Sermones que Iluminan

Pentecostés 15 (B) – 5 de septiembre de 2021

September 05, 2021

LCR: Isaías 35:4–7a; Salmo 146; Santiago 2:1–10, (11–13), 14–17; San Marcos 7:24–37

De seguro en muchas ocasiones hemos pensado que Dios está lejos de nosotros; tal vez hemos dudado de su presencia y llegado a pensar que es simplemente una idea relacionada con el concepto de bondad, algo sin forma más bien cercano a como los seres humanos podemos ser mejores o, tal vez, como un principio organizador de la sociedad. Sin embargo, como cristianos, no debemos perder de vista que nosotros creemos es un Dios que es real, que existe y que tiene una identidad por la cual se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aun así, esta idea de la Santísima Trinidad puede parecernos distante. Pero quizá, si pensamos bien en la persona de Jesús, podemos comprender y entender mejor quién es Dios.

Jesús es el más grande acto de amor a través del cual Dios nos ha mostrado su cercanía, pues en Él, Dios ha asumido condición humana. Esto cambia las cosas, porque ya no creemos en un Dios que está lejos de nosotros, en un lugar apartado que llamamos cielo, pues ese Dios tomó forma humana, se hizo un ser humano real, un hombre de carne y hueso como cada uno de nosotros, y que pasó por este mundo haciendo el bien. Jesús es el rostro de aquel Dios que nos ama tanto que se ha hecho humano para sentir como nosotros, entendernos y salvarnos.

Esto es muy importante, pues cuando nos sintamos solos, tristes, enfermos o con cargas pesadas en nuestros hombros, podemos recordar que Dios se hizo humano en Jesús y, por ende, Dios entiende nuestras penas y quiere aliviarnos. En ocasiones pasamos esto por alto, como algo de facto, pero es importante recordarlo porque Jesús mismo, como humano, fue un inmigrante, sabe lo que significa huir, ser despreciado y perseguido, incluso ser maltratado y asesinado. En nuestros momentos de dolor, debemos pedir a Dios fortaleza porque él sabe lo que sentimos.

En el texto del Evangelio que escuchamos hoy, Marcos nos presenta el caso de dos milagros realizados por Jesús, motivado por la compasión de compartir nuestra naturaleza: la expulsión de un demonio y la curación de un sordo y tartamudo. Como lo señala el texto, ambos beneficiarios de los milagros de Jesús no pertenecían al pueblo de Israel y por ende no eran destinatarios de la salvación que Dios ofrecía en la persona de Jesús, sin embargo, él los sana y muestra, como lo dice el inicio de la segunda lectura, que no deben hacerse “discriminaciones entre una persona y otra”.   En estas acciones milagrosas, sobre dos personas que no pertenecían al pueblo de Israel, Jesús nos muestra que Dios nos ama a todos por igual, que no hace distinciones entre ricos y pobres, blancos o personas de color, documentados e indocumentados. A quienes sufren, sin distinciones nacionalidad, orientación sexual, filiación religiosa, Dios los escucha y cuida.

Sin embargo, en nuestras comunidades de fe, podemos caer en lo contrario. Como lo señala el texto de Santiago, podemos comportarnos de forma tal que pareciera tuviésemos preferencias por unos, discriminando a otros, cuando lo que Dios quiere es que nos amemos unos a otros, y más a aquellos que sufren en medio de nosotros. Nuestra fe no nos debe mover sólo a orar y elevar nuestras manos al cielo, sino también a atender a aquellos que sufren y pasan por necesidades; esto fue lo que hizo Jesús, y cuando nosotros hacemos el bien, estamos siendo sus pies que recorren el mundo y sus manos que hacen el bien. Otros van a conocer a Jesús a través de nosotros.

Luego de realizar estos milagros, Jesús pide a sus discípulos y a todos aquellos que fueron testigos de las acciones milagrosas, que guarden silencio, que no cuenten a nadie aquello que han visto. Sin embargo, ellos salen a contar a todo el mundo las cosas maravillosas que Dios ha hecho.

“¡Milagros!”. Cuando oímos esta palabra nos imaginamos una acción mágica, tal como aparece en las películas de Hollywood, y pensamos que eso sucede a otras personas, pero no a nosotros. Sin embargo, los milagros pasan en nuestra vida cotidiana, están ahí y no los vemos. Veamos algunos milagros: entre millones de opciones que había en nuestra concepción, nosotros fuimos los escogidos para vivir; tal vez tenemos dificultades por alguna enfermedad o por la edad, pero este día es una nueva oportunidad que tenemos para decir a otros que los amamos y para seguir adelante con nuestros proyectos; estamos viviendo en medio de una pandemia de COVID y aún así tenemos muchas bendiciones que, de seguro, podemos enumerar en este momento; seguramente en muchas ocasiones tu vida ha estado en peligro y, aun así, aquí estás hoy. Todos nosotros somos milagros del amor de Dios.

Aquellas personas del evangelio de Marcos, que vieron las obras del amor de Dios, no pudieron mantener el secreto, por eso lo contaron a todo el mundo. Guardar un secreto no es una tarea fácil. Hay ocasiones en que, cuando nos cuentan algo, queremos contárselo a todo el que nos encontremos por el camino; sin embargo, en cuestiones de fe, parece que nos ha pasado lo contrario, nos hemos vuelto un tanto tímidos e intimistas. Aunque parezca irónico, parece que, a diferencia de los testigos de los milagros que escuchamos hoy en el evangelio, nosotros sí le hemos hecho bastante caso a Jesús cuando “les mandó que no le dijeran a nadie”.

Hermanos y hermanas, si estamos viendo cómo Dios nos ama, si vemos cómo Jesús actúa en nuestras vidas y cómo somos sus milagros, ¿por qué no compartimos nuestra experiencia con otros? Si hemos visto que Jesús nos ha salvado del peligro, si vemos en nuestra familia y comunidad de fe un lugar de amor donde Dios se manifiesta, ¿por qué nos cuesta gritar a los cuatro vientos que Dios ha hecho cosas grandes en nosotros?

Hoy todos necesitamos ser sanados por Jesús. Pidámosle que nos dé el don de la fe, que abra nuestros ojos para reconocer los milagros de los cuales día a día somos beneficiarios y, sobre todo, pidámosle que abra nuestros labios para compartir con otros el amor que Dios nos tiene, que mueva nuestras manos para ser los milagros que llamen a otros a creer en Dios.

El Rvdo. Nelson Serrano Poveda, es Presbítero en la Diócesis Episcopal de San Joaquín y Misionero Hispano de la misma Diócesis. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, y Master of Arts in Religion de Trinity School for Ministries.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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