Navidad (I) – 25 de diciembre de 2021
December 25, 2021
LCR: Isaías 9:2–7 (= 9:1–6 DHH); Salmo 96; Tito 2:11–14; Lucas 2:1–14, (15–20)
“El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en tinieblas”. Hermosa expresión que escuchamos hoy en la primera lectura y que sirve para describir el paso de un período de opresión y muerte a una época de paz y de tranquilidad. Nos encontramos en el siglo VIII a.C., las tropas del imperio asirio han penetrado a territorio israelita sembrando el pánico, desesperación, dolor y muerte; su avance arrasador amenaza con llegar hasta la capital de Judá, Jerusalén; el terror y el miedo reinan por doquier. El ejército invasor llega muy cerca de la capital, “sus botas suenan con estrépito”; la caída de Jerusalén es inminente. Sin embargo, en el momento definitivo, algo extraño sucede. Las tropas asirias reciben la orden de retirada y rápidamente regresan a su país; el reino de Judá, y su capital Jerusalén, se han salvado del poder destructor de los asirios, al menos físicamente, porque de todos modos el pequeño reino del Sur ha sido sometido y obligado a pagar tributo al amo de turno.
Tal vez sea éste el trasfondo histórico que inspira al profeta para animar a su pueblo; el terror, la desesperación, la oscuridad han pasado y ahora sólo queda celebrar y alegrarse como corresponde. Muy probablemente este acontecimiento, la retirada de las tropas enemigas, coincide con el nacimiento del hijo del rey, aquel que anunciaba Isaías en 7:14-16, lo cual es signo para el profeta de tiempos nuevos y mejores.
Cada nacimiento de un posible heredero al trono era visto como un gran acontecimiento y como un motivo cierto para mantener la esperanza en una definitiva intervención divina. Ningún rey en Israel, ni en el Norte ni en el Sur, había sido capaz de realizar un proyecto efectivo y concreto de paz y de justicia; de ahí que, al nacer un heredero, se tuviera la firme esperanza de que éste sí realizaría aquello que el pueblo anhelaba; por eso desde el momento en que nace se le conceden virtudes y atributos como los que escuchamos hoy: “consejero maravilloso”, “guerrero divino”, “jefe perpetuo”, “príncipe de la paz”; su reinado, dice el profeta, “no tendrá fin” y “consolidará su eternidad sobre los cimientos de la justicia y del derecho”. Eso era lo que se esperaba de cada nuevo rey en el país de Jesús.
En la realidad histórica vivida durante el período de la monarquía de Israel, ni estas virtudes, ni estos atributos, llegaron a ser realidad en ningún rey. Sin embargo, siempre estuvo ahí la profecía como una forma de mantener y preservar la esperanza. Cuando ya no hubo más monarquía, cuando terminó la sucesión de reyes, estas profecías comenzaron a tomar un nuevo sentido: ese rey “perfecto” tendrá que ser un enviado directo de Dios. Al llegar el período del Nuevo Testamento, estas profecías son el material perfecto para interpretar la vida y misión de Jesús de Nazaret y, así, dar por cumplidas y realizadas en él todas las promesas y las esperanzas antiguas.
Por eso, pues, podemos decir que las promesas divinas, anunciadas y proclamadas tantas veces por los profetas, se han cumplido en Jesús; y no a la manera como muchos esperaban, sino a la manera de Dios. El relato del nacimiento de Jesús, que nos narra el evangelista Lucas, está lleno de sorprendentes detalles que apuntan de algún modo a los presupuestos teológicos de toda su obra y que hoy siguen iluminando nuestra vida y nuestra fe.
En primer lugar, Lucas intenta narrar un hecho enmarcado en unas coordenadas temporales y espaciales para darle al acontecimiento ese carácter histórico. Para el evangelista es importante que la comunidad sienta que el Dios en quien creen ha irrumpido en la historia humana en un momento y lugar concretos. De pronto, para nosotros, pasa desapercibido este detalle, pero para los primeros destinatarios del Evangelio, y sobre todo en la mentalidad lucana, el elemento histórico era muy importante. Así, la fe de los primeros cristianos, no queda fundada sobre una idea abstracta de Dios; ellos no creen en un Dios ideal, pueden estar seguros de que su fe está basada en un Dios que ha irrumpido en la historia convirtiéndose en uno como todos, haciéndose humano como nosotros para elevar la humanidad caída.
En segundo lugar, Lucas describe la materialidad de los hechos subrayando algunos detalles que ayudan a entender que, a pesar de tratarse de la calidad de niño que nace, el Mesías, las circunstancias, son prácticamente infrahumanas. Primero, porque un decreto imperial ha obligado a toda la población a movilizarse a sus lugares de origen para hacerse censar, sin ninguna consideración por nadie; ése es el comportamiento típico del imperio: el emperador manda y no hay apelación para nadie. Y, en segundo lugar, porque a raíz de la movilización masiva de la población, María y José no encuentran lugar en la posada, motivo por el cual María tiene que alumbrar en la gruta donde normalmente reposaban los animales domésticos.
