Navidad 1 – 2015
December 27, 2015
La oración inicial de cada celebración eucarística, también llamada, siempre marca el tono de la liturgia día y nos indica el propósito de la misma. Casi siempre la leemos sin escucharla o la ofrecemos sin orarla. Por esta razón deseo pedirles que guardemos un momento de silencio y tomemos conciencia de la presencia de Dios en nosotros y con nosotros.
Oremos:
Dios todopoderoso, tú has derramado sobre nosotros la nueva luz de tu Verbo encarnado: Concede que esta luz, que arde en nuestro corazón, resplandezca en nuestra vida; mediante nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.
Linda oración que reconoce la presencia de Dios entre nosotros mediante su Verbo Encarnado, y le pedimos que la luz de su presencia en el mundo se refleje mediante nosotros. Este pedido implica una responsabilidad mayúscula, y, queramos o no, ya nos ha sido concedido. Jesús nos dice que el Reino de Dios está en nosotros; de hecho, nunca estamos separados de él. De esta forma, todo aquello que existe en el Reino -la esperanza, el amor, la alegría, la paz, y la justicia- ya habita en nosotros y alrededor de nosotros. Detengámonos un momento y oremos por la esperanza y pongamos atención en aquello que esperamos (breve silencio). Ahora oremos por el amor y prestemos atención a todo eso que amamos (breve silencio). Ahora oremos por la alegría y todo aquello que nos llena de gozo en la vida (breve silencio). Ahora oremos por la justicia y la paz en todos esos lugares donde éstas se hallan ausentes (breve silencio).
Qué interesante, ¿no es? Cada vez que oramos enfocando en esos valores del Reino de Dios, inmediatamente los sentimos presentes. Uno piensa en esas personas que ama e inmediatamente sentimos amor por ellas. Esa misma destreza es la que requerimos cuando deseamos sentir el amor de Dios. Respiremos profundo y conforme respiramos pensemos, Dios me ama. En este momento cada uno de nosotros nos hicimos conscientes de ese amor de Dios por nosotros. Después, durante la semana, ustedes podrán realizar este ejercicio usando de la esperanza, la alegría, la paz y la justicia.
Como ministro de la Iglesia, de tiempo en tiempo las personas me dicen “lo que realmente Dios quiere es que seamos buenas personas”. Y esto se escucha más seguido cuando alguien está viviendo el dolor de haber perdido a un ser querido, “estoy seguro que está en el cielo, porque era una buena persona…” No estamos muy lejos de la verdad con esto, pero creo que lo que Dios verdaderamente quiere es mucho más que un buen comportamiento. De hecho, en ningún lugar de los Evangelios Jesús nos dice, “lo que Dios quiere es que ustedes sean unas personas bien comportadas…” Él no nos dice que esto sea lo que más le importa a Dios. Para entender a Jesús es importante que escuchemos aquello que es verdaderamente importante para Él; que verdaderamente descubramos lo que Él ha venido a hacer en el mundo.
A diferencia del Evangelio de San Juan, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas colocan la predicación del Reino de Dios al principio o casi al principio. El Evangelio según San Marcos nos dice, “El tiempo ya ha llegado, y el Reino de Dios está cerca; arrepiéntanse de sus pecados y crean en las buenas noticias.” En el Evangelio de Lucas, Jesús nos dice, “yo he venido para traer las buenas nuevas a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y anunciar la liberación a los oprimidos.” ¿Qué es lo que significa para cada uno de nosotros cuando escuchamos estas buenas noticias? ¿Qué buenas noticias son esas? ¿Qué es lo que verdaderamente significa ser libre?
Pero hoy escuchamos el Evangelio de Juan. El escritor nos dice en el primer capítulo, “es mediante la presencia viva de Jesús que recibimos gracia sobre gracia”, y también dice, “a Dios nadie lo ha visto jamás, sino sólo su hijo unigénito, quien se encuentra cerca del corazón de su Padre, y de aquellos que él se los de a conocer.” Lo que Dios verdaderamente quiere es conocernos y que nosotros le conozcamos. La vida del Reino es principalmente una realidad espiritual que ya está en nosotros. Es una manera de ser. A esto es a lo que llamamos experimentar la Gracia de Dios –amor incondicional, perdón y aceptación de Dios. Esta relación mutua significa que en algunos casos no solamente estamos en la necesidad de ser perdonados por Dios, sino también estamos llamados a perdonar a Dios. ¿Les sorprende esto? Verdaderamente, perdonara a Dios en aceptarle como es, en amar a Dios como es. Lo mutuo significa no sólo recibir, sino también dar.
Jesús siempre comparte el Reino de Dios, lo hace en todo lugar. Él nos dice en cada uno de los Evangelios, “¡Vamos! Tenemos que seguir, vayamos a anunciar el mensaje en todo lugar, pues para eso he venido, ¡para decirles que el Reino de Dios ya está aquí!” Las acciones y obras de Jesús, las cuales él desea continuar con urgencia, son expresiones poderosas de la gracia de Dios. Las obras de Jesús nos indican cuáles son sus prioridades. Y sus prioridades están vinculadas al proyecto original de Dios para su creación. Jesús sana a la gente y expulsa a los demonios liberando a las personas de todos sus males. Ser libre es una de las realidades del Reino de Dios, es una manifestación de ese profundo conocimiento de Dios. Imagínate, ¿cuál es la diferencia que hace en tu vida el hecho de sentirte libre? Libre de problemas… Libre de los sufrimientos… Libre del pecado –sean estos propios o ajenos-…
Cuando iniciamos este momento de reflexión y nos hacíamos conscientes de la presencia amorosa de Dios en nosotros y alrededor de nosotros, posiblemente en ese momento algunos nos sentimos especialmente libres. O sea, nos sentimos más ligeros y con menos peso en la vida. Quizás, eso aún continúa en este momento, pues siempre que nos hacemos conscientes de la presencia de Dios, nos estamos haciendo conscientes también de la presencia del Reino de Dios en nosotros y eso nos hace descubrir nuestra libertad en Cristo. Es como si nos haya sido dada una vida nueva o, quizás, estamos tan tranquilos que nos sentimos ¡como si un demonio haya salido de nosotros! (Es una broma). Lo cierto es que en ocasiones nos sentimos tan ansiosos en nuestras vidas que pareciera que estamos poseídos, ¿a poco no? Es como si nos invadiera algo que no es la presencia de Dios.
Es muy común que en la Iglesia nos enfoquemos más en la buena conducta de las personas, ¿no es así? No quiero decir que no se deban portar bien –signifique lo que esto signifique-, portarse bien tiene tantas y tan diferentes interpretaciones que es difícil concordar en aquella que es totalmente correcta. Pero, sin lugar a duda esto debe ser el síntoma de vivir en la experiencia del amor de Dios, es lo mismo como sentirse libre y lleno de paz.
Conforme Jesús camina proclamando su mensaje -las buenas nuevas del Reino de Dios-, Él nos está ofreciendo la mano de Dios y diciéndonos a todos que Dios quiere conocernos, hacernos libres, y hacernos expresiones poderosas de su gracia. Como bautizados, cada uno de nosotros nos unimos a Jesús para proclamar esta prioridad de Dios. Que Dios nos conceda conocer su Reino entre nosotros y nos asista en su proclamación al mundo. Amén.
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