Pentecostés 12 (C) – 28 de agosto de 2022
August 28, 2022
LCR: Proverbios 25:6–7; Salmo 112; Hebreos 13:1–8,15–16; San Lucas 14:1,7–14.
Los últimos versículos de la llamada Carta a los Hebreos, junto a lo que acabamos de escuchar del evangelio según San Lucas, son de gran relevancia para nosotros y nuestras comunidades de fe en estos tempos que llamamos “pospandémicos”. Los consejos que nos ofrecen, aunque los hemos escuchado en muchas ocasiones, nos siguen animando a continuar con el mismo corazón desbordante de empatía y con la generosidad que caracteriza nuestra labor de entrega al prójimo, pidiéndonos estar pendientes de las necesidades de los demás y de servirles en nombre de Cristo.
Pero, más allá del prójimo que conocemos, se nos invita hoy a que salgamos al mundo, fuera de nuestros entornos y de las personas que amamos, con el compromiso de solidarizarnos, incluir y servir como hermanos y hermanas, a otras almas que sabemos viven aisladas y necesitadas de aprecio, apoyo, de ser escuchadas y abrazadas. Nuestras atenciones y cuidados les harán sentir que no están solas en el mundo que les ha tocado vivir, el cual, con mucho dolor, pueden considerar injusto y cruel.
Hoy día nos hemos dado cuenta, más que nunca, de lo mucho que dependemos los unos de los otros y con todo el mundo, incluso para poder sobrevivir a lo que amenaza nuestras vidas, principios y las bases en las que hemos construido como sociedad. No hay día que no nos lleguen noticias devastadoras que no dejan de preocuparnos y atemorizarnos. A diario nos enfrentamos a los efectos sin precedentes de la pandemia del Coronavirus y sus variantes que siguen apareciendo tras casi de tres años, nos siguen enfermando a pesar de las vacunas y los refuerzos; nos siguen llegando noticias de las consecuencias y desastres del cambio climático, de los conflictos bélicos que dejan grandes saldos de muertos, heridos, destrucción, desolación y desplazamiento de multitudes de seres inocentes.
Desde lo profundo de nuestras almas afligidas no dejamos de elevar oraciones fervientes, rogándole a Dios que no aparte su presencia amorosa y protectora de nosotros, su pueblo amado; que nos provea de la fortaleza que necesitamos para mantenernos firmes en la fe y la esperanza en su divina voluntad y providencia. En nuestros momentos de reflexión y silencio también le pedimos nos dé entendimiento y una respuesta al porqué de tanto ensañamiento de unos en contra de otros. Con gran humildad le expresamos nuestro deseo de que su amor infinito nos dé la fuerza para vivir el mandamiento de su amado hijo, Jesucristo, de amarnos los unos a los otros como Él nos ama. Ésta es la única manera como lograremos que, en nuestras vidas, hogares, comunidades y en la sociedad, reine por fin la justica y la paz.
Precisamente, el consejo del autor de la Carta a los Hebreos es el de amarnos, no sólo los unos a los otros como hermanos, sino también el de ser hospitalarios con los que llegan a nuestros hogares, porque podría darse que de verdad estuviéramos hospedando ángeles. Y, aunque podemos decir “eso es lo que hacemos siempre porque nos nace del corazón”, el consejo es llevar ese amor de hermanos y hermanas a lugares donde nunca pensaríamos ir, escuchar y entrar en relación fraterna, por ejemplo, con personas encarceladas, hermanos que sufren enfermedades terminales en los hospicios, envejecientes que muchas veces viven en completo abandono por parte de sus familiares, visitando los orfelinatos donde el lazo del amor, cuidados y atención es crucial para su crecimiento. Quienes viven ese amor fraternal como un ministerio de presencia y servicio al mundo, experimentan, a cada paso, el gozo que esos lazos fraternos nos prodigan; saben que esas obras son del agrado de Dios.
En el evangelio de Lucas escuchamos la invitación a ser humildes, a nunca querer ocupar los puestos de honor ya que podría llegar otro más importante y pasaríamos por la vergüenza y la humillación de ser enviados a sentarnos en el último lugar. Lo que escuchamos del libro de Proverbios lo podemos tener en mente como mantra de humildad: “No te des importancia ante el rey, ni tomes el lugar de la gente importante; vale más que te inviten a subir allí, que ser humillado ante los grandes señores”. Dice el evangelista que es mejor que se nos invite delante de los demás a ocupar un puesto de honor.
Pero también nos dice el Evangelio que, si decidimos ofrecer una gran cena en nuestro hogar, en lugar de invitar a nuestros familiares y amigos -quienes nos recompensarán con otra invitación parecida-, más bien invitemos a los marginados, enfermos y desvalidos, porque grande será nuestra felicidad y recompensa cuando resuciten los justos. Como cantó el salmista: “Han repartido liberalmente al pobre, y su generosidad permanece para siempre; alzarán la frente con dignidad”.
Hermanos y hermanas, en esta época que nos ha tocado vivir, la cual nos llena de pesadumbre, dolor y desconsuelo, al ser testigos de tanto sufrimiento causado por la ambición al dinero, el narcisismo de los poderosos, la desunión entre las naciones y el odio y la opresión hacia los más débiles, no dejemos de confiar en que Dios es nuestra ayuda y nuestra fortaleza en nuestras luchas.
Sigamos el ejemplo del amor de Cristo por cada uno de nosotros. Abramos nuestro corazón al ser que todavía no conocemos y vivamos a plenitud el regalo de su historia, el compartir nuestros sueños, el invitarnos a la alabanza a Dios cuya presencia siempre está en nosotros. El Espíritu del amor divino siempre guiará nuestros pasos y bendecirá el amor fraternal que prodiguemos en nombre de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas: “Vayamos al mundo para amar y servir al Señor” ¡Aleluya, Aleluya!
La Rvda. diácona Ema Rosero-Nordalm forma parte del subcomité de Justicia Racial de la diócesis de MA encargado de la formación, es miembro del Comité Ejecutivo para Allston Abbey y cofundadora y diácona de la emergente Comunidad Episcopal San Oscar Romero en Allston y Brighton MA.
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