Sermones que Iluminan

Propio 5 (A) – 2023

June 11, 2023

LCR: [Semicontinuas] Génesis 12:1–9; Salmo 33:1–12; [Complementarias] Oseas 5:15–6:6; Salmo 50:7–15, Romanos 4:13–25; San Mateo 9:9–13, 18–26

“Lo que quiero es que sean compasivos.”

Este pasaje, en la narrativa del ministerio de Jesús, acontece entre Cafarnaúm y Magdala, dos ciudades con puertos importante en el mar de Galilea. En esa región encontramos historias importantes del ministerio de Jesús; allí todos los caminos y puertos nos conducen a él. Cafarnaúm fue, además, un centro importante de colección de tasas e impuestos para Roma, por tanto, lugar donde muchos vivían de la usura y de la opresión sobre los más pobres. Los recaudadores de impuestos eran personas prisioneras espiritualmente y su conducta era asociada con la corrupción. En este punto, es importante tener en cuenta quiénes son los que necesitan ser sanados, quiénes están atrapados por la ilusión del poder mientras crean jerarquías y dividen a las personas entre privilegiadas y oprimidas. Es ahí, precisamente, donde debemos poner más atención a lo que está pasando en el pasaje. ¿Quién es llamado por Cristo y quién llama a Cristo?

Hay una pintura en la Capilla del Encuentro, en Magdala, que describe en términos contemporáneos lo que debe haber pasado en ese momento. La capilla está dedicada a todas las personas que tienen un encuentro con Jesús. El piso es una joya arqueológica, pues se trata del original de ese mercado del primer siglo. ¡Imaginemos poder pisar las mismas piedras por donde Jesús caminó! ¡las mismas piedras desde donde Jesús llegó a la orilla y llamó a sus discípulos por su nombre! ¡las mismas piedras donde una mujer que sufría de hemorragias fue sanada sólo con tocar el manto de Jesús!

Esta mujer se hallaba en lo más bajo de quienes ya estaban abajo en la jerarquía social. Literalmente estaba en el piso, de donde no se podía levantar. Tiene que arrastrarse y hacerse un espacio para poder avanzar entre los pies de esos hombres que acompañaban a Jesús. Debió ser desesperante. Quizás esa mujer estaba llena de miedo de que la pisaran o patearan en una estampida; o quizá se entregó al destino del “pase lo que pase”, porque total no tenía nada que perder; o quizás un poco de todo: miedo, valentía, esperanza, desesperación. Ella, desde el piso y con todo el riesgo que eso implicaba, estira su brazo y sus dedos con la fuerza que le queda en el alma y el cuerpo, y con desesperación alcanza a tocar el ruedo del manto de Jesús. Y Jesús lo sintió.

Es posible imaginar una escena digna de ser categorizada como lo que pasa físicamente cuando un cuerpo poseído por Satanás es liberado. Es un momento muy poderoso, sorprendente; una fuerza liberadora imposible de pasar desapercibida. Quizás ese tocar del manto de Jesús haya tenido el mismo efecto poderoso de sus palabras al expulsar demonios. Quizás el demonio no tuvo más remedio que rendirse ante el poder sanador de Jesús y quizá fue precisamente esa “corriente de energía liberadora” la que Cristo sintió; esa energía poderosa le habría hecho saber lo que estaba sucediendo. Jesús ya lo había dicho al principio del texto: “los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos”.

Esta mujer desafió el statu quo y todas las otras cosas que los privilegiados creían de sí mismos y de las mujeres. Ella desafió las leyes religiosas de la pureza e ignoró su baja posición. En realidad, es muy difícil imaginarnos cómo debe haber vivido desde su categoría de “ninguneada”, como minoría, con su pertenencia a la clase más marginada. Las mujeres, y encima con hemorragia, eran lo más impuro de lo más impuro de acuerdo con las leyes religiosas que definían la pureza.

Esta mujer representa la perfecta oportunidad para demostrar compasión, misericordia y sanación. Jesús ya lo había hecho cuando invitó a los pobres y enfermos, y ahora cuando un líder religioso sale a su encuentro para pedirle esa compasión, misericordia y sanación para con su hija que acababa de morir. Este hombre creyó que Jesús le podía devolver la vida, que solamente él podía hacer semejante milagro. Por eso, esos pies y esas sandalias iban caminando rápido por aquel camino de piedras. Tenían prisa. Había que llegar lo antes posible al lugar donde el cuerpo de la niña yacía ya muerto, sin vida. Y a pesar de que las personas que preparaban el funeral eran escépticas, Jesús con su compasión, misericordia y poder sanador le devolvió la vida. ¡Una vez más con todo su poder y con toda su fuerza!

Al entrar a la Capilla del Encuentro se puede sentir, en los propios pies, la naturaleza rugosa de las piedras, y en aquella pintura, que sólo muestra pies apurados, sandalias de hombres fuertes y poderosos, nuestra propia mano estirada, como la de aquella mujer marginada, hacia el ruedo del manto de Jesús.

Esta capilla no es un lugar aislado que conmemora el valor de una mujer sin nombre, a quien sólo se la conoce como “la mujer que sufría de hemorragias por doce años”. Esta capilla es un espacio que honra, venera y recuerda a las muchas mujeres que fueron parte del ministerio de Jesús. Esta capilla está debajo de otra donde se conmemora el sermón de Jesús desde el bote de Pedro; allí hay doce imágenes de los discípulos (hombres) de Jesús -a pesar de que cuando se entra al atrio, se anuncia que esta entrada está dedicada a las mujeres que siguieron y sostuvieron el ministerio de Jesús-. En siete de las ocho columnas del atrio, están los nombres de las mujeres mencionadas en los Santos Evangelios, pero la última columna representa a todas las mujeres de fe a través de la historia, especialmente a todas las que fueron traumatizadas precisamente por su ser mujeres.

Esa columna sin nombre y la Capilla del Encuentro son dos espacios en donde todos y todas podemos reflexionar y experimentar la vulnerabilidad femenina en una sociedad patriarcal, autoritaria y machista; son dos espacios en los que podemos comenzar a redimir todos los lugares de abandono, abuso y desprecio; son espacios que nos permiten avanzar como pueblo de Dios caminando a su encuentro, quien con su compasión, misericordia y poder sanador nos une, fortifica, revive y perdona.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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