Sermones que Iluminan

Pascua 4 (B) – 2024

April 21, 2024

LCR: Hechos 4:5–12; Salmo 23; 1 San Juan 3:16–24; San Juan 10:11–18

En este domingo recordamos que Jesús es el Buen Pastor. En la oración colecta le pedimos a Dios que sepamos escuchar Jesús, quien nos llama a cada uno, a cada una por nuestro nombre; y que sepamos seguirlo adonde él nos guíe. ¿Sabemos que en el Libro de Oración Común aparecen 45 referencias a los pastores, postoras y al Buen Pastor? El día de San Matías, cercano al 24 de febrero, le rogamos a Dios “que la iglesia sea guiada y gobernada siempre por pastores fieles y verdaderos”; en la página 175 llamamos a Jesús “pastor y obispo de nuestras almas”; en una de las oraciones para ministrar a los enfermos, en la página 380, llamamos a Jesucristo el “Buen pastor de las ovejas”.

En la página 511 el Salmo 23 empieza con estas inolvidables palabras: “El Señor es mi Pastor, nada me faltará”; este Salmo es una descripción poética de cómo Jesucristo cuida a sus ovejas, de cómo nos lleva por caminos de aguas frescas y nos hace descansar. ¿Nos hemos sentimos como una de esas ovejitas? ¿Hemos sentido que Dios nos protege, defiende y lleva por buen camino? Muchas personas cuando se hallan en grandes dificultades o cuando pierden a un ser querido, encuentran consuelo en esas simples palabras: “El Señor es mi Pastor, nada me faltará”.

Aunque las imágenes que nos presenta el Salmo 23 son muy idealizadas, en el mundo de la ganadería, la vida de las ovejas y de los pastores no son tan simples y descansadas como podría parecer. A veces las ovejas quieren ir por un sendero equivocado y el pastor tiene que ir a buscarlas; las ovejas pueden quejarse y balar muy ruidosamente; a veces el camino se enloda; ¡a veces las ovejas también pueden regar el sendero de orina y de estiércol, y luego el pobre pastor se ve obligado a caminar sobre ese mismo camino!

Pero no son sólo las ovejas las que pueden arruinar la poesía de la vida pastoril. A veces los pastores pueden ser falsos pastores: cuidan a las ovejas mientras reciben su salario, pero si encuentran algún peligro real, como podría ser un encuentro con un tigre o un lobo, entonces se olvidan de las ovejas; arrojan la vara al suelo y salen corriendo para salvarse. Esos pastores aman sus propias vidas más que las ovejas.

En la iglesia también tenemos ovejas y pastores. A veces hablamos de “ovejas negras” que se pierden, o de “cabritos rebeldes” que no quieren seguir al pastor. Pero la realidad es mucho más compleja, porque ocasionalmente también tenemos pastores que maltratan a las ovejas, y estos malos pastores pueden no ser solamente miembros del clero, sino realmente cualquier persona laica que tiene un ministerio.

La Iglesia Episcopal cuenta con un sistema para evitar que los ministros sean malos pastores  y maltraten a las ovejas. Tememos comisiones y comités en que participan hombres y mujeres, sacerdotes y gente laica. Los pastores pueden supervisar, en cierta medida, lo que ocurre entre las ovejas, pero en un sentido muy real, las ovejas también deberían poder supervisar todo lo que ocurre entre los pastores.

La verdad es que en la iglesia todos estamos en situación de ovejas, pero también de pastores. Se nos llama a todos y a todas a darle consuelo a las ovejas que están pasando angustias, guiándolas hacia aguas tranquilas. Incluso los presbíteros y presbíteras necesitan personas que los pastoreen y que los consuelen en momentos difíciles o cuando se sienten desanimados; esa persona podrían ser su pareja, un psicólogo, un miembro de la congregación. De la misma manera que en un día muy frío las ovejas se mantienen muy juntas para preservar el calor, cuando un miembro de la congregación está pasando por una crisis los otros miembros pueden rodearlo con amor y compasión y darle la calidez que tanto necesita.

En Juan 10:14, Jesús dice: “Yo soy el buen pastor”. ¿Y cómo describe Jesús a un buen pastor? Es muy simple: es el que pone su vida por las ovejas. Cuando haya una crisis, un pastor que está allí solamente por el salario, huirá; tal vez culpe a las ovejas de haber ido por un mal camino, tal vez busque trabajo con un redil más exitoso, o incluso hasta cambie de profesión. Pero el buen pastor se quedará allí protegiendo al redil y hasta pondrá su vida por las ovejas.

Todos los domingos, durante la Santa Eucaristía, recordamos que Jesucristo, como un Buen Pastor, ofreció su vida por sus ovejas. La gente experta en teología debate lo que esto significa y muchas no veces no acaba de ponerse de acuerdo. ¿Qué significa cuando decimos que Jesús murió en la cruz por nosotros, que fue “un sacrifico perfecto por todo el mundo”? Juan el Bautista dijo que Jesús es “el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Muchos piensan que lo que Jesucristo hizo es que, de alguna manera, pagó por nuestra liberación; de alguna manera que no entendemos, de alguna forma infinita y eterna, el Buen Pastor nos liberó de la muerte y del pecado.

La primera carta de Juan sugiere que lo que Jesucristo hizo al ofrecer su vida tiene consecuencias prácticas en nuestra vida: Nosotros también tenemos que dar la vida por nuestros hermanos; tenemos que darle ayuda a las personas que están en necesidad; tenemos que hacer lo que a Dios le agrada. Y de la misma manera que Jesús nos amó, tenemos que amar a nuestro prójimo.

Este prójimo, del que habla Jesucristo, no son solamente los miembros de nuestra familia, de nuestra congregación o de nuestro vecindario: Son, en un sentido real, todas las personas de este mundo. Esto incluye a judíos y musulmanes, ateos y budistas, personas de toda raza y orientación, incluyendo a la gente LGBT, a quienes se encuentran en prisión, ladrones y terroristas, políticos y abogados, a los gobiernos de izquierda y a los de derecha.

“Yo soy el Pastor”, dice Jesús. ¿Sentimos el amor del Buen Pastor en nuestras vidas? ¿Qué podemos hacer esta semana para sentirlo más fuerte? Y ¿Qué podemos hacer esta semana para compartir ese amor con otra oveja?

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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