Navidad 1 – 2021
December 26, 2021
LCR: Isaías 61:10–62:3; Salmo 147 o 147:13–21 LOC; Gálatas 3:23–25; 4:4–7; Juan 1:1–18
En nuestras tradiciones decembrinas, los regalos son parte de la celebración de la Navidad. En algunos países y regiones éstos se entregan antes del veinticuatro de diciembre para que se abran en la noche o en el día de la Navidad; en otros, los regalos se entregan y se abren en la fiesta de los Reyes Magos. ¡Ambas fechas son correctas! -dirían los niños-, ¡lo importante es que haya regalos! ¡Porque no hay navidad si no hay regalos!
Pero ¿por qué los regalos de Navidad? ¿Cuál es el origen de esta tradición? Tal vez lo más importante para nosotros es saber que ese día se dan regalos porque, en la Navidad, toda la humanidad recibió el regalo más grande que Dios ha hecho al mundo: ¡el regalo de su propio Hijo, Jesús! Y nosotros celebramos esta fiesta dando y recibiendo regalos, como solemos hacerlo en nuestro propio cumpleaños. Y tal como sucede con los regalos, la iglesia nos invita a abrir este Gran Regalo de Jesús, poco a poco, sin prisa, quitando cuidadosamente su envoltura hasta llegar al regalo que está ahí adentro, escondido, en lo profundo.
En la liturgia del día de Navidad escuchamos el relato de San Lucas, quien habla de establos y pastores, de escases, pañales, de la noche y los ángeles, de estrellas y cánticos celestiales. Esta historia motiva, en nuestro corazón, toda clase de sentimientos, desde los más tristes y amargos porque la familia de Nazaret “no encontró sitio en la posada”, hasta los más nobles y sublimes causados por el brillo de la estrella en la noche santa, los cánticos celestiales, la alegría de los pastores y la mística del nacimiento de Dios entre nosotros. Sí, “¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres amados por él!”. Este cántico tan sencillo y profundo fue incorporado por la iglesia a nuestra celebración eucarística para recordarnos siempre el gran regalo de nuestra fe y la importancia de unirnos con las criaturas celestiales para cantar y adorar a Dios por toda su abundancia de amor y generosidad para nosotros.
En esta mañana, primer domingo después de Navidad, continuamos la celebración escuchando al evangelista San Juan. Él, ya más profundamente, nos lleva a la esencia del regalo de Dios. Juan nos ayuda a responder a la pregunta: ¿Quién es ese regalo, Jesús, el Hijo de Dios? Los términos que emplea son: luz, Palabra, amor y verdad; todo ello encarnado y hecho manifiesto en el Verbo Eterno.
Si para abrir nuestros regalos navideños utilizamos nuestras manos, para abrir el regalo que Dios nos ha hecho, necesitamos ante todo disposición de corazón; debemos valernos del silencio, la contemplación, la escucha atenta, la celebración comunitaria, los cánticos litúrgicos solemnes y gloriosos, los adornos con colores dorados, rojos, blancos y brillantes. El abrir de este regalo de Dios toma tiempo, mucho tiempo. La iglesia nos invita a volver a esta historia cada año y todos los años con el deseo de que renovemos nuestras mentes, corazones, familias y comunidades.
Son las mismas historias con los mismos actores. Sin embargo, para nosotros, cada año llega con algo diferente; ninguna navidad es igual: un nuevo miembro en la familia o uno menos; abundancia o escases; paz, seguridad, salud y trabajo o amenazas de guerra o violencia. La Historia de la navidad se une a nuestras propias historias; nos lleva de la infancia de Jesús a nuestra propia infancia, de su niñez a nuestra niñez; despierta ese niño que llevamos dentro, que quiere reír y festejar la ternura de Dios, su misterio de amor, su alegría y bondad que reconquista y restaura el corazón humano.
Los temas de la navidad son nuestros propios temas: las familias desplazadas sin hogar, con hambre y en necesidad; la oscuridad en que vive el mundo y la necesidad de invocar la luz inextinguible; la verdad escasa en nuestros discursos y palabras; el amor ausente por el egoísmo violento y complaciente. Temas que no podemos dejar pasar de largo, sin meditar y comprender, orar y transformar.
Escuchamos estas historias en familia, en comunidad, en nuestros hogares e iglesias, en las calles y barrios donde celebramos las posadas; en esos lugares pobres y sencillos donde abunda la alegría y la fiesta navideña. Recibamos los regalos, abrámoslos. Recibamos a Jesús y descubramos quien es ese regalo de Dios para nosotros. Sigámoslo a Él y convirtámonos también en un regalo de amor, de fe y de esperanza para el mundo.
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