Pentecostés 20 (C) – 23 de octubre de 2022
October 23, 2022
¿Recordamos la sensación de habernos sorprendido con un regalo inesperado?, ¿con un mensajero llamando a la puerta con un paquete que no pedimos?, ¿con un amigo o una persona desconocida ayudándonos en el momento que más lo necesitábamos?… ¿Recordamos la sensación de recibir algo maravilloso? Ahora, hagamos los interrogantes de manera opuesta: ¿Hemos experimentado realmente la sensación de dar?, ¿ese sentimiento que rodea todo nuestro cuerpo cuando damos un regalo a alguien?, ¿cuando damos nuestro tiempo para ayudar a un amigo o a un vecino necesitado?
En el evangelio de hoy podemos ver que un regalo, uno inesperado; es lo que el recaudador de impuestos recibe con su oración. Con frecuencia nosotros pedimos a Dios muchas cosas, a veces realmente no sabemos por lo que pedimos o pedimos lo que no necesitamos; pero, en esta parábola, el recaudador de impuestos sólo pedía misericordia. De esta manera se fue a su casa justificado ante Dios: Él oró: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”. Esta suplica hace eco al lamento del salmo penitencial, en el cual, el rey David, al reconocer su gran culpa, implora la misericordia de Dios después de que el profeta Natán vino a visitarlo reprochándole sus graves ofensas: ” Ten misericordia de mí, oh Dios, conforme a tu bondad; conforme a tu inmensa compasión borra mis rebeliones” (Sal 51). El rey David llora. La oración del recaudador de impuestos es muy corta, Jesús no nos dice más, salvo que estaba en el Templo, de pie y lejos, y no miraba hacia el cielo al golpearse su pecho. ¿Estaba avergonzado? ¿Se sentía culpable por su estilo de vida exprimiendo el dinero de los pobres?
Los recaudadores de impuestos -en la Palestina del primer siglo- eran vistos generalmente como personas deshonestas y corruptas; era gente muy rica que trabajaba en conjunto con el Imperio Romano que, a su vez, tenía subyugado al pueblo con una ocupación política y militar. Estos recaudadores, quienes en su mayoría eran judíos, pagaban una suma al Imperio por adelantado para poder así tener el permiso de recaudar impuestos; exprimían a sus hermanos de una forma abusiva e injusta. Por estos abusos y por colaborar con un imperio de gentiles, la sociedad judía los consideraba impíos.
Pues bien, estaba un fariseo orando, al mismo tiempo que un recaudador, en el Templo. Su oración, a primera vista, parece ser de acción de gracias; sin embargo, es una oración que no tiene sentido, gira en torno de él, sólo agradece a Dios que no es como las otras personas. Por “otras personas” significaba los pecadores: ladrones, adúlteras o recaudadores de impuestos. Este fariseo cree que él es tan justo que no necesita pedirle a Dios por nada. Al final, no recibe nada. Se fue a su casa no justificado ante Dios.
Pero ¿Por qué es que su oración no fue aceptada? Paul Tillich -un teólogo sistemático- entendió el pecado como separación. Nos dice que estar en un estado de separación es estar en uno de pecado. En este estado experimentamos separación de nosotros mismos, de nuestra comunidad y de Dios. En este estado de separación, Dios no es importante para nosotros, no queremos buscarle o estar disponibles para su encuentro. Perdemos a Dios como nuestro centro en el intento de ser el centro de todo. En este estado de separación, Dios no es nuestra prioridad.
El recaudador de impuestos entendió la naturaleza y las consecuencias del pecado. Con humildad reconoció su culpa, reconoció sus pecados y pidió misericordia; por su oración se vacío a sí mismo y permitió que Dios llenara ese espacio; él confió en que podría fiarse en un Dios misericordioso. Si, la humildad en nuestra relación con Dios y los demás es básica. Por la humildad nos conocemos y nos aceptamos a nosotros mismos con todas nuestras fortalezas y debilidades. Cuando somos humildes no tenemos que fingir algo que no somos o pretender que somos píos ante Dios. Reconocer nuestras culpas es dejar que Dios entre en este espacio incierto y confuso, y hacer que Dios lo llene con su gracia y misericordia.
Las buenas noticias en este evangelio hablan de la naturaleza divina. Dios no es un juez, es un amigo y un amante de la humanidad. Dios no busca condenar, sólo abrazar y envolvernos. Las buenas noticias hablan de un Dios que perdona a los pecadores y crea gente nueva. El recaudador de impuestos es un ejemplo de esto. En el acto en que confesamos en privado y en comunidad que hemos estado en la desesperación, rotos y separados, es donde verdaderamente nos arrepentimos por nuestros pecados, es cuando estamos envueltos en el amor y el perdón de Dios. Sólo en el momento en que reconocemos y aceptamos nuestra fragilidad, quebrantamiento y separación, podremos estar abiertos a ser sanados por la gracia y la misericordia de Dios.
¡Un regalo! ¡un regalo inesperado de misericordia es lo que el recaudador de impuestos recibió! La misericordia de Dios es un don gratuito y generoso; nunca termina, nunca puede ser agotada. La misericordia de Dios está ligada al perdón y al amor. Así que ¿Hemos sentido en nuestras vidas la necesidad de la misericordia de Dios? ¿Hay algo incompleto en nuestras vidas? ¿Estamos cansados o preocupados? ¿Tenemos una necesidad real? Dios está aquí, esperándonos con los brazos abiertos, listo para ayudarnos, listo para sorprendernos.
La gracia de Dios es más poderosa que cualquier realidad humana. Por la gracia y la misericordia de Dios, a pesar de nuestra naturaleza fragmentada y finita, siempre habrá una nueva creación. La invitación hoy es a confiar, a estar listos para ser sorprendidos. Dios, como el dador, a través de su inmenso amor, está siempre ahí, esperándonos para darnos su ser mismo en el amor.
El Rvdo. Alfredo Feregrino, es nativo de la Ciudad de México y obtuvo su Maestría en Divinidad en la Escuela de Teología y Ministerio en Seattle University donde obtuvo también el primer Dr. Rod Romney “preaching award”. Fue desarrollador de misión en una congregación bilingüe y bicultural en Seattle/Renton Washington y ahora es Rector Asociado en All Saints Church en Pasadena California donde está al cargo del desarrollo congregacional.
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