Pentecostés 17 (B) – 19 de septiembre de 2021
September 19, 2021
LCR: Jeremías 11:18–20; Salmo 54; Santiago 3:13–4:3,7–8a; San Marcos 9:30–37
In memoriam Rvdo. Pablo Velazquez Abreu, líder humilde y servidor de todos.
(+25 de junio de 2021)
Los temas de la ambición y el afán de poder son recurrentes en las voces del profeta y el salmista, quienes claman a Dios por el auxilio ante el “arrogante”, el “violento”, los “matones” que detentan el poder. También resultan frecuentes en los diálogos de los discípulos y seguidores de Jesús. Y, por supuesto, están presentes en nuestras conversaciones cotidianas: debatimos sobre la perversión del poder de algunos de nuestros líderes políticos, la corrupción y malversación de fondos estatales, la codicia y falta de transparencia en las decisiones económicas y las instancias mediáticas. Pero también hablamos acerca del abuso del poder religioso para fines propios y manipulación de los creyentes, o de las jerarquizaciones que crean señoríos y distanciamiento entre el clero y el laicado, por ejemplo. Todas éstas son cuestiones centrales para abordar las relaciones interhumanas y sociales que están implicadas en cualquier liderazgo en la perspectiva del Reino de Dios; y es de lo que nos habla hoy la Liturgia.
Jesús y sus discípulos están recorriendo Galilea y han llegado a Cafarnaúm; por el contexto sabemos que bajarán a Jerusalén. Pero el Maestro no quiere que nadie sepa de su presencia, pues desea estar a solas con los discípulos a fin de continuar instruyéndoles. Llama la atención que el texto mencione que estaban “en casa”, la de Simón y Andrés, y que se sentaron, lo que sugiere una reunión íntima, una especie de catecismo comunitario para el grupo de discipulado. En este contexto, Jesús les explica o enseña (edídasken), por segunda vez, lo que habría de acontecerle: su entrega a manos de personas poderosas, su tortura, asesinato y resurrección. Sin embargo, el Evangelio aclara que ellos “no entendían” absolutamente nada de lo que les hablaba; esta realidad les resulta tan absurda, radical, lejana y cruda, que ni siquiera se animan a contradecirle o preguntarle. Jesús tampoco insiste; ahora lo importante es que comprendan el significado del verdadero discipulado, pues no se trataba de dejar tras de sí un conjunto de preceptos, sino de encarnar o escribir las enseñanzas “en el corazón” de quienes habrían de continuar su tarea.
Evidentemente Jesús ha escuchado algo de la discusión sobre cuál de ellos era el más importante o quién ocupaba el primer puesto dentro de la naciente comunidad. Y, aunque Jesús les pregunta cual había sido el tema de conversación, ellos se quedan callados. Lo de ambicionar puestos de poder, que les parecía entonces tan “natural”, ahora ante Jesús les avergüenza. Entonces Jesús les da la instrucción clave para entender de qué se trata el seguimiento en la vida cristiana: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos”. Una verdadera inversión de la lógica del poder en el contraste entre el “primero” y el “último”: el discípulo o la discípula de Jesús que aspire a ser líder debe ser servidor de todos, antes que de sí mismo. Será tan importante para la iglesia primitiva recordar estas palabras (logion), que la misma enseñanza se repite cinco veces en los evangelios, en diferentes contextos.
Ahora bien, es perfectamente entendible que nosotros discutamos sobre liderazgo y que esperemos que personas honestas aspiren a puestos de poder, a fin de mejorar el actual estado de cosas. ¿Tendrían razón los discípulos para atesorar puestos de importancia? Beda el Venerable (672-735), monje y presbítero británico del siglo VIII, en su comentario Marcum, afirma al respecto: “Parece que la disputa de los Apóstoles sobre la primacía surgió de haber visto que Pedro, Santiago y Juan habían sido llevados con preferencia al monte, y que allí se les había confiado algo en secreto; y que, a Pedro según refiere San Mateo, le habían sido prometidas las llaves del reino de los cielos”. Por ello, continúa reflexionando San Beda: “(Jesús) enseña con autoridad que no debe buscarse la primacía, sino el ejercicio de una sencilla humildad”. También afirma el santo, que no es el deseo de sobresalir lo que define el discipulado, sino la humildad. La autoridad proviene no de la búsqueda de gloria o privilegios, sino del camino de servicio.
Otro pedagogo pastoral, el Rvdo. Pablo Velázquez Abreu, en uno de sus sermones, que verdaderamente iluminaban, reflexionaba: “suena muy lindo y romántico todo lo anterior. (…) Pero volvamos a la realidad actual: guerras, hambre, desempleo, discriminación social, racial y sexual, marginación, abusos de poder. Por eso, ante la realidad presente los discípulos pueden caer en tentaciones. (…) ¿Acaso vivimos alguna de ellas?”. Evidentemente, son muchas las tentaciones que provienen del poder y su lógica del éxito, de la competencia feroz, de la ausencia de límites éticos para sobresalir y triunfar, para conseguir a toda costa el prestigio y la grandeza.
Hoy Jesús nos enseña que el Reino de Dios implica un nuevo modo de autoafirmarse en el mundo y de relacionarnos unos con otros. Ya sea a nivel nacional o local, en cargos públicos de envergadura o en el espacio familiar, barrial, empresarial más privado, el Maestro nos ofrece la clave para el ejercicio de un liderazgo ético, actuando a favor y en entrega a los demás; lo que implica rechazar la verticalidad del afán de poder y dominio para asumir la horizontalidad de la comunión fraterna y sororal. Empezando por nosotros los y las creyentes, la totalidad de la realidad tiene que ser transformada por el Reino de Dios y su justicia. Dios no es justo porque dé a cada uno lo que merece: premios y dádivas a los que hacen el bien y castigo a quienes persiguen el mal. Dios es justo porque abre lo humano y sus posibilidades trascendentes, a una nueva condición y relación de salvación que implica el servicio de unos a otros, la liberación de toda esclavitud, el cuidado del otro y la atención a sus necesidades, a la manera o estatura de Jesús.
A fin de afianzar su enseñanza, nos relata el texto que Jesús tomó a un niño pequeño entre sus brazos y dijo: “El que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no solamente a mí me recibe, sino también a aquel que me envió”. El camino del discipulado, y especialmente del ejercicio del liderazgo, implica ser como niños: capaces de recibir desinteresadamente, sin prejuicios, con humildad y sencillez a las poblaciones vulnerables. Continuando con el Comentario del Venerable Beda, el santo nos dice: “Los que quieren ser los primeros que reciban en honor suyo a los pobres de Cristo, o que sean niños sin malicia, a fin de que conserven la sencillez sin arrogancia, la caridad sin envidia, y la devoción sin ira. El abrazar al niño significa que los humildes son dignos de su abrazo y su amor”.
Hermanos y hermanas. Jesús nos provoca hoy y nos pregunta: ¿de qué hablan por el camino?; ¿qué tentaciones de poder alberga sus corazones?; ¿qué tipo de búsquedas de liderazgo les mueve dentro de la Iglesia? Ayudar al necesitado es ayudar al propio Cristo: pongamos nuestros dones y talentos personales al servicio de los demás, especialmente para cuidar y servir a los más necesitados.
La Rev. Ph.D. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista. Es profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son Teología Sistemática, Ecumenismo y Ética.
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