Pentecostés 13 (B) – 18 de agosto de 2024
August 18, 2024
LCR: Proverbios 9:1–6; Salmo 34:9–14; Efesios 5:15–20; San Juan 6:51–58
La expresión “por si éramos pocos parió la abuela”, que en algunos contextos del mundo latinoamericano cambiamos a “ya éramos muchos y parió la abuela”, es una especie de refrán o dicho que hace referencia a una situación que da un giro inesperado de mal a peor. El origen del refrán es algo controversial puesto que es bastante difícil acunarle un contexto específico y una época concreta. Lo que parece ser común, de acuerdo con los investigadores, es que el dicho nace en el área de Castilla, España, y se refiere a una mujer de edad avanzada que da a luz a una criatura en una familia que ya, por demás, era grande. La expresión pone de relieve una realidad que desborda la capacidad imaginativa y sugiere la existencia de una situación a la que hay que prestar atención.
Ésta es la cuarta semana consecutiva que leemos del evangelista Juan. Estamos dando un breve receso al evangelista Marcos de quien hemos leído durante la mayor parte de este ciclo B (en el que estamos actualmente). Durante esta pausa estamos concentrados en el capítulo seis; en éste Juan pone mucho énfasis en el aspecto divino de Jesús, quiere que Jesús sea visto en toda su dimensión, no sólo como el que puede curar a las personas enfermas, multiplicar panes y peces para alimentar a miles, caminar sobre las aguas como Señor de los elementos, sino como el que con su cuerpo y sangre puede alimentar las almas y dar vida eterna.
En la lectura del evangelio de Juan que escuchamos hoy, Jesús hace una declaración que pone a pensar a la gente: “Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo”. Esta declaración de Jesús no es fácil de digerir pues rompe con el orden lógico del entendimiento de las cosas. Una cosa es ver a Jesús multiplicar el pan y darlo a la gente, lo cual ya es algo extraordinario, y la otra es oírlo afirmar categóricamente que Él, Jesús, es el pan de vida. Esto confunde tanto a la gente, que algunos se preguntan cómo puede éste dar a comer su carne. Entendamos esto, la gente que escucha y observa lo que hace Jesús ya está maravillada y sorprendida por lo que hace, está tratando de entender lo que ve y oye. Entonces Jesús introduce algo que no habían escuchado decir: “Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida”.
En este punto, con sobrada justificación, podríamos nosotros entender si la gente del tiempo de Jesús hubiera utilizado la expresión: “por si éramos pocos parió la abuela”. Que es una forma de decir: si antes no entendíamos ahora entendemos menos. Y es que es complicado, tan complicado, que muchos predicadores confiesan la tentación de evitar predicar sobre estos versos del evangelio de Juan cuando los tienen frente a ellos. La realidad es que el texto ha representado un desafío exegético que muchos expertos bíblicos han preferido resolver relacionándolo con la última cena o con la Santa Comunión que constituye parte fundamental de nuestra vida espiritual. Sugieren que, en las palabras de Jesús referidas a su cuerpo y a su sangre, él está apuntando a la forma en que sus seguidoras y seguidores continuarían la comunión con Él, que es la fuente de vida eterna. Esto nos ayuda a resolver parte del dilema, comer de su carne y beber de su sangre es el memorial que celebramos en cada Eucaristía.
Digamos que aceptamos como buena y válida la afirmación de que Jesús se refiere a la Comunión cuando habla de comer su cuerpo y beber su sangre. Aún nos queda una pregunta a la que debemos encontrar respuesta. Tiene que ver con otras palabras de Jesús en el mismo texto: “Lo daré por la vida del mundo”. El alimento que nos ofrece Jesús, en su cuerpo y en su sangre, es para dar vida al mundo. En otras palabras, no es un alimento exclusivo para nosotros sino para la vida del mundo. Entonces ¿cómo damos nosotros vida al mundo con la vida que recibimos de Jesús en la comunión? Esta pregunta no sólo es importante porque nos recuerda sobre la estrecha unidad que debemos observar entre nuestra vida y la fe, sino porque nos ofrece un contexto amplio donde debemos procurar esa unidad; ese contexto es el mundo en el que vivimos, con todo lo que en él existe y acontece.
Hay varios ángulos desde los que podemos intentar responder a esta pregunta que nos estamos planteando. Uno de éstos es nuestro bautismo. El bautismo, según el apóstol Pablo, nos hace uno con Cristo: uno en su muerte, uno en su resurrección, uno con Él en la misión de salvar al mundo que le costó la vida. Hasta este punto la mayor parte de los cristianos estamos de acuerdo: por fe con Cristo morimos, por fe con Cristo resucitamos. Donde nuestras respuestas empiezan a divergir y a distanciarse es en nuestro entendimiento con respecto a la participación en la salvación del mundo. Algunos de nosotros, ni por enterados, nos damos de que la salvación es un proyecto universal de Dios y no una empresa particular que llega a su clímax con la satisfacción de cada individuo.
El mundo que Cristo quiere salvar necesita mucho más que de nuestras prácticas piadosas individuales; requiere que mantengamos abiertas en un lugar visible nuestras promesas bautismales, con el mundo al pie, de modo que nos ayude a ver sus heridas, las heridas de la gente que lo habita, y preguntarnos una y otra vez: ¿qué estoy haciendo para salvar al mundo, para ayudar a matar el hambre que mata, para arrebatar de las manos de los violentos y perturbados las armas que les empoderan para quitar las vidas de personas inocentes, para sanar los corazones heridos, para aliviar los latidos del corazón cansado a los que atraviesan fronteras desconocidas y selvas solitarias, para que vuelvan a sus casas los desamparados, y para que la amenaza de la guerra deje de caminar colgando a nuestras espaldas?
Minutos después del sermón nos acercaremos nuevamente al altar para recibir la Comunión, extenderemos nuestras manos y los ministros nos dirán: “Cuerpo de Cristo, Pan del Cielo; Sangre de Cristo, Cáliz de Salvación”, y nosotros diremos: “Amén”. Que sea esto un recuerdo de lo que nos une a Cristo y nos une a los demás y al mundo.
Que Dios nos bendiga.
El Rvdo. Simón Bautista es canónigo misionero para la Iglesia Catedral de Cristo, en Houston, Texas.
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