Pascua 7 (C) – 29 de mayo de 2022
May 29, 2022
LCR: Hechos 16:16–34, Salmo 97, Revelación 22:12–14, 16–17, 20–21, San Juan 17:20–26
“Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros para que el mundo crea que tú me enviaste.” Jesús anticipa su final, ora por sus discípulos y por todos los que se convertirán en sus seguidores. En esta oración también nosotros estamos incluidos. Es la misma noche en que Jesús comparte la última cena con sus discípulos; él se despide con una oración, sabiendo que su fin está cerca y que ellos van a quedar aterrorizados por lo que va a suceder. En tres ocasiones Jesús pide a Dios que todos estén unidos, de la misma manera que él y el Padre lo están. Jesús ora tanto por la unidad de los discípulos como por la nuestra.
La Iglesia se halla en medio de las relaciones del mundo y de las relaciones entre Dios y su pueblo. Es el instrumento por el cual la verdad del Evangelio penetra en nuestros corazones y mentes, y nos invita actuar en amor solidario. La Iglesia es el cuerpo de los bautizados reunidos en pensamiento, palabra y obra, adorando a Dios que nos ama incondicionalmente y nos invita a seguir fielmente sus enseñanzas. Allí encontramos, en el mensaje auténtico de Jesús, la voz que nos invita a amar a Dios con todo lo que tenemos y somos, y amar al prójimo como a nosotros mismos. Éste es el mensaje de amor y unidad. Como están las cosas hoy ¿esta oración ha sido cumplida? ¿está en camino de realizarse o estamos cada día más alejados de hacerlo? ¿es posible que el amor cristiano supere todas las divisiones y barreras en que vivimos?
Hay divisiones por todas partes, en nuestras familias, congregaciones, sociedad y en el mundo. Jesús, consciente de éstas, pide -profunda, amorosa y desesperadamente- por la unidad. Las divisiones nos ubican en categorías de privilegiados y oprimidos, por diferencias de género, nivel socioeconómico, etnia, edad, habilidades, orientación sexual, estado inmigratorio, grupo de pertenencia y más. Hay diferencias en todas partes y las usamos para definir a nuestros enemigos, para crear división, y así andamos por el mundo con el viejo y lamentable principio de “ojo por ojo y diente por diente”. Jesús ora por nuestra unidad para cambiar ese espíritu de venganza; él sabe que esa tendencia a crear oposición en vez de unidad es parte de la naturaleza humana. Un corazón no cultivado genera odio y división; un corazón iluminado por el amor y en el amor de Cristo intenta y busca la reconciliación y la sanación.
¿Cómo nos permitimos vivir anestesiados ante tanto dolor e injusticia? ¿Cómo respondemos a la plegaria de Jesús por la unidad en él y con Dios de la misma manera que ellos habitan en nuestros corazones? ¿Cómo le damos voz a esa divina y santa unidad instalada en nuestros corazones gracias a la inspiración del Espíritu Santo? ¿Somos capaces de vivenciar el amor en Cristo en nuestras relaciones y en cada contexto en el que estamos insertados? ¿Es esta plegaria un llamado a amar solamente a los cristianos? La integridad y autenticidad del amor incondicional y solidario es la capacidad de involucrarnos con preocupación por lo que le pasa al otro. No es solamente una conversación casual y social, sino la disciplina, persistencia y valentía para poder escuchar al otro, aunque no nos agrade lo que escuchamos.
Por último, ¿qué es lo que hacemos con lo que acabamos de escuchar? ¿Cómo nos ofrecemos para ser parte de la solución y no del conflicto? ¿Cómo nos convertimos en sanadores de heridas? ¿Cómo incrementamos nuestra compasión en un mundo que nos empuja cada día más al “sálvese quien pueda”? Quizás el antídoto a la división es recordar constantemente la plegaria de Jesús y permanecer unidos en el amor de Cristo: nosotros en él, él en nosotros, y todos en el amor de Dios quien nos amó desde antes de habernos creado.
Este amor y esta unidad son los mejores antídotos a este “sálvese quien pueda”, porque nos permiten reconocer que cuando aceptamos el amor incondicional y eterno, estamos reclamando para nosotros y los demás nuestra condición de hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas de todos y todas. Para tener la libertad y valentía de aceptar esta pertenencia y unión, debemos dejar de lado prejuicios, resentimientos y miedos: ¡Dios es nuestro pastor y nada nos puede faltar!
Jesús no está orando para que seamos más tolerantes y que nuestras relaciones no tengan desafíos, tampoco lo hace para que las diferencias desaparezcan. Él sabe que eso es imposible. Jesús ora por nuestra unidad, para que abracemos nuestro sentido de pertenencia mutua, ¡todos para uno y uno para todos! El amor solidario exige unidad, porque esa unidad -a pesar de todas las diferencias y conflictos- adquiere un valor sacramental: representa la presencia de Dios en este mundo.
Unidad es la manera de demostrar la presencia de Dios a través de sus mandamientos centrales: amar a Dios con todo lo que tenemos y somos, a los otros como a nosotros mismos y a nuestros enemigos. Estos mandamientos de amor incondicional y solidario reconocen la diferencia, pero exigen unidad. La unidad es posible cuando aceptamos que Dios nos ama a todos y todas porque somos parte de la creación. Dios nos ama con el mismo amor que ama a su Hijo, que es el mismo amor con el que Cristo ama a su Padre; el mismo con el que Jesucristo nos ama a cada uno de nosotros y nosotras. Este amor es, precisamente, por el que Cristo oró para que se manifiestara constantemente en nuestros corazones.
La respuesta a la oración de Jesús está en cada uno de nosotros y en las formas en como manifestamos y expresamos nuestro amor solidario. Respondemos a esta oración cada vez que anteponemos el amor solidario a cualquier barrera que se nos presenta. ¿Qué barrera venceremos hoy anteponiendo el amor solidario? ¿Cómo responderemos hoy, en unidad, a la plegaria de Jesús?
Las palabras de la Hermana Joan Chittister pueden ayudarnos a encontrar una respuesta: “La Pascua de la Resurrección no es simplemente un día en la historia, la Pascua de la Resurrección es una decisión,” disponible en nuestros corazones todos los días de nuestra existencia. ¿Tendremos la valentía de decidir todos los días que “Dios está en nosotros”?
La Reverenda Diácona Anahí Galante se graduó recientemente de Bexley Seabury Episcopal Seminary (Chicago, Illinois) y fue ordenada al Diaconado Transicional el pasado 14 de mayo por el Obispo Andrew ML Diestche, en la Diócesis de Nueva York. La iglesia Saint Luke’s in the Fields (Manhattan, Nueva York) ha sido su congregación de origen. Éste es su sermón de despedida en la comunidad de la Iglesia de La Santa Cruz/Holyrood (Alto Manhattan, Nueva York) donde ha hecho su último año de residencia como seminarista.
¡No olvide suscribirse al podcast Sermons That Work para escuchar este sermón y más en su aplicación de podcasting favorita! Las grabaciones se publican el jueves antes de cada fecha litúrgica.