Sermones que Iluminan

Pentecostés 10 (B) – 28 de julio de 2024

July 28, 2024

LCR: 2 Reyes 4:42-44; Salmo 145:10-18 (=145:10-19 LOC); Efesios 3:14-21; San Juan 6:1-21.

“Oh Dios, protector de cuantos en ti confían, sin quien nada es fuerte, nada es santo: Multiplica en nosotros tu misericordia, a fin de que, bajo tu dirección y guía, no sirvamos de los bienes temporales, de tal manera que no perdamos los eternos; por Jesucristo nuestro Señor que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén”.

Así reza la oración colecta para este domingo; pedimos al Señor que multiplique su misericordia o compasión para con nosotros, y pedimos que lo haga del modo que no nos distraigamos de lo que tiene verdadera importancia: la gracia o el favor de Dios y nuestra salvación en su reino sempiterno.

La selección de esta colecta del tesoro litúrgico de la iglesia para emplearla con las lecturas actuales de nuestro leccionario es muy propicia. Parece que el Dios que adoramos se conoce por eso de multiplicar las cosas para el bien de su pueblo. Es un motivo que encontramos en varios textos de las Sagradas Escrituras. Dios hace que se multipliquen sus criaturas en la creación y multiplica sus bendiciones sobre los que le temen de generación en generación. Las lecturas de hoy nos narran dos episodios de la multiplicación de panes, de la comida.

Primero, leemos un breve relato sobre el profeta Eliseo, el sucesor de Elías. No es una historia bíblica muy conocida, pero revela que alguien dio veinte panes de cebada y trigo al profeta, que a su vez mandó repartirlos entre una multitud de gente, unas cien personas. Cuando todos habían comido hasta hubo pan de sobra. Así se cumplió lo que el Señor había prometido a Eliseo, Dios se muestra un proveedor generoso para sus fieles. Un mensaje claro del relato es que Dios provee ricamente para su pueblo, incluso cuando hay aparente escasez. Por eso el Salmista canta: “Los ojos de todos esperan en ti, oh Señor, y tú les das su comida a su tiempo”. Dios es el que nos da nuestro pan de cada día, incluso más de lo que necesitamos. 

El segundo relato que leemos hoy es del sexto capítulo de San Juan. Aquí vemos al Señor Jesús hacer la multiplicación de panes y pescados, y darle a comer a cinco mil hombres -sin contar las mujeres y los niños-. Es una historia que casi todos hemos escuchado alguna vez, y habrá sido muy importante para los primeros cristianos, porque la encontramos en todos los evangelios en el Nuevo Testamento.

Esta historia es muy parecida al relato del Segundo Libro de Reyes: Jesús mira a la multitud hambrienta y recibe comida de alguien de afuera, en este caso un niño con su lonchera con cinco panes y dos pescados, y envía a uno a sus servidores a repartirlos a la gente. El Evangelista incluso nos señala que los panes son de cebada, igual que los panes de Eliseo. De igual manera todos comen hasta saciarse y recogen sobras. Evidentemente, Dios, a través de Jesús, multiplicó los panes y pescados, dándoles a todos con abundancia y revelando la estrecha relación entre el Padre y el Hijo. La gente entendió que Jesús “es el profeta que había de venir al mundo”. Hasta este punto todo parece haber ido bien.

Pero no todo estaba bien. Aunque la gente entendía que Jesús había sido enviado por Dios no había comprendido su mensaje o sus enseñanzas. Los cinco mil querían establecer un reino de Jesús por la fuerza violenta; no entendían que el reino de Cristo no es de este mundo, que no es un reinado fundado sobre los bienes y poderes terrenales y temporales; que es algo mucho más grande. Por eso Jesús se vio obligado a retirarse alejándose de la muchedumbre. 

La gente se benefició de las bendiciones materiales que Dios le había provisto, pero (por lo menos en ese momento) no recibió los bienes del reino de Dios, por fijarse sólo en lo material. En otro momento del evangelio Jesús increpa a las multitudes que sólo lo siguieron por haberse llenado de pan y no por el deseo de acercarse más al reino de Dios.

Muchas veces los del siglo XXI somos iguales: nos fijamos tanto en los bienes materiales que perdemos de vista lo que realmente importa: la gracia de Dios, la reconciliación y el amor de Jesucristo que nos salva con su muerte y resurrección. Se nos olvida que Dios nos ha prometido ser partícipes de la nueva creación, que Cristo reinará como Soberano eternamente y que todo se nos dará de la plenitud de Dios -no sólo unos cuantas hogazas de pan o unos pedacitos de pescado por ricos o abundantes que sean-.

Según San Pablo, el proyecto de Dios en Cristo no es algo meramente material como son los bienes temporales. El proyecto de Dios se trata de darnos de su gloriosa riqueza la fuerza y el poder de su Espíritu Santo. Quiere derrochar su gracia en nosotros y llenarnos del ancho, largo, alto y profundo amor de su Hijo. Quiere que conozcamos un amor mucho más grande que todo cuanto podemos conocer o imaginar y que éste sea la raíz y el fundamento de nuestras vidas.  ¿Qué podría ser más grandioso que esto?

Ahora vemos el sentido de la colecta del día y sus peticiones. Necesitamos la ayuda de Dios, su misericordia y compasión, para no afanarnos tanto en conseguir las bendiciones materiales que perdamos las bendiciones espirituales que el Señor quiere darnos. Necesitamos, no sólo que Cristo nos dé de comer, sino que multiplique su gracia obrando en nuestras vidas, que aclare nuestras mentes y afiance nuestros corazones, para que prioricemos los bienes eternos y alcancemos la vida eterna.

Si en el diario vivir, con sus luchas y dificultades, priorizar el reino de Dios y los bienes espirituales nos parece muy difícil, debemos recordar las palabras de Jesús: “¡Soy yo! ¡No tengan miedo!” y “He aquí, estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. Sin Dios nada es fuerte y nada es santo, con él todo es posible por el poder de su amor inagotable. Amén.

El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un sacerdote de la Diócesis Episcopal de Rhode Island y Vicario de la Iglesia Episcopal San Jorge en Pawtucket, RI.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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