Propio 24 (A) – 2023
October 22, 2023
LCR: Isaías 45:1–7; Salmo 96:1–9, (10–13); 1 Tesalonicenses 1:1–10; San Mateo 22:15–22
A muchas personas no les gusta asistir a la iglesia. Dentro de las muchas razones, está el hecho de que algunos textos bíblicos suelen tener un tono “regañón”. Casualmente, este domingo es distinto. Pablo, quien con frecuencia está regañando a los cristianos de las diferentes ciudades a las cuales evangelizó, hoy está reconociendo en su carta, cómo los cristianos de Tesalónica son especiales porque al abandonar los ídolos y confesar al único Dios, se han convertido en un ejemplo para muchos en Macedonia y Acaya. Es más, pareciera que el Pablo del cual siempre tenemos noticias se ha levantado en un buen día, porque continúa en un tono de agradecimiento y admiración hacia los tesalonicenses, quienes se caracterizan por vivir las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Amor; yendo un poco más lejos, les añade unas características particulares: la fe es activa, el amor es servicial y la esperanza es fuerte en medio de los sufrimientos.
Este texto tiene que ser para nosotros inspirador. Es posible ser buenos cristianos, que nos convirtamos a Dios, que volvamos nuestros ojos a él y le sigamos de verdad. Ya hemos hecho un gran trabajo, un ejemplo es el estar aquí, en esta celebración, reconociendo con fe que Jesús resucitó y que él da sentido a nuestras vidas. Estamos reunidos en comunidad porque nos amamos los unos a los otros y no reconocemos que sea suficiente orar en las casas durante la semana, sino que tenemos que orar en comunidad. Finalmente, tenemos la esperanza de transformar el mundo y gozar de la vida eterna.
Pero, como buen texto inspirador, también tiene que ponernos retos. No podemos contentarnos con tener fe, debemos tener una fe activa como la de la comunidad de Tesalónica; debemos orar a tiempo y a destiempo y, cuestionar, desde la fe, estructuras de injusticia en nuestro cotidiano. Nuestra fe debe hacerse activa en el momento en que votamos, cuando nos manifestamos con respecto a lo favorable o desfavorable de las leyes. Nuestra fe no se tiene que evidenciar aquí, en el domingo, cuando nos reunimos para orar; esta fe tiene que iluminar nuestra vida cotidiana, las decisiones que día a día tomamos.
Desde esta perspectiva, una fe activa nos debe llevar a un amor servicial. Si tenemos fe debemos amar a todas las personas y servirlas. Empecemos por servir y ayudar a todos aquellos que hacen parte de nuestra comunidad de fe. Hay ocasiones en que no sabemos qué dificultades atraviesan quienes están con nosotros en la celebración dominical; lo más curioso es que compartimos con ellos un saludo de paz y seguramente nos sentamos juntos durante la hora del café. Debemos ir un paso adelante, conocer sus vidas y buscar opciones a través de las cuales podamos ayudarlos en sus necesidades. Esto sin perder de vista a quienes están fuera. Pensemos cuánta necesidad hay en este momento en nuestro barrio o ciudad y en cuánto bien pudiéramos hacer si nos animáramos a hacer que nuestro amor fuera más servicial de lo que ya es.
Este amor servicial y la fe activa deben estar acompañadas de una esperanza fuerte. Los tiempos que vivimos son difíciles: dificultades económicas, problemas familiares, inseguridad laboral, violencia en nuestros países y un ambiente tenso a nivel internacional que nos hace pensar en un futuro de hambrunas, guerras y crisis medioambiental profundizada por el cambio climático, que nos plantean un panorama muy fácil. Sin embargo, en medio de esas dificultades, debemos permanecer con una esperanza fuerte, porque Dios está con nosotros y está transformando el mundo a través de las buenas acciones que día a día realizamos. Pensemos en todas las cosas buenas que hemos hecho a lo largo de este año; Dios ha actuado a través nuestro y quiere seguir haciéndolo. Pensemos de qué manera podemos hacer que nuestra fe siga siendo activa, nuestro amor, servicial, y nuestra esperanza, fuerte en medio de las dificultades.
Por su parte, Jesús en el Evangelio responde a la pregunta de si se debe pagar impuesto al César, diciendo: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Se presenta aquí una oportunidad para hablar de un tema que es difícil en las comunidades: la mayordomía; nuestro compromiso de cuidar de nuestra iglesia y nuestra comunidad de fe y sus necesidades.
Así como somos muy puntuales con nuestras obligaciones civiles de pagar la renta o la cuota de nuestra casa, los servicios públicos, el mercado, impuestos, tarjetas de crédito y demás deudas, del mismo modo estamos llamados a cooperar con nuestra comunidad de fe. Y no hablamos solamente de “meter nuestra mano al bolsillo” para cooperar económicamente con nuestra comunidad, se trata de otras formas a través de las cuales podemos servir a Dios en la Iglesia. Pensemos en dar de nuestro tiempo, talento y tesoro.
Podemos dar a Dios lo que es de Dios a través de la Iglesia: donando parte de nuestro tiempo para ayudar a las acciones que realizamos cada día a favor de aquellos que más lo necesitan o para mantener en buen estado nuestras instalaciones o colaborando en las celebraciones; podemos donar talento: un contador público puede ayudar a llevar las finanzas de la Iglesia, un médico o abogado puede ser voluntario en programas de atención a la comunidad, un jardinero, plomero, decorador… puede ayudar con el cuidado de nuestro espacio de oración; y podemos donar tesoro, tal vez no dando el diez por ciento del ingreso mensual, pero sí dando con generosidad, desde nuestras posibilidades, para asegurar que podamos seguir transformando el mundo al estilo de Jesús, a través de nuestras acciones.
Pidamos a Dios, nuestro Señor, que nos ayude a seguir firmes en nuestra esperanza, activos en nuestra fe y serviciales en nuestro amor, compartiendo nuestro tiempo, talento y tesoro para construir en este mundo el Reino de Dios por el que tanto oramos en el Padre Nuestro. Amén.
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