Sermones que Iluminan

Pascua 4 (C) – 8 de mayo de 2022

May 08, 2022

LCR: Hechos 9:36-43; Salmo 23; Revelación 7:9-17; San Juan 10:22-30

Jesús es el Buen Pastor: nos llama a cada uno por nuestro nombre, nos conoce de manera particular e individual, nos ama incondicionalmente y nos conduce bajo la guía del Espíritu Santo en la medida en que reconocemos su voz, la escuchamos y seguimos fielmente el camino que nos propone para encontrar paz, felicidad y Vida Eterna.

La figura del pastor no es necesariamente cercana en todos los contextos, sin embargo, en tiempos de Jesús y para el pueblo de su época, la relación de cuidado, protección, amor y dependencia que se evidencia entre este personaje y sus ovejas no era desconocida. El rebaño de Cristo es particularmente conocido y amado por Él a pesar de que los rebaños suelen ser inmensamente numerosos. Cada oveja tiene un valor especial para Dios.   

Las ovejas caminan juntas, conocen la voz de su pastor, lo siguen a donde quiera que vaya, se sienten confiadas de que él las guía a los mejores pastos y los más frescos manantiales donde se pueden alimentar, descansar y estar seguras contra las acechanzas de los lobos. El Salmo 23, tan reconocido en el mundo cristiano, expresa de manera poética y bella esa relación de amor que conduce a la serenidad, descanso, alegría y seguridad en la que Dios como Pastor de su pueblo cuida y protege a sus hijos de una forma especial. Nos recuerda el salmista que esa sensación de tranquilidad y paz, que todos queremos experimentar de manera permanente y definitiva, no puede depender exclusivamente de los momentos en que disfrutamos de bienestar; en el camino oscuro, en el valle de sombras, cuando las cosas no van según nuestras expectativas también nos sostiene la fuerza de Dios que permite que superemos los retos que encontramos en el camino de la vida. Aquello que nos causa dolor o angustia será vencido por el Señor.

En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que nos propone la liturgia para este domingo, encontramos el bello relato de una mujer creyente, bondadosa y trabajadora que dejó huella en la vida de todos aquellos que la rodeaban. Cuando su vida terrenal se agotó, la comunidad que la admiraba y que recibía los beneficios de su amor, deseaba fervientemente conservar su legado a través de la exaltación de sus obras de caridad y de su trabajo material. En este contexto, la comunidad de Jope llama a Pedro en busca de consuelo y fortaleza; el Apóstol responde devolviéndoles con vida a Tabitá. Pedro realiza los mismos gestos que aprendió de Jesús cuando sanó a su suegra enferma: la toma de la mano, la levanta y la presenta a su comunidad, la cual se alegra con este maravilloso encuentro con la vida. Por su parte Tabitá, en consonancia con los antecedentes relatados en el pasaje bíblico, se dispone a continuar su generoso y abnegado servicio.

Nosotros, como seguidores de Jesús Resucitado, al igual que aquella mujer estamos invitados a transmitir esperanza, amor y alegría en el servicio a todos. Dar lo mejor de nosotros a la humanidad no sólo permite que seamos recordados con amor una vez termine nuestra existencia física, también nos convierte en testimonio permanente de una vida resucitada, que trasciende el mundo material y nos transporta a una esperanza mucho más gloriosa, en la que somos capaces de vivir permanentemente en paz, igualdad, seguridad y libres de todo sobresalto.

Nuestros votos bautismales son un compromiso con la construcción de ese mundo mejor, más justo, acogedor, generoso; cuando sembramos en nuestras comunidades esas semillas del bien, permitimos que la presencia de Dios se haga realidad y que todos los que entren en contacto con nosotros sientan que Cristo está presente en la iglesia que se reúne, comparte alegrías y tristezas, celebra y se alimenta sacramental y espiritualmente de Jesús vivo entre nosotros. Transmitir bondad y amor es hacer presente a Dios. No necesitamos elaborados discursos, lo que el mundo necesita es presencia viva, acogida, respeto y amor.

Esa muchedumbre, de la que nos habla el libro del Apocalipsis en la segunda lectura, es incontable, diversa y purificada a través de las dificultades de la vida diaria; de ella formamos parte todos los redimidos, pertenecientes a diversos pueblos y razas, con distintas formas de pensar, ver el mundo, comunicarnos, amar y sentir; esta multitud incontable representa el triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre la oscuridad, de la santidad sobre el pecado, del optimismo sobre el pesimismo; nos evoca esa espiritual unión con todos los seres celestiales y con la creación entera, que unen sus alabanzas a las nuestras para rendir honor y gloria al único Dios Verdadero.

Esos fuertes gritos de alabanza son gritos de victoria sobre todo lo malo: tristeza, miedo, injusticia y tiranía; son el reconocimiento al Dios que nos salva, para que la creación entera, a una sola voz, adore al Señor que protege a sus ovejas, las alimenta y consuela, seca las lágrimas que brotan de sus ojos a lo largo del camino llenando su pecho y boca de cantares de alegría.

Jesús vino a traernos una comprensión sobrenatural de nuestra existencia. Él nos enseña una nueva dimensión de la vida, nos muestra el rostro amoroso del Padre; Él ha pasado por el sufrimiento y ha vencido a la muerte, mostrando con su vida y palabra que hay esperanza para el ser humano que acoge el mensaje de salvación, ya que sólo las almas abiertas a su Gracia pueden llegar a ese encuentro íntimo y revelador con Cristo. Sólo los corazones dispuestos pueden escuchar y abrirse al misterio de la Salvación, y derrotar todo asomo de duda e incertidumbre escuchando con atención la voz del verdadero y único Pastor.

Quienes se niegan a amar se niegan a creer, se resisten a descansar en una paz genuina, cierran sus oídos al mensaje y sus ojos a la luz. El creyente permite que el Espíritu Santo ilumine sus pensamientos, sentimientos y emociones para experimentar la plenitud que sólo proviene de una vida puesta en Cristo. Si reconocemos su voz y lo seguimos nos da vida eterna, nos conduce por el camino de la felicidad plena hacia la meta definitiva que es un mundo transformado, redimido y resucitado.

El Rvdo. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es abogado de profesión, fue presbítero en la Iglesia del Espíritu Santo de la ciudad de Soacha en la Republica Colombia, donde ejerció el ministerio por 5 años, ha practicado la docencia en temas de anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis. Profesó votos monásticos Benedictinos de Obediencia, Estabilidad y Conversión de vida el 16 de octubre de 2.020 y actualmente es el Prior de la Fraternidad Anglicana de San Benito.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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