Pascua 4 (A) – 2023
April 30, 2023
LCR: Hechos 2:42-47; Salmo 23; 1 San Pedro 2:19-25; San Juan 10:1-10
Guiados por Jesús
La experiencia de la fe cristiana es un camino que como creyentes recorremos a lo largo de toda nuestra vida; las primeras experiencias que tenemos desde la familia, escuela e iglesia, marcan para siempre nuestra relación con Dios, la concepción que nos formamos de quién es Él y, en consecuencia, la forma de relacionarnos con las demás personas y con el mundo que nos rodea, particularmente con la naturaleza de la cual formamos parte.
La vivencia religiosa determina muchas de nuestras actitudes, valores y comportamientos; por esta razón, debemos tener mucho cuidado con la imagen de Dios que mostramos a todos aquellos con quienes nos relacionamos e incluso con quienes nos observan desde lejos aún sin llegar a interactuar directamente con nosotros, particularmente a los niños y los jóvenes, que están construyendo su experiencia con Jesús y esperan de sus mayores un verdadero testimonio que les sirva de guía para llegar a ese encuentro personal con el Señor de la Vida.
Seguramente, mediante una palabra de aliento o un gesto de amor de nuestra parte, muchos han encontrado esperanza en momentos de dificultad, han visto el rostro amoroso de Dios y sus vidas quizá se han visto transformadas por un instante; sin embargo, mantener esa esperanza y fortalecer esa fe es una tarea que como cristianos comprometidos con Jesús y su proyecto no podemos abandonar.
La vida es mucho más que un segundo de euforia en el que nuestros sentimientos y emociones se exaltan por una experiencia religiosa particular y específica; en el camino encontramos muchos tropiezos, atravesamos por situaciones de pobreza, enfermedad o tristeza a causa de la pérdida de personas que amamos, sufrimos abandono, rechazo, desastres naturales y muchas otras circunstancias que atacan nuestra fe como fieras enfurecidas. ¿Cómo podremos resistir todos estos males? ¿de dónde sacaremos la fuerza necesaria para que nuestra fe se mantenga firme?
Jesús nos muestra ese rostro amoroso de Dios. Él es el Buen Pastor que nos invita a imitarlo y a reproducir con nuestra vida y de manera permanente su presencia en el mundo; en palabras del Apóstol Pedro, Él se nos presenta como ejemplo para que sigamos sus pasos.
Por su parte, el Evangelio de San Juan para este Cuarto Domingo de Pascua, pone en paralelo al Buen Pastor frente al ladrón y bandido. El primero conoce a sus ovejas por su nombre, de forma personal e individual; para ese Buen Pastor el rebaño es más que una masa hambrienta y necesitada, es una comunidad, una familia dónde todos y cada uno son conscientes de su papel y están dispuestos, a imagen de Jesús Buen Pastor, a dar lo mejor en favor de los otros; en ese rebaño, familia y comunidad, que el Evangelio nos plantea, hay una actitud de escucha por parte de las ovejas que es fundamental para la comprensión en conjunto de las distintas realidades en que nos encontramos inmersos y que nos afectan.
Esa comunidad de fe escucha la voz de su Pastor principal que es Jesús. Cada uno expresa, desde el rol que desempeña, esas actitudes de cuidado y generosidad propias del modelo a seguir que es el mismo Cristo. La comunidad que imita a Jesús Buen Pastor y escucha su voz expresa su experiencia de la fe en paz, armonía y amor; es una Comunidad de Discípulos que caminan juntos guiados por Jesús que va delante liderándola.
Sin embargo, llegar a este estado de madurez en la fe requiere de un gran esfuerzo y compromiso. Nos dice el evangelista que los discípulos no comprendieron el símil que Jesús les presenta a pesar de que se dirige a una comunidad pastoril, familiarizada con la figura y el funcionamiento del rebaño. En este caso, la voz del Pastor es clara, pero los oídos y el entendimiento del rebaño no están lo suficientemente abiertos y dispuestos; sin embargo, Jesús no pierde la paciencia, no abandona el compromiso, no claudica en el intento y se dispone a explicar, orientar y enseñar pacientemente.
Él es el Buen Pastor y quien está unido a Él encuentra salvación y vida en abundancia. Las ovejas que acuden al rebaño, familia-comunidad de Jesús, ya no están solas, son rescatadas, salvadas de la soledad y el ostracismo, encuentran fuerzas para avanzar, rechazar al salteador y al bandido que las quiere utilizar en su beneficio personal, y superan juntas las adversidades, aunque caminen por valles de sombras -como dice el salmista-; avanzan sin miedo y encuentran, después del esfuerzo y en unidad, verdes pastos y aguas tranquilas.
Una vez conformada y fortalecida esta comunidad, el reto más grande que se le presenta es mantenerse fiel al Evangelio, la buena noticia recibida. Los seres humanos somos profundamente emocionales, cuando nos abrimos a la escucha de Jesús, nuestro corazón se inflama de gozo y nos sentimos dispuestos a todo, sin embargo, con el correr del tiempo caemos en la rutina, perdemos el entusiasmo y empezamos a ver obstáculos en los más pequeños detalles, la convivencia con los hermanos se hace complicada, dedicar tiempo a la iglesia, la familia-comunidad de fe, se torna cada vez más difícil y entramos en un proceso de enfriamiento espiritual que en muchas ocasiones lleva al abandono del rebaño y a que las ovejas queden expuestas a las garras feroces del bandido que se aprovecha de su debilidad y soledad.
Para derrotar esos fantasmas que amenazan a la comunidad de Jesús, todos los cristianos, en cabeza de nuestros líderes legítimamente elegidos para guiarnos, debemos estar atentos a la práctica permanente de las herramientas que el mismo Señor nos ha entregado y que constituyen la fuente de la que se alimentaron las primeras comunidades cristianas que se mantuvieron firmes en los tiempos más difíciles de la persecución: la Eucaristía, la enseñanza, la oración, el compartir, son esas fuentes de vida que han alimentado a los cristianos de todos los tiempos. En este orden de ideas es fundamental que revisemos, como comunidad de fe, la manera como estamos bebiendo de estas fuentes, que nos preguntemos cómo es nuestra celebración Eucarística, nuestra catequesis, escuela dominical, oración particular y comunitaria, y cómo hacemos vida nuestra fe en el compartir todo lo que tenemos para que a ninguno falte nada.
Ésa es la comunidad-familia que será apreciada y respetada por todos como sucedió en la primitiva iglesia y, cómo nos lo relata los Hechos de los Apóstoles, una comunidad que crece en número, pero sobre todo en amor, una comunidad que reúne a los llamados por Dios para que seamos partícipes de la nueva vida en Cristo.
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