Pascua 7 (B) – 16 de mayo de 2021
May 16, 2021
LCR: Hechos 1:15–17, 21–26; Salmo 1; 1 San Juan 5:9–13; San Juan 17:6–19
El pasaje del evangelio de Juan, que se ha proclamado hoy, nos presenta a Jesús orando por sus discípulos la noche antes de su muerte, pero es también una oración por quienes hoy le seguimos. Su oración es específica: “Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos”. Esta oración de Jesús por los discípulos, y no por el mundo, nos puede parecer contradictoria, más cuando en los primeros capítulos del evangelio podemos leer: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.”
Indiscutiblemente, Jesús hace una distinción entre sus discípulos y el mundo, enfatizando que, aunque los discípulos están en el mundo, no pertenecen a él. En otras palabras, Jesús parece estar afirmando una identidad de discipulado única y diferente, distinta a los valores del mundo, los cuales frecuentemente se encuentran en oposición a los del reino de Dios y su justicia. Este pasaje nos invita a reflexionar en nuestra identidad como discípulos y el ejercicio del ministerio en el mundo en el cual vivimos. Jesús no se está olvidando del mundo; nos encomienda, como discípulos, continuar su obra, pero enraizados en nuestra identidad cristiana y fidelidad a Dios. Recordemos que Jesús nos llama a ser sal de la tierra y luz del mundo, a que nos amemos unos a los otros.
En ocasiones los psicólogos preguntan a sus pacientes: “¿Qué verá la gente en ti para que se convenzan de que has cambiado?” Esa pregunta es diseñada para ayudar al paciente a visualizarse con una nueva identidad, como una persona con opciones diferentes para vivir, pensar, actuar, y sentir que es más saludable que en su vida actual. Vivimos tiempos en los cuales Iglesia y mundo necesitan hacerse la misma pregunta. Es un tema de supervivencia, de transformación de los sistemas de opresión, violencia y odio, que permita un mundo de paz, convivencia y hermandad.
Para nosotros, como discípulos, es una cuestión de esencia: ser instrumentos de transformación en el mundo. Debemos reclamar nuestra misión profética y no contentarnos con el mundo ‘tal como es’, sino luchar por uno ‘como debe ser’, a lo que los cristianos llamamos: Reino de Dios. Nuestro llamado es a hacer tangible esa “comunidad amada de Dios” (como la llamaba el Doctor Martin Luther King) en nuestro tiempo. Para algunos puede ser sólo un sueño distante; pero los sueños son a menudo, nuestro mejor punto de partida. De acuerdo con algunos testigos, Martin Luther King Jr., en su intervención en Washington, dejó a un lado el manuscrito e improvisó su famoso discurso conocido como: “Tengo un sueño”. Esas palabras aún nos hablan.
Vivimos tiempos en los que la imaginación de nuestros líderes religiosos y políticos necesita una infusión del Espíritu de Dios para captivar nuestra imaginación por un mundo mejor. Y nosotros, cristianos, necesitamos activar nuestra imaginación para soñar alternativas, un camino y futuro nuevos para el mundo y el pueblo de Dios. Desempleo, enfermedad, injusticia y pobreza pueden comprimir nuestra visión, apresarnos en los sufrimientos del presente e imposibilitar el ver más allá de nuestra condición. Por eso nuestro discipulado es crucial y debe siempre caracterizarse por la capacidad de poder imaginar un mundo no como es, sino como debe ser: libre de desesperanza y abierto a las nuevas posibilidades en Dios.
El erudito bíblico, Walter Brueggemann, usa el término ‘imaginación profética’ como un concepto para describir la maravillosa habilidad de imaginar las promesas de Dios hechas realidad. Desde su perspectiva, los profetas y Jesús ejercieron una imaginación profética al tener una visión de la realidad diferente de las creencias y enseñanzas de su época. Sabían o llegaron a conocer que, a través de sus gozos, sufrimientos y experiencia personal de fe, tendrían la capacidad de levantarse de su condición para actuar por los más desafortunados. Ellos fueron llamados a imaginar el mundo en una forma nueva y radical, y así proclamar la libertad de Dios.
Hoy debemos preguntarnos ¿cuáles son nuestros sueños como individuos, como nación? Y necesitamos usar nuestra imaginación para ir más allá de nuestras limitaciones, de nuestra condición, porque la imaginación nunca es un camino sin salida sino, más bien, una ventana hacia el infinito donde lo que nos parece imposible hoy puede ser cierto mañana. Jesús nos envía al mundo a continuar su ministerio, nos llama a ser profetas, nos invita a soñar, a imaginar alternativas y a vivir los valores de Dios cada día.
Dios tiene un sueño de justicia y paz para el mundo. Y eso, muy a menudo, significan pesadillas para los poderosos. En Cristo, Jesús, Dios estuvo en el mundo y fue peligroso: sanó en el día de reposo porque imaginó a los enfermos más importantes que las leyes; volteó las mesas en el Templo porque imaginó que ofrecer el corazón a Dios es más importante que los sacrificios; se juntó con los excluidos porque imaginó que formar parte de la familia humana es más importante que los prejuicios sociales. La buena noticia de Dios, en Jesús, es que un mundo nuevo es posible.
Finalmente, recordemos nuestro pacto bautismal; en él afirmamos que somos parte del Cuerpo de Cristo, lo cual nos llama a ver al mundo, y a cada uno de nosotros, de una forma nueva. El Espíritu que habita en nosotros, por la gracia de Dios, activa nuestra imaginación para que podamos cambiar nuestras vidas, las de otros y la del mundo.
El Rvdo. Abel López es Rector en Episcopal Church of the Messiah – Santa Ana, California.
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