Pascua 7 (B) – 2024
May 12, 2024
LCR: Hechos 1:15–17, 21–26; Salmo 1; 1 San Juan 5:9–13; San Juan 17:6–19
Los capítulos catorce al diecisiete del evangelio de San Juan constituyen lo que los expertos bíblicos llaman “el discurso de despedida de Jesús.” De ese bloque de cuatro capítulos el último es considerado la oración más larga de Jesús registrada en cualquiera de los evangelios; se le conoce como la oración de despedida u oración Sumo Sacerdotal. Se le llama así porque en las palabras que en ella pronuncia Jesús cumple algunos de los deberes propios del Sumo Sacerdote de acuerdo con la tradición hebrea: ser puro en su conducta, velar por la santidad e integridad de los demás sacerdotes y ofrecer sacrificios y oraciones por todo el pueblo de Dios -con razón el autor de la carta a los Hebreos, en su capítulo cuatro, llama a Jesús Sumo Sacerdote-. En las últimas palabras de esta oración, Jesús pide al Padre dos cosas: que sus seguidores vivamos en unidad y que vivamos unidos a Él, a Jesús.
Los versos del evangelio de Juan que leemos en este séptimo domingo de Pascua nos hablan no sólo del amor de Jesús por sus discípulos sino de su preocupación por ellos, lo cual pone de manifiesto lo consciente que estaba de los peligros que acechan a los que le siguen en todas las épocas y lugares, tratando de andar sobre las huellas del Nazareno, viviendo consecuentemente bajo la bandera del amor sin límite, la paz sin fronteras y la justicia universal.
¿Qué es lo que Jesús pide al Padre por sus discípulos? Lo primero es que proteja la unidad entre ellos, usando como modelo la unidad entre él y el Padre. Pero ¿cómo podemos traducir a nuestra realidad actual ese concepto de unidad entre Jesús y Dios en una sociedad tan contradictoria, que levanta una bandera de guerra por cualquier pretexto? Unificando nuestros criterios, uniéndonos en la búsqueda del bien común, sometiendo nuestros planes y ambiciones individuales al plan maestro de Dios para este mundo. Basta con mirar nuestro presente.
Si echamos una mirada al universo político nos daremos cuenta de que hay muchas elecciones presidenciales para este año en las Américas, algunas ya sucedieron, otras están por venir, incluyendo la de los Estados Unidos. Imaginemos que los cristianos que vivimos en estas naciones, conscientes de la corrupción, las injusticias y desigualdades que existen, asistamos a las urnas guiados por los principios y valores de las enseñanzas de Jesús contenidas en los evangelios, que tomemos tiempo de analizar el perfil humano de las personas que aspiran a gobernarnos, que contrapesemos sus obras, vida y palabras con las obras, vida y palabras de Jesús. ¡Cómo afectaría esta simple acción en muchos de nuestros países y, por consiguiente, en el presente y futuro de nuestras naciones! El continente americano se define como un conglomerado mayormente cristiano, pero estamos divididos por el partidismo y las ideologías que esos partidos nos venden, dando al traste con nuestra unidad y, por consiguiente, con los deseos de Jesús: “que todos sean uno”.
Jesús pide a su Padre que proteja a sus discípulos del mal que habita en el mundo -que en cierta forma lo controla- y no que los saque del mundo. En este sentido el mundo es nuestro lugar destino para ejercer nuestra existencia y nuestro ser cristiano, no nos queda de otra. Así que identificar una causa por la cual valga la pena vivir y morir nos ayuda a sobrellevar con sentido la encarnadura de nuestra alma en este lado de la realidad por el tiempo que a Dios le parezca bien tenernos en ella.
En la oración Sacerdotal Jesús eleva una súplica al Padre que, a la vez, es una propuesta para nosotros; le pide que santifique a sus discípulos con la verdad. Podemos interpretar esa parte de la oración como una invitación a vivir en la verdad. Esta verdad que nos hace libres también nos equipa para vivir en el mundo mejorándolo, sin dejar que el mundo defina cómo debe ser nuestra relación con Jesús y con nuestros hermanos y hermanas.
Esto, obviamente, nos exige un replanteamiento de lo que significa ser cristianos en un mundo que constantemente cambia los valores de las cosas y que hasta nos hace dudar de lo que realmente es verdadero. Por eso no debe sorprendernos que nos polaricemos al extremo de tener cristianos lanzando botellas de aguas y bolsas con comida a los inmigrantes que viajan sobre el “tren de la muerte”, y cristianos condenando y persiguiendo a los que lanzan dichas agua y comida; cristianos saliendo a las calles a llevar alimento y ropa a los desamparados, y cristianos tratando de criminalizar a los que viven en las calles; cristianos abogando por un cese al fuego en la guerra entre Israel y Hamas, y cristianos condenando a los que claman por un cese al fuego; cristianos criminalizando a los inmigrantes que tratan de encontrar puertos seguros en otros países y cristianos que abogan por darles la bienvenida. ¿Dónde está razón? En la verdad.
Ése es el diálogo que Jesús nos invita a tener. No un diálogo fundamentado en nuestras verdades relativas sino en la verdad absoluta que es Dios y que encontramos en las páginas de la verdad revelada en las Sagradas Escrituras. Ahí está la ruta hacia la unidad: “Padre que ellos sean uno, como tú y yo somos uno”.
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