Sermones que Iluminan

Pascua 3 (C) – 1 de mayo de 2022

May 01, 2022

LCR: Hechos 9:1–6, (7–20); Salmo 30; Revelación 5:11–14; San Juan 21:1–19

La Lección del Evangelio para este tercer domingo del tiempo Pascual nos trae de vuelta a la cotidianidad en la vida de los discípulos. Tras los tristes eventos de la pasión y muerte de su Maestro, ellos retornan al ambiente del mar, donde ha transcurrido no sólo su vida como pescadores, sino también los últimos tres años junto al Nazareno. Allí fueron llamados a seguirle, le vieron caminar sobre las aguas, hablar desde la orilla a multitudes y calmar tempestades. ¡Cuántas experiencias memorables y únicas vividas en el mar! Ahora, a escasos días desde la Pascua, los discípulos han de seguir respondiendo a las necesidades y obligaciones cotidianas de la pesca, el trabajo diario que les permite llevar alimento al hogar.

El grupo conformado por Pedro, Tomás, Natanael, Juan, Jacobo (Santiago) y dos discípulos más, sale de pesca al lago de Tiberíades -también llamado “mar” por su extensión y del cual se decía contenía unas ciento cincuenta y tres especies de peces de agua dulce-. Habían pasado toda la noche trabajando y regresaban con las redes vacías, cuando un hombre les grita desde la orilla: “Muchachos, ¿no tienen pescado?”. Seguramente se trataba de un comprador madrugador; le responden que no. Podrían haber añadido, a la manera de los pescadores de hoy, que la noche había sido larga e improductiva, que hacía días el mar estaba como agotado, que las poblaciones de peces estaban sobreexplotadas y que la gente contaminaba el mar con los desechos de redes y basuras, en suma, que ese oficio ya no rendía para sostener a las familias. El hombre, a quienes ellos no identifican, es Jesús resucitado en su tercera aparición. Los anima a echar nuevamente las redes en un lugar determinado, como si tuviera alguna intuición, experiencia o sabiduría ancestral: “Echen la red […] y pescarán”. Las redes, efectivamente, quedan tan llenas de peces que no logran ser sacadas y deben ser arrastradas hacia la orilla. Hasta aquí, hay dos momentos opuestos en la narración: el primero, de desánimo cuando nuestros esfuerzos en el trabajo no dan los frutos esperados, y el segundo, el momento de los logros abundantes.

Muchos de nosotros hemos echado en vano las redes en un determinado lugar y no hemos recogido nada. Hemos experimentado esas situaciones de “redes vacías” cuando buscamos soluciones a nuestros problemas sin lograrlo, cuando nos quedamos sin opciones laborales o nos enfrentamos a un despido masivo por “reducción de personal” como durante la pandemia, cuando nos hemos esforzado y cargado de trabajo, quizá confiando únicamente en las expectativas, los cálculos y las promesas humanas, sea de nosotros mismos, de nuestros empleadores o del inequitativo e ineficiente sistema laboral estatal. Jesús nos grita: echa la red en otra parte, busca de otro modo, con calma, con tus propias fuerzas, pero confiando en mí, con fe, con decisión y en oración.

En este día, primero de mayo, día internacional de los trabajadores y las trabajadoras, Jesús nos continúa invitando “a buscar el Reino de Dios y su justicia”, a través de nuestros reclamos y exigencias por un trabajo digno y justo, por condiciones laborales humanizadas y humanizadoras. Eso es confiar en él, seguirle y ser colaboradores con él en la construcción en el “aquí y ahora” de un reinado de Dios de hermandad, justicia y equidad. Nos invita a no quedarnos con la mirada en las redes vacías, en los fracasos, en los incumplimientos y dificultades, sino a confiar en la Buena Noticia de vida plena para todos y todas. Como afirmara el teólogo salvadoreño John Sobrino: “de Jesús impacta su defensa de los débiles y la denuncia de los opresores, […] impacta que acoja a pecadores y marginados, se siente a la mesa y celebre con ellos y que se alegre de que Dios se revele a ellos. […] En cuanto haya hoy personas que se nos muestran como buena noticia, se podrá comprender a Jesús”.

El momento tercero y climático del relato es cuando el discípulo amado reconoce al Maestro y regresan a la orilla. Allí encuentran a Jesús asando pescado y pan en una hoguera. Podemos imaginar la atmósfera tranquila del amanecer en la playa con una brisa fresca, los discípulos sentados y calentándose alrededor del fuego después de una noche entera de trabajo. Podemos visualizar a Jesús preparándoles el desayuno e invitándoles a alimentarse: “Vengan a desayunar”, les dice, y toma en sus manos el pan y el pescado para repartir una porción a cada uno. Es el momento sacramental del compartir en una comunidad de compañeros de trabajo, de amigos pescadores, de hermanos en la fe. El Jesús resucitado no se queda en una dimensión gloriosa trascendental, sino que se aproxima. Su humanidad y cercanía se profundizan: es el amigo que atiende sus preocupaciones, les cuida, los anima en el trabajo, les cocina y reparte el alimento. El reencuentro con Jesús ocurre en ese espacio de lo cotidiano, del trabajo, del compartir la mesa, de la comensalidad; pero ocurre no de manera individual, sino dentro de una comunidad fraterna, de amistad forjada en el trabajo, en las dificultades diarias, en las luchas y retos, en las superaciones y logros.

Como cierre de este encuentro, al terminar el desayuno, Jesús se acerca a Pedro y le pregunta tres veces, y de forma distinta, por la sinceridad y profundidad de su amor. Pedro confiesa cada vez, con una tristeza y angustia creciente, que le ama, que Jesús conoce su interior y sabe que le ama. Se ha interpretado esta triple pregunta en el sentido de reparación de las tres negaciones del apóstol y resulta evidente que toda la experiencia del Gólgota ha cambiado a Pedro. El encargo y mandato de Jesús para el líder de la comunidad, también en tres repeticiones, es: “Cuida de mis ovejas”.

Asimismo, Jesús nos hace en este día al menos tres invitaciones. Nos pregunta por la autenticidad de nuestro amor y nos mueve a sostener una espiritualidad práctica del apacentar, cuidar, velar por los más débiles, necesitados, pobres, afligidos en nuestras familias, barrios, iglesias, ciudades, en nuestro mundo. El auténtico amor a Jesús sólo puede mostrarse en el servicio y cuidado a los pequeñitos del Reino. El Resucitado también nos invita a ser comunidad de amigos y amigas, superando los intereses individualistas; ser comunidad en nuestros espacios cotidianos y ser comunidad eucarística. Y, finalmente, Jesús nos sigue invitando, gritando, urgiendo que echamos las redes. Si confiamos meramente en nuestros criterios humanos, si nos limitamos y acomodamos a lo que los seres humanos definen a partir de sus intereses egoístas, si nos quedamos atados a las “condiciones” imperantes de una época en crisis, perderemos la posibilidad de trascender como personas. En otras palabras, fracasaremos en las decisiones fundamentales de nuestra existencia, que tienen que ver con la vocación de amar, servir, respetar la dignidad, realizar la justicia y humanizarnos como sociedad.

En este día tan especial, pidamos al Resucitado nos ayude a confiar en su llamado a actuar, a transformar, a echar las redes allí y de la forma en que Él nos está indicando. Que el Señor nos acompañe en esta faena. Amén.

La Rvda. Dra. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista. Es profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son Teología Sistemática, Ecumenismo y Ética.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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