Pascua 7 (B) – 2012
May 21, 2012
Dios escribe recto sobre renglones torcidos.
La sabiduría popular es sencilla, ingeniosa y profunda. Casi siempre tiene un toque de humor crítico que refresca el espíritu humano y desubica a aquellos que creen que lo saben todo. Todos sabemos algún dicho y es muy posible que cada uno de nosotros tenga su dicho favorito. Entre las varias expresiones populares que llaman la atención, pudiéramos decir que aquella que dice: “Dios escribe recto -o derecho- sobre renglones torcidos” se conecta muy bien con las lecturas de hoy.
¿Cómo así?, se preguntarán ustedes. Pues veamos de qué nos hablan las lecturas de hoy. De hecho iniciemos nuestra conversación hablando de Judas. No, no miren a los lados pensando: “Yo sabía que algún día iban a hablar de ese, o de ese o esa que está ahí”. No, nada de eso. Las lecturas nos hablan de Judas, el discípulo que traicionó al Señor. Es mencionado en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles y en el Evangelio. La primera lectura nos dice cómo Judas fue reemplazado por Matías mediante una elección en espíritu de oración. El Evangelio, sin embargo, aunque no menciona a Judas de forma directa, lo hace de manera indirecta cuando dice: “… excepto el destinado a la perdición, para cumplimiento de la Escritura”, el cual era Judas. En todo caso, ambas lecturas hacen referencia al hecho de que Judas –de alguna manera- ya estaba destinado a la traición. Sin embargo, como algunos estudiosos de las Sagradas Escrituras opinan, sin la traición de Judas, nosotros no hubiéramos recibido los beneficios y las muestras del poder de Dios que se nos hacen presentes mediante la resurrección de su Hijo. Un acto de maldad nos genera un acto de profundo beneficio. Dicho en otras palabras y recurriendo a la sabiduría popular: “No hay bien que por mal no venga”.
Sin embargo, la historia de Judas es tan sólo un espejo. Aunque esto no nos guste, por la aversión que le tenemos a este impopular personaje de la Biblia, él es tan sólo un espejo de la naturaleza humana. En verdad, Judas, de alguna manera, refleja lo que nosotros somos en lo más profundo de nuestro ser. Pareciera que la maldad, la destrucción y la traición son expresiones naturales del espíritu humano. En otras palabras, como lo señala san Pablo en una de sus cartas, muchas veces terminamos haciendo el mal que no queremos en lugar de hacer el bien que deseamos. Efectivamente, nuestra condición humana está llena de esta capacidad de desilusión, agresión y mentira. Procuramos hacer el bien y terminamos haciendo el mal; o quizás, movidos por razones de conveniencia personal, el mal que se hace verdaderamente no tenía la intención de hacer mal alguno, sino que tan sólo estábamos procurando hacernos sentir mejor a nosotros mismos.
De alguna manera, esto se asemeja a lo que nosotros llamamos “mentiritas piadosas”. ¿Habrá alguien en este lugar que no haya recurrido a tan popular recurso? Pareciera que la mentirita piadosa es algo así como hacer el “mal” sin querer hacer el mal. ¿Será posible esto? Nosotros creemos que la mentira piadosa no le hace mal a nadie, pero en realidad le está haciendo daño a la persona a quien se le niega la verdad. De hecho, el único beneficiado de la mentirita piadosa es la persona que la dice. Judas no quería la muerte de Jesús, pero su acción terminó en eso. Fue una mentirita piadosa. ¿Será, pues, posible que existan las mentiritas piadosas?
