Sermones que Iluminan

Pentecostés 13 (C) – 4 de septiembre de 2022

September 04, 2022

LCR: Deuteronomio 30:15–20; Salmo 1; Filemón 1–21; San Lucas 14:25–33.

“Cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo”

Las lecturas de hoy nos ayudan a reflexionar en dos cosas profundamente importantes en el camino de la fe: la historia de amor de Dios con la humanidad y el costo del discipulado. A veces es casi imposible separar una cosa de la otra, porque Dios ha estado presente antes de que la vida misma haya tenido forma y expresión, pero también porque esa relación, presencia y amor, nos lleva a involucrarnos con la fe de una manera incondicional, y esto, la mayoría de las veces tiene un alto costo. El precio de la integridad espiritual y moral, en ocasiones, es el aislamiento social y la burla, pero también significa la gratitud de los destituidos y abandonados, la practica solidaria en las márgenes de la comodidad y del sistema.

Escuchamos en el Deuteronomio que Dios nos ha invitado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y el oprobio. Dios nos presenta una relación de mutualidad: andando por sus caminos y siguiendo sus enseñanzas, obtendremos la vida, y el amor guiará nuestras acciones. Los himnos que cantamos en la iglesia a veces van formando nuestra teología. No es coincidencia que, al escuchar la palabra de las Santas Escrituras, nuestras mentes evoquen enseñanzas atesoradas en los cánticos que nos recuerdan que Dios nos ha dado la vida, que Jesús nos ha enseñado acerca del amor, y que el Espíritu Santo ha reforzado esas lecciones dándonos un ímpetu valiente que nos ha hecho mover.

Podemos rescatar los versos del himno “Tu palabra me da vida” que nos conecta con la lectura de hoy en Deuteronomio:

“Tu Palabra me da vida, confío en Ti, Señor.

Tu Palabra es eterna: en ella esperaré.

Dichoso el que con vida intachable camina en la ley del Señor.

Dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón.

Escogí el camino verdadero y he tenido presente tus decretos.

Correré por el camino del Señor, cuando me hayas ensanchado el corazón.”

El Salmo 1 refuerza la idea de que la felicidad está en seguir los principios de Dios y en meditar en las leyes del amor noche y día. Hay una claridad indiscutible en estas palabras: los que siguen los mandamientos del Señor jamás serán arrancados de su lugar, sus raíces están siempre regadas para dar el buen fruto en todo tiempo y lugar. Las palabras del himno “Nosotros no seremos removidos” quizá repercuten con más fuerza en los corazones de quienes experimentan el desarraigo, precisamente porque reconocen ese principio fundamental e inalienable de que nada ni nadie los removerá de donde Dios los ha plantado o adonde los ha enviado: “¡Nosotros no seremos removidos, porque como un árbol plantado cerca del río nosotros no seremos removidos!”

Y los versos subsiguientes nos conectan con la epístola a Filemón: “Estamos unidos por algo mucho más fuerte que vínculos sociales…, Nosotros estamos bregando por la libertad y la justicia…, Nosotros reclamamos un mundo digno para nuestros hijos…, Nosotros queremos vivir unidos como hermanos, ¡nosotros no seremos removidos!”.

En la Epístola a Filemón, San Pablo acude al principio unificador en el amor a Cristo: nada ni nadie pueden ser más que los demás. En Cristo somos todos iguales, no hay príncipes ni vasallos, ‘mandamases’ ni peones, ricos ni pobres, libres ni esclavos. A pesar de que Pablo está devolviendo un esclavo que ha escapado del sufrimiento corporal recibido a manos de su amo, el lenguaje que esta Epístola nos ofrece deja claro que el apóstol lo hace en términos de lazos y vínculos establecidos en el amor de Cristo: Filemón es su hermano en Cristo y Onésimo es su hijo espiritual en la fe cristiana. Una vez más San Pablo insiste que en el amor de Cristo no hay diferencias ni divisiones. De la misma manera que las palabras en el libro de Deuteronomio nos invitan a elegir la vida sobre la muerte, el amor sobre el odio y el perdón sobre la venganza, Pablo alienta a Filemón a que utilice su proprio albedrío en elegir el amor sobre el odio y el perdón sobre la venganza, porque, después de todo, optamos por el amor y la misericordia en el camino de la fe cuando seguimos los preceptos de Dios y las enseñanzas de Jesucristo.

Como nos recuerda el himno “¿A quién iremos?”, será pues, muy en vano, si no amamos a Dios y a nuestros hermanos. Y como siempre la pregunta es ¿quiénes son nuestros hermanos y nuestros vecinos? Teología e himnarios continúan de la mano, ensenándonos a profundizar nuestra comprensión de las Santas Escrituras e internalizar lo que significa el discipulado, es decir, el seguimiento de Jesús. El himno “Te conocimos al partir el pan”, describe claramente cómo es que nos convertimos en discípulos, cómo es que aprendemos a seguir a Cristo, cómo es que una vez que hemos aceptado sus enseñanzas no podemos retroceder: “Andando por los caminos, te tropezamos, Señor, en todos los peregrinos que necesitan amor, esclavos y oprimidos que buscan la libertad, hambrientos, desvalidos, a quienes damos el pan.”

Este amor radical y sin vacilaciones se hace aún más explícito en la lectura del Evangelio según San Lucas. Jesús nos recuerda que para seguirlo debemos renunciar a todo, a lo que nos ata literal o figurativamente: no podremos servirle a los demás, ni seguir a Cristo, el Nazareno, si estamos anclados o limitados por nuestra clase social o las cosas materiales que poseemos. ¿cómo podemos elaborar una teología de liberación pidiéndole que dejen todo a quienes todo ya han dejado? ¿Qué más pueden dejar quienes sólo encuentran opresión y odio al cruzar las fronteras? ¿Cómo debemos entonces interpretar este mensaje cuando estamos siendo oprimidos? Los que sufrieron la esclavitud abrazaron el mensaje de Cristo como elemento supremo de esperanza y liberación. Cristo redime, sana, libera, nos invita a ser sus manos y sus pies y a caminar unidos por los senderos de paz, justicia, sanación y liberación. 

Como nos recuerda otro himno: “¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!”: “Yo deje casa y pueblo por seguir tu aventura, codo a codo contigo comencé a caminar. Han pasado los años y aunque apriete el cansancio, paso a paso te sigo sin mirar hacia atrás. ¡Qué alegría yo siento cuando escucho tu nombre! ¡Qué sosiego me inunda cuando oigo tu voz! ¡qué emoción me estremece cuando escucho en silencio tu palabra que aviva mi silencio interior!”.

La Reverenda Diácona Anahí Galante obtuvo su Masters en Teología en el seminario episcopal Bexley Seabury Episcopal (Chicago, Illinois) y fue Ordenada al Diaconato Transicional en mayo del corriente año, por el Obispo Andrew ML Diestche, en la Diócesis de Nueva York. La iglesia Saint Luke’s in the Fields (Manhattan, Nueva York) ha sido su congregación de origen. Anahi continúa sirviendo ‘ad honoren’ en la Iglesia La Santa Cruz/Holyrood (Alto Manhattan, Nueva York) donde realizó su último año de residencia como seminarista. También predica en distintas congregaciones bilingües como invitada.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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