Propio 25 (B) – 2024
October 27, 2024
LCR: Jeremías 31:7–9; Salmo 126; Hebreos 7:23–28; San Marcos 10:46–52
Marcos nos muestra un pasaje centrado en su preocupación por la idea del seguimiento de Jesús. En el camino a Jerusalén los discípulos reciben luz sobre los padecimientos y sufrimientos que su Maestro habrá de enfrentar en Jerusalén (Marcos 10:32-34). Sin embargo, según el relato anterior a éste, el concepto de Mesías que tenían sus discípulos los inducía a pensar sólo en términos de gloria; Santiago y Juan, preocupados por el lugar que habrían de ocupar en la gloria venidera, son el ejemplo de aquellos que no son capaces de comprender en profundidad el costo del discipulado.
En los evangelios se utiliza el concepto de “el camino” para describir a los seguidores de Jesús. El camino es, sobre todo, el lugar en donde los discípulos reciben las lecciones del reino. Quien quiera seguir a Jesús no comprenderá en profundidad lo que significa ver la vida desde el camino si pretende observarla desde la orilla.
Camino a Jerusalén, Jesús y sus discípulos llegan a Jericó -ésta era una de las rutas acostumbradas hacia Jerusalén y debido a que la pascua se acercaba no es extraño que “una gran multitud”, probablemente de Galilea, estuviese siguiendo a Jesús-. Junto al camino, por donde pasaban los más ilustres maestros de la Ley hacia la fiesta de la pascua, estaba sentado un ciego en quien las posibilidades de un minuto de misericordia por parte de los transeúntes eran escasas; estaba sentado junto al camino mendigando. En esos días era común la presencia de mendigos en las afueras de la ciudad.
Marcos es el único de los sinópticos que nos dice que el nombre del ciego era “Bartimeo”. Bartimeo comenzó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Esta confesión contiene el primer reconocimiento público de Jesús con el título real de Mesías. Paradójicamente, Jesús, que había anunciado la venida inminente del reino de Dios (Marcos 1:14-15), habría de reinar en Jerusalén, pero lo haría desde la cruz (15:26). El reclamo del ciego: “Ten misericordia de mí” implica que su situación era deplorable. Como era usual en aquellas tierras, los mendigos apelaban a la piedad de los peregrinos. A pesar de que muchos lo reprendían para que se callase (v.48), Jesús no prohíbe que el ciego use el título mesiánico porque el tiempo del “secreto mesiánico” ha pasado. Ahora que se encamina a Jerusalén, acepta dicho título abiertamente ante la multitud. Bartimeo sigue solicitando compasión con mayor fuerza.
Marcos da un giro a la escena. Hasta el momento Jesús es el centro del relato: “Hijo de David”, “Jesús se detuvo, y dijo: Llámenlo”; Jesús pide a quienes reprenden al ciego que lo saquen del margen del camino; invitan al ciego a llenarse de valor gozoso y le dicen: “Ánimo, levántate; te está llamando”. La acción de Bartimeo de arrojar su capa y dar “un salto”, representa una actitud decisiva del ciego. Se quita el manto y corre de prisa a Jesús. “¿Qué quieres que te haga por ti?”, pregunta Jesús. Lo que Jesús quiere no es sólo sanar a este hombre, sino además entrar en una relación personal con él, para que de este modo su fe sea más que meramente “milagrosa” y Bartimeo pueda glorificar a Dios como realmente habría de suceder. El ciego es específico en su petición: “Maestro, quiero recobrar la vista”.
Pero la sanación trasciende lo físico. Jesús le dice: “Puedes irte; por tu fe has sido sanado”; y la vista del hombre le fue restaurada, pero no sólo eso, el ciego “siguió a Jesús por el camino”. Bartimeo no sólo ha logrado la visión corporal, sino que, mediante su fe, ha conseguido el acceso a Jesús, quien es capaz de salvarlo. Marcos enfatiza esta unión personal realizada en la fe: el que en otro tiempo fuera ciego se convierte en seguidor de Jesús. Marcos nos muestra la ironía de un hombre ciego que tiene perspectiva espiritual mientras que muchos que podían ver, incluyendo a los líderes religiosos, eran ciegos espiritualmente. El mendigo de Jericó es para Marcos verdaderamente un creyente porque alcanzó la verdadera orientación de su fe.
Bartimeo como seguidor es auténtico “discípulo”. De ahí que el camino que inicia acompañando a Jesús es el camino a la pasión. El anunciante del reino, Jesús, se ha convertido en el anunciado. Son ahora sus palabras y acciones las que se proclaman como Buena Nueva. Luis Alonso Shökel, en la Biblia del Peregrino, comenta al respecto: “El ciego, al dejar su manto, deja tras de sí una ‘vieja’ vida para asumir una nueva detrás de Jesús. Quien estaba al margen del camino, ahora sigue a Jesús, que es el camino”.
El don de la vista es uno de los más preciosos que hemos recibido. Mediante la vista podemos contemplar las maravillas de la creación de Dios. La vista nos permite caminar, correr, saltar y evitar toda clase de tropiezos y, sobre todo, ser independientes. Sin embargo, este regalo divino no es capaz de perforar en la densa nube de dudas y problemas existenciales que a veces se presenta ante nosotros. A esas cuestiones vitales no somos capaces de responder con una visión física y nos vemos obligados a caminar a tientas, pero con fe.
El mayor don que Bartimeo recibió no fue el de la vista física, sino el de una visión interna que lo aclara todo. Santa Teresa de Jesús confiesa repetidamente en sus obras que con los ojos del alma se puede ver mucho mejor que con los del cuerpo. Puede que nosotros nos hayamos encontrado a veces ante nubarrones que han entorpecido nuestro caminar, puede que hayamos conocido a Dios “sólo de oídas”, ya es hora de superar toda esa superficialidad y pedirle al Señor que nos dé una fe profunda que nos aclare nuestro caminar por este planeta.
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