Sermones que Iluminan

Propio 22 (A) – 2023

October 08, 2023

LCR: Isaías 5:1–7; Salmo 80:7–14 LOC; Filipenses 3:4b–14; San Mateo 21:33–46

La parábola que escuchamos hoy, del evangelio de Mateo, es conocida como “La parábola de los labradores malvados.” La primera clave para entender esta parábola es comprender que estamos frente a una alegoría. La alegoría es, básicamente, un recurso literario donde lo representado tiene un significado simbólico.

Empecemos entonces por descifrar el significado simbólico que tiene esta parábola. El dueño del viñedo es Dios; el viñedo representa el mundo o, de modo más específico, la tierra de Israel; los labradores malvados representan a la humanidad o, más concretamente, al pueblo de Israel; los criados que el dueño envió en distintos momentos representan a los profetas tantas veces enviados al pueblo de Israel; el hijo del dueño, a quien los labradores mataron, representa a Jesús, el Hijo de Dios; y, finalmente, el pueblo al que se le dará la tierra para que produzca la debida cosecha, representa a la Iglesia, encargada de predicar y anunciar el mensaje de salvación.

Ciertamente, siempre hay más de un significado para el contenido simbólico de una alegoría tan rica en elementos como ésta. Lo importante es saber qué papel jugamos nosotros dentro de ella, quién nos representa mejor y cuál es el mensaje que tiene para cada uno.

Al principio de la historia todo es armónico. El dueño preparó un lugar perfecto: plantó el viñedo, lo cercó cuidadosamente, alistó un lugar donde hacer el vino y edificó una torre para vigilar el terreno; cualquier campesino estaría feliz y agradecido de que se le confiara un lugar así. Sin embargo, el patrón que se repetirá en la historia es el rechazo constante hacia todos los emisarios enviados por el dueño del viñedo; rechazo que evoluciona en desprecio, violencia y muerte.

El rechazo a Jesús como Mesías, como Hijo de Dios, se ubica justo en el corazón de esta parábola. Lo irónico -y ya no metafórico- es que es precisamente este rechazado y asesinado, es quien hace posible la salvación y la reconciliación entre los labradores malvados y el dueño del viñedo, es decir, entre Dios y su pueblo: “La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal”.

La primera enseñanza -difícil y quizá tristemente no ajena- que este texto nos deja, es que nosotros, como seguidores de Jesús, debemos esperar el rechazo; debemos saber que seremos rechazados de muchas maneras como lo fueron Jesús y los profetas. La historia ha demostrado que aquellos que siguen a Jesús deben estar dispuestos a lidiar con esto, incluso a veces, con la incomprensión de los más cercanos. El pasado miércoles, 4 de octubre, la Iglesia recordó a una de sus figuras más prominentes, de las más populares y conocidas del milenio pasado: San Francisco de Asís. Cuando Francisco decidió seguir a Jesús como su salvador y comenzó a actuar de acuerdo con la verdad del Evangelio, inmediatamente sufrió el rechazo de su familia, especialmente de su padre.

Pero la parábola no se limita a enseñarnos que debemos estar preparados para el rechazo, también deja implícita una alerta: la importancia de no rechazar; al hacerlo, encarnamos el papel de los labradores malvados. Hay muchas maneras de rechazar a Jesús; no sólo lo hacemos al no reconocerle como Señor y salvador, sino cuando rechazamos su mensaje, su evangelio y a nuestro prójimo. La historia ha demostrado que los seres humanos somos capaces de hacer cosas terribles a los demás, sobre todo cuando los consideremos inferiores a nosotros. San Francisco de Asís no sólo sufrió el rechazo, aprendió a lidiar con él y a vencerlo. Francisco sentía repulsión por los leprosos, cosa que venció únicamente gracias a su entrega a Jesucristo, y contrario a las creencias de la época, esto le ayudó a ver que los enfermos de lepra eran tan hijos de Dios como él.

¿Cómo pasó eso en Francisco? Hay un verso dentro de la alegoría sobre el que vale la pena detenernos, el versículo 44: “En cuanto a la piedra, cualquiera que caiga sobre ella quedará hecho pedazos; y si la piedra cae sobre alguien, lo hará polvo”. Esto no deber ser interpretado como una premonición de muerte para aquellos que rechazan a Jesús. En Jesús todo es vida. Este verso, más bien, insiste en la importancia de no negar a aquél quien es precisamente el camino, la verdad y la vida. Si queremos seguir la interpretación alegórica de la parábola podríamos interpretarlo de este modo: la fuerza de Jesús, que es la encarnación del Evangelio, la Palabra hecha carne, hará polvo nuestro orgullo y nuestro pecado levantándonos a una vida nueva, como hizo con Francisco, el joven rico de Asís quien, cayendo sobre esa piedra, que es Jesús, dejó hecha pedazos su vida vieja para empezar una completamente nueva en la que el amor a Cristo y su Evangelio lo hicieron totalmente libre.

Una manera de amar más allá de nuestros prejuicios, de vencer el rechazo y de aceptar a aquellos que a primera vista nos son difíciles de abrazar, es procurando la cercanía. Sólo conseguimos amar profundamente a quienes nos son cercanos. La cercanía, el roce, el encuentro nos ayudan a comprender y ver lo que no podemos desde la distancia. No fue hasta que Francisco procuró cercanía con los leprosos que logró vencer su rechazo.

Últimamente hemos visto como se acrecientan los odios, las tensiones, las prevenciones entre hermanos por temas políticos, raciales, de género o identidad, o por las nuevas enfermedades y virus. En medio de esta realidad en la que se dificulta tanto la cercanía física y son cada vez más escasos los abrazos amistosos, salvemos la brecha acercando los corazones, extendiendo el amor y la fraternidad, y mientras descubrimos como acercarnos más a nuestro prójimo busquemos la cercanía con Jesús en la oración, en el partir del pan y en la adoración comunitaria.

Entre más nos acerquemos a Jesús más conseguiremos equiparnos de esa vida nueva que conduce a la restauración y sanación de todas nuestras relaciones humanas. Sería bueno leer nuevamente el texto en casa y mirar cuánto nos identificamos con los personajes de esta parábola, pensar en las veces en las que, rechazando a otros, hemos rechazado a Jesús, pedir perdón y abrazarnos a esa roca que es Cristo y que se ha convertido ya en la piedra angular de nuestras vidas. Pensemos también en aquéllos que nos rechazan, violentan y humillan, y pidamos a Jesús que nos ayude a extender el perdón del mimo modo en que él nos perdona. San Francisco diría: “dando es como recibimos, perdonando es como somos perdonados, y muriendo es como nacemos a la vida eterna”.

Es a nosotros, la Iglesia encarnada, a quienes se nos ha confiado el viñedo. Disfrutémoslo y demos buen fruto.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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