonces le responde a Jesús: “Muy bien, maestro. Amar a Dios y al prójimo vale más que todos los sacrificios que se queman en el altar”.
El mensaje de Jesús no es que no debemos dar ofrendas, sino que todo lo que damos y hacemos debe ir acompañado de un cambio de corazón; ese cambio consiste en amar a Dios con toda nuestra fuerza y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es ese cambio de corazón el que nos acerca al ideal de darle a Dios “todo lo que tenemos para vivir”.
¿Dónde nos sentamos en el concierto de nuestra vida? ¿Bajo las luces del escenario para que todos nos admiren y aplaudan? ¿O en un sitio más humilde y silencioso, buscando siempre la manera de ser mejores?
Dentro de tres semanas empieza el Adviento, que es el tiempo en que nos preparamos para recibir a Jesús. Que esos preparativos no se basen en gastar dinero, ni en ponerse vestidos costosos, ni en mostrarle a los demás qué grandes que somos; que sean preparativos humildes, buscando maneras de ser mejores seguidores de Jesús.
Nuestra ofrenda verdadera empieza con un cambio de corazón. ¿Estás listo para cambiar tu corazón? ¿Cómo te vas a preparar a ti mismo para recibir a Jesús?
Hugo Olaiz es editor asociado de recursos latinos/hispanos para Forward Movement, una agencia de la Iglesia Episcopal.
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