Sermones que Iluminan

Pentecostés 18 (B) – 22 de septiembre de 2024

September 22, 2024

LCR: Sabiduría 1:16–2:1, 12–22 o Jeremías 11:18–20; Salmo 54; Santiago 3:13–4:3,7–8a; San Marcos 9:30–37

Poco se menciona hoy día la palabra sabiduría. Quizá sea una de esas cualidades humanas que, como la humildad, la paciencia y el servicio, han quedado relegadas a las éticas de tipo religioso. Hablamos, en cambio, de la inteligencia como si fuese su sinónimo. Aunque la inteligencia y la sabiduría están relacionadas y a menudo se confunden, representan diferentes perspectivas sobre el sentir, el pensar y el actuar humanos.

Declaramos que pertenecemos a la sociedad del conocimiento y, por tanto, que hemos de potenciar las habilidades del raciocinio y las capacidades de entender, aprender y resolver problemas a través del entrenamiento de la mente y la razón humanas. Por supuesto, es muy importante desarrollar estas cualidades a través de la educación, la ciencia, la técnica, la cultura y el acceso a las redes de la información y la comunicación, si se quiere ser competentes en un mundo globalizado como el nuestro. Incluso, hemos de tomar en cuenta, no sólo la inteligencia humana, sino también la contribución de la inteligencia artificial, la cual, en escaso tiempo y procesando información únicamente, nos permite sintetizar textos, organizar ideas, responder “inteligentemente” a algunos problemas, inclusive, preparar mejores sermones.

Hoy solemos hablar de “inteligencia práctica”, “inteligencia emocional”, “inteligencia espiritual”. Sin embargo, la inteligencia y la erudición no llevan necesariamente a desarrollar la capacidad de tomar decisiones acertadas y correctas en la vida; no guían siempre a la “vida buena” o al buen vivir. Alguien puede ser muy inteligente en un sentido erudito, académico o técnico y, a su vez, no ser capaz de aplicar ética y prácticamente ese conocimiento en su vida cotidiana. Veamos qué nos dicen los textos propuestos para este domingo sobre en qué radica la verdadera sabiduría y su relación con el liderazgo.

El libro de la Sabiduría nos recuerda que las personas que cometen injusticia con frecuencia tienen una gran inteligencia estratégica cuando maquinan contra los justos. Sin embargo, su razonamiento es errado; es decir, no son sabios (2,1). En su ceguera, al dedicarse a hacer el mal a otros, pierden de vista lo más importante que es “entender los planes de Dios” (2,22). ¿Cómo se manifiesta la sabiduría, entonces? Dice el escritor bíblico que la sabiduría se comprueba en la vida misma: “en qué va a parar su vida” (2,17). En otras palabras, que el ser humano sabio es identificado en su capacidad de integrar su conocimiento y su experiencia a la toma de decisiones difíciles, en su actuar con conciencia y equilibrio a lo largo de su vida, en su optimismo frente a la incertidumbre y las vicisitudes que aparecen en su camino. La reflexión profunda, el discernimiento entre lo correcto y lo incorrecto, la actitud compasiva y la búsqueda de la verdad también caracterizan, en la literatura sapiencial y profética, a la persona sabia.

La epístola de Santiago también insiste en la sabiduría práctica [la phronesis o prudencia aristotélica, como habilidad de aplicar el conocimiento y la experiencia en la vida diaria, hacia la promoción del bien común]. A manera de un “recetario salomónico” el texto nos dice que la persona sabia y entendida –es decir, con sabiduría y conocimiento– debe mostrarlo en “su buena conducta y su humildad”. Una persona sabia no deja que la envidia, la rivalidad y la amargura empañen su corazón. Contrariamente, una persona sabia se revela en sus actitudes éticas: lleva una vida limpia; sigue la práctica del pacifismo y la renuncia al conflicto violento; es compasiva, misericordiosa y hace el bien a los demás; busca la verdad y la justicia.

El texto además añade: “los que procuran la paz, siembran en paz para recoger como fruto la justicia.” (3,18). Si detallamos esta última oración podemos ver que la sabiduría es también un aprendizaje. No se nace santo ni sabio. La sabiduría, al igual que la santidad de la vida común, constituye una práctica, un ejercicio permanente, un esfuerzo por recrearnos como creaturas a imagen de Dios, lo que implica errores y retrocesos también. Santiago utiliza dos verbos: sembrar y recoger (o cosechar), que expresan el esfuerzo del trabajo en el campo. El campesino sabe que no se siembra en un sólo día y que la cosecha dependerá de condiciones climáticas y atmosféricas de diverso tipo.

Hacernos sabios y sabias a la medida de Cristo, nuestro Señor y Maestro, demanda un gran esfuerzo, pero también perseverancia en el compromiso de sembrar la paz, paciente y diariamente en nuestras acciones, a fin de que podamos cosechar frutos de bien y justicia a nuestro alrededor. Podemos y debemos ejercitar la sabiduría en la vida cotidiana, asumiendo conscientemente la voluntad de hacernos sabios y sabias en nuestra manera de pensar, hablar, decidir, actuar y vivir como creyentes.

Por último, el evangelio de Marcos nos precisa la práctica de la sabiduría. Nos relata que Jesús estaba en Galilea enseñando a sus discípulos y discípulas sobre la carga que debería llevar al asumir su propia muerte como consecuencia de su vida. Pero ellos no entendían de lo que estaba hablando. No visualizaban aún que el Reino de Dios también implicaba esfuerzos, renuncias, incomprensiones, rechazos y sufrimiento. Frente a la profundidad de la reflexión de Jesús, los discípulos contrastan con sus pensamientos triviales sobre cuál de ellos era el más importante. Hablan, como nos decía la carta de Santiago, de una inteligencia que “no viene de Dios, sino que es sabiduría de este mundo” (3,15), sobre rivalidades, superioridades y jerarquías.

Como los discípulos, también nosotros y nosotras hoy queremos ser importantes. Nuestro mundo nos mueve a una lógica de búsqueda del éxito, de competitividad salvaje, de “sálvese quien pueda”, de olvido de los valores éticos cuando se trata de alcanzar nuestras metas y reconocimiento a toda costa. Jesús les responde sabiamente: “si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos” (9,35). Y enseguida, el Maestro pone a un niño en medio del grupo para ilustrar sus palabras: se ha de recibir esta enseñanza y a Cristo mismo como se recibe a un niño, no con superioridad y poder, sino desde el amor y el servicio.

Tomemos en cuenta que Jesús no llama la atención o regaña a sus discípulos por querer ocupar puestos de relevancia en el Reino, pero les precisa cuál es el criterio para el ejercicio del liderazgo con sabiduría: a diferencia de la lógica vertiginosa e inmediatista contemporánea, el líder y la lideresa que asumen ser sabios, deben caminar al paso del más lento, han de ser los últimos para en todo amar, acompañar y servir a todos. El hombre y la mujer de fe deben asumir no el poder, el autoritarismo o la dominación, sino el servicio desinteresado y la actitud ética como principios de sabiduría que identifican a los discípulos de Jesucristo.

Pidamos al Señor de la vida que nos otorgue sus dones de sabiduría y servicio a los demás para un verdadero seguimiento a Cristo. Que así sea.

La Rvda. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio como Vicaría Auxiliar de la Catedral San Pablo, en Bogotá. Es doctora en Teología por la Universidad de Hamburgo y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son la Teología Sistemática, el Ecumenismo y la Ética teológica.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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