Pascua 3 (B) – 2015
April 20, 2015
Estamos en el tercer domingo de Pascua, y uno de los temas que une a las lecturas de hoy es la conversión y la plena confianza en Cristo resucitado, que nos envía al mundo como testigos del perdón y la resurrección.
El mensaje de paz que se repite en la Pascua y que es don del Resucitado, es preciso interiorizarlo y hacerlo vida para que, en comunidad, seamos capaces de anunciar en el mundo el necesario cambio de actitudes y de valores, de modo que la vida sea espacio de fraternidad y de justicia.
Para realizar esta tarea contamos con la luz de Jesucristo y de su palabra, y con la fuerza del sacramento que anticipa y hace presente nuestra realidad de salvados.
Esta experiencia esta llamada a ser anunciada, a contagiarse, porque es algo grande que no puede ocultarse. La llamada a vivir en permanente conversión y perdón debe llegar por nuestros testimonios como cristianos a todos los pueblos.
Así lo escribe san Lucas: “Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: paz a ustedes” (Lucas 24:36). De esta forma destaca el evangelista ese momento histórico y sorpresivo de Jesús visitando a los discípulos.
Que significado tienen para nosotros estas palabras del evangelio: “Estaban todavía hablando de estas cosas” (Lucas 24:36). Se refiere a la experiencia de los discípulos que reconocieron a Jesús al partir el pan, después de haber caminado con él hasta llegar a su aldea.
El ciclo litúrgico de este año, no nos trae directamente el relato de los discípulos de Emaús, pero cuando habla del reconocimiento de Jesús en la bendición del pan, hay una clara referencia a la eucaristía. La eucaristía ha llegado a ser uno de los principales signos que nos identifica con Cristo y nos reúne como cristianos.
La comunidad se convierte también en otro de los signos que nos distinguen como cristianos. Los de Emaús vuelven a Jerusalén, junto al grupo, que ratifica su experiencia. La comunidad, a veces, puede tener miedo, puede pasarlo mal porque el mensaje en el que tiene que creer no siempre es fácil.
Ese mensaje es Cristo resucitado, el reino, la justicia, la fraternidad entre todos los seres humanos. El mundo no lo acepta fácilmente, antes bien, se resiste con todas sus fuerzas y no repara en medios para combatir ese reino. Por eso, como creyentes necesitamos la fuerza de la comunidad para mantenernos firmes en compañía de los hermanos.
La comunidad no es una mera asociación o un equipo que se reúne para trabajar. La comunidad es para vivir la fraternidad, incluso con todas las tentaciones que semejante empeño puede llevar consigo. Es comunidad constituida por personas de carne y hueso, con sus limitaciones y fallos, que tienen que crecer y madurar, pero comunidad asistida por el Espíritu, que nos ayuda a vivir con compasión y cariño las tensiones y dificultades.
Jesús es la paz y trae la paz, pero aun así los discípulos reaccionaron sorprendidos y con miedo pensando que estaban viviendo un fantasma. Jesús les calma el miedo y les dice: “Tóquenme y vean que un fantasma no tiene carne ni huesos, como ustedes vean que tengo yo” (Lucas 24:39).
La paz es el saludo de Cristo resucitado a los suyos. Es su deseo y su regalo y así lo expresa: “Paz a ustedes” (Lucas 24:36). Esta es la paz que debe reinar entre nosotros y que la podamos transmitir a nuestra sociedad tan necesitada de ella.
Una paz que nace de la justicia y de la fraternidad, no de la simple ausencia de conflictos. Una paz que en última instancia, sigue siendo don que él nos debe hacer, pero que nosotros tenemos que conquistar.
Es la paz que nos lleva a vivir en armonía, que es expresión de nuestra esperanza, en que la última palabra de la historia será pronunciada por Dios, y será una palabra de vida. Una paz que nace de nuestra convicción de que el reino de Dios será una realidad plena.
Jesús necesitó dejar más satisfechos a sus discípulos que todavía seguían sorprendidos, diciéndoles: “Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos” (Lucas 24:44).
Fue entonces cuando les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: “Así está escrito; que el Mesías tenía que padecer y resucitar al tercer día; que en su nombre se predicará penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén” (Lucas 24:46-47).
Jesús nos envía al mundo al igual que a sus discípulos para que prediquemos la conversión y el perdón. Este es otro signo que nos caracterizan como cristianos y nos revela su presencia entre nosotros. El perdón es en un punto clave en el mensaje de Jesús y en toda la Biblia.
Si perdonamos demostramos que somos cristianos y hermanos. Si perdonamos recibimos la gracia de Dios y ganamos a los hermanos, como dice el padrenuestro: “Perdónanos, como nosotros perdonamos…”. Del perdón viene la alegría, otra actitud de la que la gente andamos tan escasos. El perdón nos hace palpar el amor y la salvación de Dios.
A nosotros nos hace Jesús también responsables de este mensaje. Pero no se trata de que nos convirtamos en expertos de la Biblia, sino para que sepamos captar con nuestros sentidos el verdadero valor de la palabra de Dios. Para que asimilemos el plan de Dios que se fue desarrollando a lo largo de toda la historia del pueblo judío y que encontró su momento pleno en Jesús.
Se trata, pues, de leer las Escrituras para conocerlas, conocerlas para comprenderlas, con la ayuda del don de Dios. Pero necesitamos poner de nuestra parte, acercarnos a la Biblia para que él pueda abrirnos a la fe y podamos conocer cuál es su plan para con nosotros.
Y así podamos constatar lo que nos dice san Juan en su primera carta: “Miren cuánto nos ama Dios el padre, que nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos. Por eso, los que son del mundo no nos conocen, pues no han conocido a Dios” (1 Juan 3:1).
En fin, la liturgia de hoy nos trae un texto repleto de indicaciones para que sepamos cuáles son los signos del cristiano. Con la intervención de que los podamos vivir, pues de eso se trata. Que se note en nuestra vida que estamos en pascua, que Cristo ha resucitado y que somos personas nuevas.
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