Navidad 2 – 2020
January 05, 2020
¡Feliz Año Nuevo!
Litúrgicamente hablando, la festividad de la Epifanía es el 6 de enero, después de los doce días de navidad. Usualmente, la celebramos el domingo más cercano y antes del 6 de enero. Ese día es hoy.
La festividad de la Epifanía es esa gran celebración en la cual los cristianos festejamos la manifestación o aparición de la gloria de Dios, en Cristo Jesús, a la humanidad. La Epifanía celebra las primeras señales que Dios dio al mundo sobre quien era su Hijo. El nacimiento de Jesús no hubiera tenido significado si nadie se hubiese enterado, si él no se hubiese revelado de alguna forma.
Por lo tanto, durante esta estación, escucharemos algunas narrativas sobre la manifestación de Dios: la Epifanía de los reyes magos del oriente guiados por una estrella; la Epifanía de la voz que se escuchó al abrirse los cielos durante el bautizo de Jesús y que afirmó que era su Hijo amado; y la Epifanía de Jesús convirtiendo el agua en vino durante la boda en Caná de Galilea. Estas señales fueron la forma como Dios iluminó a la humanidad, como diciéndole: “¡Hey! ¡Presten atención, éste es mi Hijo amado!”. Con la festividad de la Epifanía la Iglesia reconoce esa luz que es Cristo y dice: “este evento lo cambia todo, nunca más seremos iguales”.
La luz y la oscuridad son símbolos muy poderosos en casi toda cultura. Son grabados en nuestras mentes desde temprana edad. Tenemos muchos dichos que los emplean: “estamos viviendo tiempos oscuros”, por ejemplo; otros personifican la oscuridad y la erigen como representante de todo aquello que consideramos malo; en contraposición, la religión budista llama “Iluminación”, al momento de la liberación. Asimismo, muchas lecturas bíblicas están llenas de imágenes de la luz iluminando en medio de las tinieblas. Es así como la estrella, en el pasaje de los reyes magos que van al encuentro de Jesús recién nacido, es símbolo de la luz brillando en la oscuridad de la noche para atraer a extraños a la experiencia de iluminación de la Epifanía. El profeta Isaías habla extensivamente sobre esta imagen después de decir, “Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz”. La luz ha llegado y lo ha hecho por nosotros, y ahora nosotros hemos de brillar para reflejar esa luz.
Otra imagen, en la que Pablo e Isaías se enfocan, es la de los gentiles prestando atención a la luz de Dios, que previamente había sido revelada únicamente a Israel. La historia de los reyes magos también incluye esta imagen, cuando el evangelista Mateo, haciendo alusión al pasaje de Isaías, referencia los regalos de oro, incienso y mirra, que fueron traídos al Mesías de naciones paganas.
Hoy día, decir que el Dios de Israel es también el de los gentiles, no es chocante para nosotros; de hecho, la tomamos por obvia, especialmente porque nosotros somos gentiles. Entonces ¿Qué significa la Epifanía ahora? ¿Hay algo nuevo que es traído a la luz? o ¿toda esta revelación es cuestión del pasado? Existe algo que refuerza lo que Pablo e Isaías han dicho y que continúa siendo fuente de revelación, de epifanía en nuestro tiempo presente. El verdadero dilema es ¿Qué clase de Dios es éste? ¿Cuáles son las formas a través de las cuales este Dios obra en el mundo? Y cuando las respuestas salen a la luz, ellas nos toman por sorpresa y nos dejan tratando de entender cómo llevarlas a la práctica en nuestra vida diaria. Hay al menos dos aspectos que sobresalen en las lecturas que hemos escuchado hoy.
El primero es una extensión de la imagen de Dios atrayendo a los gentiles hacia la luz. Dios no divide entre los que pertenecen al pueblo y los que no, en puros e impuros, aceptables e inaceptables. Lo cierto es que las divisiones son parte de la condición humana. Dios no tiene que ver nada con esas categorías que dividen a unas personas de otras. Y cuando leemos que los reyes magos, provenientes de tierra extranjera y lejana, fueron las primeras personas en reconocer a Jesús por quien realmente era, nos da a entender que Dios no va a permitir ninguna categoría humana de división o exclusión. Siempre que las tinieblas de nuestros prejuicios y división se asienten en nosotros, la luz del amor de Dios disipará tal oscuridad. Y nosotros debemos recibirla y aceptarla, de lo contrario más oscuridad vendrá sobre nuestras mentes y nos ocultará en ella.
El segundo aspecto, a través del cual nosotros somos atraídos constantemente a la luz, es a través de la sorpresiva humildad y vulnerabilidad como Dios actúa en el mundo. A veces, esperamos que Dios actúe de forma poderosa, de tal forma que nada pueda oponérsele; incluso, empleamos para él palabras como “Omnipotente y Todopoderoso Dios”. Pretendemos que lidie con el Diablo y los opresores a puños, para que se nos haga justicia. Esto, por supuesto, nos lleva al punto anterior, porque es el deseo de dividir el mundo entre los buenos (nosotros) y los malos (ellos), esperando que Dios respalde nuestras divisiones y nos permita hacer lo que entendemos por justicia, en lugar de la suya. Los reyes magos seguramente esperaban encontrar un escenario de poder, riqueza e influencias; por eso fueron primero al palacio a buscar al niño, donde nacen los soberanos; ahí, pensaron ellos, es donde el rey se aparecería. Pero Dios viró sus expectativas y trajo a la luz una verdad que les sorprendió.
Y continúa haciéndolo una y otra vez: esperamos un Dios guerrero y vengativo, en cambio nos encontramos con un niño refugiado y vulnerable; esperamos un niño rodeado de riquezas e influencias, en cambio nos encontramos con un ambiente simple y un niño pobre; esperamos a los líderes religiosos recibiendo y honrando su llegada, en cambio nos encontramos con personas excluidas, “don nadies” despreciados por todos; esperamos un triunfo todopoderoso, en cambio nos encontramos con una víctima que será crucificada.
¡Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz! Esta epifanía de la manifestación de Dios continúa retando nuestra creencia y entendimiento de él: nos abre a ser transformados y a tomar otro camino de regreso a casa, un camino distante del poder de las tinieblas del mundo; nos reta a seguir a Jesús y no sólo a adorarle; nos invita a un proceso que nos hace recordar las palabras de la erudita bíblica Verna Dozier que famosamente dijo: “No me digas lo que crees, dime qué diferencia hace que tú creas.”
Nuestro llamado es a ser colaboradores con Dios para redimir al mundo para todos, no solo a algunos. Un llamado a traer la luz a los lugares de oscuridad e injusticia. Nuestra tarea más urgente es reclamar nuestra identidad como pueblo de Dios, como comunidad de bautizados y, recordarnos a nosotros mismos, que no debemos conformamos sólo con alabar a Jesús en lugar de seguirle. Seguir a Jesús significa que estamos aquí, no para temer al futuro sino, para crear y formar dicho futuro.
Amén.
El Rvdo. Abel López es Rector en Episcopal Church of the Messiah – Santa Ana, CA.
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