Pues bien, esta reflexión no tiene como propósito disculpar a Judas por razón de nuestras propias equivocaciones o errores en la vida. Lo que se desea destacar es el hecho de la fragilidad del ser humano. Por esta razón decíamos que Judas no es más que un espejo de aquello que llevamos dentro. Como dice aquel otro dicho: “Yo siempre le creo a la persona, pero nunca le creo al pequeño demonio que lleva dentro”. La limitación humana no es su grandeza convertida en miseria; sino su terquedad de no querer reconocer su propia limitación. Todos cometemos errores. Algunos más que otros, algunos más grandes que otros; pero todos cometemos errores. La cantidad o la calidad del error no nos justifica; lo que sí nos justifica -como dice aquella expresión de la sabiduría popular –: “Errar es humano, pero perdonar es divino”.
Cada uno de nosotros ha experimentado la dureza del error sea porque nosotros mismos lo hayamos cometido o porque se haya cometido contra nosotros. Sabemos que las secuelas de los errores cometidos en la vida se convierten con el paso del tiempo en sufrimientos de conciencia. ¿Cuántos de nosotros no cargamos cosas pesadas en nuestra conciencia que parecieran anclas que nos mantienen atorados en el fondo del mar… y no nos permiten respirar? Nuevamente, esto es parte de la condición humana. Judas mismo, no pudiendo cargar con su culpa, decidió quitarse la vida como recurso para encontrar consuelo. Pero, ¿fue esta una verdadera solución al error que cometió? No, no lo fue. Hacer lo que Judas hizo es quedarse en la primera parte del dicho mencionado “errar es humano”. Bajo este punto de vista el ser humano no tiene esperanza.
Sin embargo, la segunda parte del dicho nos habla de la grandeza de Dios y de la razón por la cual Jesús vino a solidarizarse con nosotros, “perdonar es divino”. El acto del perdón es un respiro nuevo y profundo que nos libera de todas las presiones que cargamos por dentro. Como decíamos antes, todos hemos experimentado la culpa en la vida, pero qué lindo es cuando experimentamos el perdón. No solamente el que nos es ofrecido, sino también el que nosotros ofrecemos. Como decimos en la oración del padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Recibir el perdón de Dios y del hermano es un acto de gracia; ofrecerlo es un acto de querer actuar como Dios actúa con nosotros. La alegría del perdón es lo que llena el espíritu humano de esperanza y compasión.
Ahora volvamos a la frase inicial de nuestra reflexión: “Dios escribe recto –o derecho- sobre renglones torcidos”. La naturaleza humana está llena de limitaciones, desilusiones y desesperos. Sin embargo, la grandeza del ser humano se encuentra en el hecho de –como lo dice el Evangelio de san Juan en su capítulo primero-: “A todos los que le recibieron [a Jesús] les dio la capacidad para ser hijos de Dios”. Esto es lo que debemos afirmar en la vida. Esto es lo que debe alimentarnos como personas de calidad y buen espíritu. De hecho, esto nos muestra el propósito para el cual fuimos creados.
Por esta razón, bien nos dice el mismo san Juan en la carta que hoy escuchamos: “Si aceptamos el testimonio humano, más convincente es el testimonio de Dios”. De Dios hemos recibido todas las posibilidades para hacer el bien. Es verdad que cada uno de nosotros siempre desearía hacer el bien. Pero muchas veces terminamos por equivocarnos. Estas son realidades de la condición humana.
El testimonio de Dios que cada uno de nosotros debe proclamar con alegría es aquel que dice que solamente mediante Jesús poseemos la vida eterna. Dicho en palabras escritas por san Juan: “El testimonio declara que Dios nos ha dado vida eterna y que esa vida está en su Hijo”. Entonces el desafío cristiano no es tan sólo entender y aceptar la limitación humana; sino comprendiéndola, el verdadero desafío es dejar que Dios mismo escriba la vida en nosotros. Efectivamente, reconocemos que somos unos renglones torcidos, pero Dios ha de escribir recto y bonito en este renglón torcido.
De alguna manera, esto tiene mucho que ver con la súplica de Jesús a Dios Padre que escuchamos en el Evangelio de hoy: “Como tú me enviaste al mundo, yo los envié al mundo. Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad”. Amén. ¡Aleluya!
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