Sermones que Iluminan

Propio 20 (A) – 2023

September 24, 2023

LCR: Jonás 3:10–4:11; Salmo 145:1–8; Filipenses 1:21–30; San Mateo 20:1–16

El mensaje central de las lecturas de hoy es: deja a Dios ser Dios y ve la obra que él hace en ti sin compararte con los demás. La justicia de Dios y sus designios no están hechos a la medida de nuestros deseos, pensamientos o creencias. No podemos pretender atrapar a Dios, que sea sólo mío, a mi medida, a mi gusto. Él escapa a nuestros juzgamientos y limitadas miradas de la realidad.

En algunas ocasiones, incluso, podríamos cometer el error de trasladar a Él nuestros odios y rencores, pretendiendo que Dios actúe como nosotros actuaríamos. Como eso no pasa, llegan entonces las recriminaciones, pues las cosas han sucedido de una manera diferente a como lo esperábamos. Y es que nuestro rol no es ser Dios, sino ser testigos de su obra amorosa y salvadora que opera en cada uno de nosotros y en toda la humanidad. Eso es lo que vemos a través de las lecturas de hoy.

La historia de Jonás nos muestra cómo éste se disgustó mucho cuando Dios cambio de parecer al no castigar a Nínive. Tanto así, que quiso chantajear a Dios pidiéndole que le quitara la vida, porque Jonás consideraba que había perdido su tiempo anunciando un castigo que no iba a pasar. En su orgullo, sintió que la persona que iba a quedar en ridículo era él, porque se vería como un mentiroso que decía lo que no ocurriría. La arrogancia de Jonás le llevó dos veces a la trágica petición a Dios para que le quitara la vida, simplemente porque en sus designios de amor, nuestro Creador, cambió de parecer. El Señor le recuerda que Él es Dios y Jonás es un hombre. Y pone el ejemplo de la planta de ricino por la que Jonás sintió compasión, aunque no fue él quien la plantó y la hizo crecer. Dios, en su poder, puede tomar la decisión que quiera para mostrar amor y compasión por su pueblo. Jonás no tiene ningún derecho a reclamarle. Ni él ni ningún otro ser humano.

Ahora bien, en el Evangelio sucede algo parecido. Jesús hace una similitud del reino de los cielos con el dueño de una finca. Dios es el dueño. La finca es el reino de los cielos, lo cual se traduce en su plan de salvación, su obra redentora y amorosa para cada uno de nosotros. Ahí es donde nos llama para ser sus trabajadores. El tiempo es el momento de nuestras vidas cuando nos encontramos con él, en cada circunstancia particular. Algunos hemos sido privilegiados de conocerlo desde nuestra infancia, otros le conocen en los últimos días de sus vidas. Sin embargo, hay algo común en todos los trabajadores de la parábola: necesitan trabajo. Todos necesitamos la salvación que proviene de Dios.

La parábola se desarrolla en la jornada de un día, unas 12 horas aproximadamente, comenzando a las 6 de la mañana y terminando a las 6 de la tarde. En 5 oportunidades salió el dueño a buscar trabajadores: a las 6 de la mañana, a las 9, a mediodía, a las 3 de la tarde, y la última, faltando solamente una hora, a las 5. Cuándo se encontró con estos últimos, les preguntó: ¿Por qué están ustedes aquí todo el día sin trabajar?” Le contestaron: “Porque nadie nos ha contratado.” Así que también los invitó a trabajar. ¿Se imaginan ustedes la alegría de estos trabajadores al ser llamados a trabajar cuando seguramente ya consideraban que su día se había perdido y que no tendrían nada para llevar de regreso a sus casas? Pero ahora ya podrían contar con el salario de una hora de trabajo.

Cuando llegó el momento del pago, al final del día, el dueño, hace algo sorpresivo -e incluso injusto para nuestra lógica humana-. Comienza pagándole a los últimos el salario del día completo; así las cosas, los demás pensaron que a quienes habían trabajado desde temprano, les pagarán más. En la lógica de los primeros, podrían haber pensado que recibirían 11 veces más porque habían trabajado 11 horas más; aunque desde el comienzo habían arreglado el salario de un día. Pero todos recibieron el mismo salario, independientemente de las horas trabajadas. Por ello murmuraron contra del dueño. Pero él no estaba haciendo ninguna injusticia. Él les pagó el salario del día, lo que habían acordado y lo que, por los estándares de la época, era justo.

El murmullo de los que llegaron primero termina en una recriminación, tal como lo hizo Jonás. Dios es bueno y eso despierta envidia y celos en el ser humano cuando esa bondad recae sobre otros. La igualdad y justicia que los seres humanos vemos es superficial. No sabemos si los últimos trabajadores tenían una necesidad muy grande y, aunque inmerecido, ese salario del día pudo haber sido la oportunidad de dar una buena comida a sus familias. En cambio, si hubiesen recibido el pago por sólo una hora, seguramente no sería suficiente para saciar el hambre en sus casas. Esto no lo pensaron los que llegaron primero, sólo pensaron en sí mismos, en las apariencias, en sacar en cara que habían soportado el “trabajo y el calor de todo el día”.

La invitación de la Palabra de Dios hoy es a que miremos las maravillas que Dios hace en nosotros. Sintámonos felices y agradecidos de que Dios nos llama a su reino, que su amor misericordioso e insondable nos abarca, abraza y renueva cada día.  Seamos conscientes de que el amor de Dios es libre e inescrutable. No pretendamos que Dios actúe como nosotros quisiéramos. Sus designios son insondables, pero su amor es real y verdadero, nos toca, lo podemos sentir. No seamos envidiosos de que su amor llegue incluso a los que consideramos malos. No nos comparemos con los demás, somos únicos, bellos e irrepetibles. Somos preciosos porque Él nos ha creado. Y recordemos: seamos los primeros o últimos en llegar, su amor por nosotros va más allá de nuestros méritos o esfuerzos. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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