Propio 13 (A) – 2023
August 13, 2023
LCR: 1 Reyes 19:9-18; Salmo 85:8-13; Romanos 10:5-15; San Mateo 14:22-33
El Dios de la Calma y la Serenidad
La tarea de llevar a otros a reconocer al Señor en la cotidianidad de sus vidas puede ser agotadora ya que nos enfrentamos a nuestro propio desánimo, al cansancio, la ingratitud, la incomprensión, el miedo y muchas otras situaciones que nos pueden causar desaliento. Es por esto, que quien cree en Dios y lo ama con sinceridad y acepta el reto de ser testigo suyo, necesita encontrase frecuentemente con Él.
La misión de Jesús, durante su existencia en medio de nosotros, exigió un gran sacrificio, estuvo marcada por la incomprensión de su familia, amigos, compatriotas y correligionarios; muchos en aquel tiempo, al igual que hoy, se acercaron a Él con intereses, necesidades y propósitos muy diversos. Todas estas situaciones y circunstancias -como a Jesús en su momento- nos agotan; necesitamos encontrar fortaleza en el Dios que nos llamó y nos envió como testigos de la Buena Noticia.
El Evangelio de este domingo nos relata cómo el Señor despide a la gente después de haberles predicado, orado con ellos y por ellos, e incluso después de alimentarlos materialmente. Esta despedida es una forma de cerrar su actividad misionera e implica un envío para que sean testigos de todo lo aprendido y recibido. Ahora Jesús necesita reponerse. Su cuerpo requiere descanso y su Espíritu busca el encuentro íntimo consigo mismo y con el Padre eterno. Por eso se dispone a orar; sube al cerro como lugar de encuentro y despide a sus discípulos para que también vayan a descansar.
Nos relata el evangelista que la barca se desprende de puerto seguro, se aleja de tierra firme y adentra en el lago, en un espacio inestable, movedizo. Aguas adentro la barca se estremece, el viento hace presencia y es adverso, no impulsa la barca, sino que, por el contrario, amenaza con volcarla; el peligro de hundirse aparece y, con él, el miedo de sus ocupantes.
Los discípulos acaban de pasar una hermosa experiencia junto al Maestro, han escuchado su mensaje, presenciado hechos asombrosos, han sido testigos de su poder; sin embargo, su corazón y mente aún son débiles y desconfiados, no han llegado a un estado de seguridad total que les permita abandonarse en las manos de su Señor; todavía el mensaje está en la superficie y humanamente se desmoronan ante el peligro. Es entonces cuando Jesús irrumpe en medio del caos, pero las circunstancias no permiten a los discípulos reconocerlo, ven un fantasma. Sólo cuando Él les habla e invita a la calma, cuando se presenta como el Dios vivo, el “Yo Soy” que ahuyenta el temor, se produce una respuesta en la persona de Pedro.
Pero la respuesta de Pedro es impulsiva; reclama evidencia del poder de Jesús: “si eres tú, que yo vaya hasta ti caminando sobre el agua”. Nuestra fragilidad, representada en el apóstol, nos lleva a expresar: creeré que tú eres Jesús, el Dios que salva, sólo si yo puedo superar mis temores y vencer las circunstancias adversas que me rodean y caminar hacia ti; mi fe se demostrará si soy capaz de vencer y triunfar, pero si no lo logro, el problema no soy yo, sino que tú realmente no estabas allí, eras un fantasma.
Muchas veces, al igual que Pedro, comenzamos a caminar sobre el agua; la euforia, la emoción nos llevan a creer que todo lo podemos lograr, e incluso lo logramos al principio, pero al poco tiempo, cuando sentimos que la fuerza de la adversidad se mantiene e incluso se incrementa, nos hundimos en el miedo y preguntamos dónde está Dios en medio de tantas dificultades. La respuesta está en clamar a Él con todas las fuerzas de nuestro corazón: “Sálvame Señor”; y allí, en ese momento, nos toma de la mano e invita a que tengamos fe y apartemos de nosotros todo aquello que nos haga dudar, y lo reconozcamos como el Hijo de Dios, nuestro único y suficiente Salvador.
Es muy importante revisar constantemente la relación que tenemos con Dios a partir de nuestra experiencia bautismal. Vivimos en un mundo lleno de inmediatez y euforia. Necesitamos aprender a entrar en nosotros mismos y encontrar paz y serenidad cuando el panorama se torna oscuro.
El profeta Elías (en el relato del libro primero de los Reyes) busca refugio en medio de la amenaza y persecución; el miedo lo lleva a esconderse en la oscuridad de una cueva -ocultarse es la mejor estrategia para ponerse a salvo-, sin embargo, Dios lo cuestiona: “¿Qué haces aquí?”. La solución no es esconderse, aislarse, apartarse; por el contrario, Dios le dice “sal afuera, quédate de pie ante mí sobre la montaña”, no permitas que el miedo te aísle; permanecer de pie es un gesto de firmeza y de confianza. Estar delante de Dios nos da la seguridad necesaria para vencer el temor y cualquier amenaza.
Adicionalmente la montaña representa la morada de Dios, el lugar donde podemos estar seguros, confiados y además recibir la fuerza necesaria; es allí donde podemos percibir su presencia, no en el ruido, el viento fuerte, el terremoto o el fuego devorador que nos incendia la mente y las emociones, sino en el sonido suave y delicado que nos llena de paz real, duradera, firme, constante, transformadora y estable, y que nos da valor para regresar al desierto amenazador cargados con la presencia del Espíritu Santo en nuestro interior, para llevar y encontrar esa misma presencia divina en medio de la aridez, y enfrentar con valentía los temores y amenazas al igual que los discípulos en medio del lago.
La tarea debe continuar, con o sin nosotros, pues no está limitada a nuestra temporalidad; hay un resto fiel a quienes se debe acompañar y fortalecer cuando ya no estemos presentes y por ello Dios encomienda al profeta Elías consagrar a Eliseo como su sucesor. Debemos pensar en quien continuará el trabajo cuando nuestro tiempo en este mundo termine, a quien vamos a entregar el legado. El Apóstol Pablo, en la carta a los Romanos, nos pregunta: ¿Cómo invocarán el nombre del Señor los que vienen después de nosotros si no creen en Él? ¿Cómo creerán si no han escuchado la buena noticia? ¿Cómo van a oír si no hay quien les anuncie? ¿Cómo van a anunciar si no son enviados? La Misión del cristiano es ser profeta y lograr que a todos los llamados a la salvación les llegue el mensaje y que reconozcamos a Jesús como el Señor de nuestra vida e historia, y con el corazón creamos para obtener salvación eterna y resurrección gloriosa. El Apóstol Pablo nos enseña que “quien confíe en el señor no quedará defraudado” y esa confianza es don de Dios para todos los redimidos sin ninguna distinción.
Vivir confiado, seguro y sereno, es un signo visible de un cristiano que tiene su corazón lleno de fe y no teme a la adversidad porque conoce y reconoce la presencia de Dios en su existencia y es siempre portador de buenas noticias.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.