Sería importante que tratemos de hacer un paralelo entre los cuidados y requerimientos que son necesarios hoy para un parto y las condiciones en que le toca dar a luz a María; ciertamente su hijo nace en condiciones infrahumanas. ¿Cuántas mujeres hoy pueden contar con una asistencia mínima durante su embarazo? ¿Cuántas de ellas pueden alumbrar dignamente en un lugar higiénico y seguro? ¿Cuántos niños y niñas nacen hoy también en condiciones infrahumanas? ¿Cuáles son los motivos, cuál es el “decreto imperial”, que no permite unas condiciones dignas para su nacimiento?
Hay que superar la interpretación tradicional, “romanticoide”, de que el Hijo de Dios “quiso” nacer en estas condiciones para dar ejemplo de pobreza y no sé qué otras barbaridades más. Como toda madre, María tenía derecho y seguramente aspiraba a unas condiciones mínimas propias de su estado de gravidez; y, como todo niño, Jesús debía nacer en condiciones normales. Sin embargo, Lucas subraya esta coyuntura histórica que refleja unas condiciones de opresión y negación de derechos mínimos a las personas y a los que están por nacer, para anunciar que el niño que acaba de nacer tendrá que enfrentar esa realidad y que su futuro ministerio estará orientado a iluminar el camino que conduzca a la liberación de esas situaciones. No es casual que ya en este relato, este indefenso y tierno bebé, sea llamado por el evangelista “Salvador”, “Mesías” y “Señor”.
Y aquí viene otro elemento que el evangelista quiere subrayar: los destinatarios del primer anuncio del nacimiento, de quien es -para Lucas- el que concentra y encarna las profecías del Antiguo Testamento y las promesas divinas de enviar a un salvador. En efecto, los destinatarios de esta gran noticia no son otros que unos humildes pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas.
Si la decisión divina es involucrar a la humanidad en su plan salvífico a través de lo más humilde y desconocido de la sociedad como lo era María de Nazaret, tal decisión tiene su culmen en el anuncio del nacimiento de su Hijo. Podríamos esperar que esta gran noticia empezara a difundirse entre los grandes y poderosos del momento; sin embargo, en consonancia con el anuncio de la Encarnación, los destinatarios del anuncio del nacimiento son los más humildes y sencillos, los que por razones de su oficio -eran pastores- ni siquiera tenían acceso al sistema religioso vigente y, por tanto, no contaban para nadie.
Sería conveniente que, sobreponiéndonos a la forma comercial y mercantilista como se celebra hoy la Navidad, volvamos a llamar la atención sobre la necesidad de centrarnos en el humilde pesebre donde ha nacido el Hijo de Dios. Con profundo respeto, y en actitud de adoración, abramos nuestra mente y corazón al gran misterio de Dios hecho hombre; consideremos la grandeza de Dios, su infinita bondad y misericordia, pero más aún, su inmenso amor al querer irrumpir en nuestra vida haciéndose uno como nosotros, asumiendo aun las condiciones menos dignas para su nacimiento, pero con una finalidad: humanizar todo aquello que no hace digna la vida humana.
Rescatemos pues, el auténtico espíritu de la Navidad. Esta noche los cristianos nos asombramos ante el misterio, pero hagamos que ese asombro perdure siempre, que nuestra fe y compromiso cristianos estén orientados siempre hacia la actualización permanente de este gran acontecimiento: Dios hecho hombre, hecho criatura. Tal vez ninguna religión actual puede dirigirse al Dios en quien creen, con tanta seguridad y certeza, puesto que en ninguna de ellas se ha manifestado tan materialmente la cercanía de su Dios. Nosotros, los que profesamos la religión cristiana, hemos experimentado la irrupción de Dios en nuestra historia a través de su Hijo, Jesús; pero nos falta dar ese salto hacia las implicaciones que tiene la decisión divina de hacerse semejante a nosotros.
Ese Niño, al que cantamos esta noche y cuyo nacimiento alegra nuestras vidas, es uno como cualquiera de nosotros y nos invita a que, en la realidad que vivimos, sepamos descubrir cuál es el sentido de nuestra existencia, escuchar en la voz de los más débiles y marginados de la sociedad el llamado a la solidaridad y el servicio, así como él mismo lo hizo.
Para todos y todas una ¡FELIZ NAVIDAD! Y que, de verdad, ésta sea la más hermosa Navidad si nos dejamos tocar el corazón por aquel niño envuelto en pañales que partió en dos la historia de la humanidad, nuestra propia historia.
El Rvdo. Gonzalo Rendón es clérigo de la Iglesia Episcopal de Colombia, Comunión Anglicana. Presta sus servicios en la Parroquia Santa María del Monte Carmelo, en la Costa Norte de Colombia.
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