Pascua 7 (A) – 2011
June 05, 2011
La historia en nuestra Sagradas Escrituras nos enseñan el camino de la esperanza. Las lecturas de hoy nos invitan a vivir con ánimo. Pedro nos exhorta con las siguientes palabras: “Queridos hermanos en Cristo, no se sorprendan de tener que afrontar problemas que ponen a prueba su confianza en Dios. Eso no es nada extraño”. Es verdad, hay momentos en que pensamos que todo está perdido en esta vida, pero nuevamente Pedro nos invita diciendo: “Estén siempre atentos y listos para lo que venga, pues su enemigo el diablo anda buscando a quien destruir, como si fuera un león rugiente. Resistan sus ataques confiando en Dios y sin dudar un solo momento”.
En la lectura del Evangelio de Juan, Jesús nos habla de nuestra permanente relación con él y de su permanente relación con el Padre, y que todas las obras de nuestra vida provienen de esta relación. Y este es el hecho, el Espíritu Santo ha de venir. No estamos solos.
La relación que tenemos con Jesús marca la diferencia en la manera como pensamos, sentimos y vivimos. Esto nos permite mantenernos en aquel mandamiento central de “amar a Dios y amarnos los unos a los otros como a nosotros mismos”. Esta relación permanente que tenemos con Jesús es el fundamento sobre el cual el Espíritu Santo actúa en nosotros. Si aceptamos a Jesús como verdad de vida, entonces también encontramos una fuente inagotable de sentido, propósito y riqueza a nuestro vivir.
Efectivamente, conforme prestamos atención a nuestra relåación con Jesús, mejor será nuestra vida cristiana; porque entonces estaremos dispuestos a recibir el Espíritu Santo. En una sección anterior al evangelio que escuchamos en este día, Jesús les dice a sus discípulos, “yo soy el camino, la verdad y la vida”. No se trata de una dirección tangible y llena de beneficios materiales; sino de una relación de amistad donde encontramos el camino, la verdad y la vida.
A lo largo de todo el Evangelio de Juan, Jesús hace la conexión entre esa relación personal y las obras. Dondequiera que él va, la gente le pregunta lo que Tomás le preguntó: “¿Cómo sabremos a dónde ir?”, o también le preguntan, “¿cómo sabremos qué hacer?”. Jesús siempre responde, “mediante la relación conmigo, de la misma manera que yo me mantengo en relación con mi Padre”.
Mientras más nos mantenemos en esa relación, es decir, entre más conscientes somos de la presencia de Jesús, mejor estaremos capacitados para escuchar a Dios en nuestras vidas. Si nos separamos de esa relación permanente con Jesús, entonces estamos en peligro de tomar decisiones contrarias a la voluntad de Dios. Estaríamos en un movimiento contrario al “camino, la verdad y la vida”.
Veamos el ejemplo que nos ofrece la lepara. La lepra es una enfermedad neurológica, no necesariamente un desorden de la piel. La comunicación de los nervios no existe en el cuerpo de los leprosos. Por ejemplo, cuando tocamos algo caliente, ciertas señales viajan de esa parte del cuerpo al cerebro, y esa misma señal es enviada de regreso para dejar de tocar aquello que nos está quemando. El leproso no cuenta con esta habilidad de comunicación neurológica. Esto hace que ellos estén expuestos a sufrir quemaduras severas. Un hombre que sufría de lepra –y esto fue lo que le hizo descubrir su enfermedad-, describió cómo él sufrió quemaduras severísimas en una pierna, mientras su esposa cocinaba.
El Doctor Paul Brand, que trabajó por varios años con leprosos en la India, cuenta la historia de un hombre que no tenía sensaciones en manos, pies e incluso párpados. Como no parpadeaba, esto provocó que sus ojos se infectaran y perdiera la vista. Complicando su situación un medicamento le produjo una reacción alérgica y le causó la pérdida del oído. Fue así como quedó imposibilitado de ver, oír, tocar y sentir. Estaba completamente separado del mundo a su alrededor. Aquel hombre permanecía postrado en su cama y solamente esperaba la muerte. Gracias a un cirujano de los ojos, se pudo realizar una cirugía para restaurarle un poco de la visión. Conforme pudo ver, también pudo reconectarse con el mundo una vez más. Si queremos decirlo así, pudo restablecer su sentido de pertenencia y permanencia en el mundo. Conforme lo hacía, comenzó a estirarse en su cama, hasta que eventualmente levantarse y volver a vivir.
Así como este hombre pudo re-experimentar su relación con el mundo, también pudo llegar a redescubrir quién era él y qué es lo que debía hacer. Nuestra vida con Dios en Jesús es así mismo. Debemos mantenernos conectados a él, y conforme lo hacemos, podremos descubrir quien somos y lo que debemos vivir. Hoy las lecturas nos invitan a revisar nuestra relación personal con Cristo, y a pensar cómo habremos de vivir nuestra vida. Conforme avanzamos en la vida, desde el día de hoy, continuemos confiando en la promesa de Jesús, no estamos solos, él no nos ha abandonado. A pasar de todo pesar, válgame la redundancia, permanezcamos en Jesús pues El es el camino la verdad y la vida.
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