Miércoles de Ceniza – 2015
February 19, 2015
Hermanos y hermanas: con la celebración de hoy iniciamos un camino especial de gracia, un recorrido que nos conducirá a la vivencia del más grande misterio de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nuestro Señor. Para esta caminada necesitamos tres cosas absolutamente imprescindibles: la disposición de nuestro corazón, la luz y fortaleza que sólo puede darnos la Palabra de Dios que en todo momento nos invita a no descarriarnos, a mantener firme nuestra fe y nuestra confianza en él, pero sin quitar los ojos del acontecer de cada día, de manera muy especial de la situación que viven tantísimos hermanos y hermanas, en la soledad, el abandono, la marginación y la exclusión por cualquier causa…
Con el auxilio del Señor iniciemos pues este camino cuaresmal poniendo todo nuestro empeño en superar la inercia que no nos deja ver ese sentido profundo que hay detrás de cada palabra y de cada signo que enriquecen este tiempo.
El signo de la ceniza con que comenzamos nuestra caminada cuaresmal, no tiene ningún valor en sí mismo; el simple hecho de acercarnos para que nos apliquen ceniza, no tiene valor alguno si antes de decidirnos a recibirla no hubo un momento de interiorización y toma de decisión de llevar hasta las últimas consecuencias lo que el signo nos transmite.
Y ¿qué es lo que nos transmite el signo, qué es lo que hay detrás del gesto que realizamos hoy? Más allá de recordarnos que “somos polvo y al polvo volveremos”, está la oportunidad que Dios y la vida nos ofrecen de reconstruir nuestra vida, de volver a empezar de un modo más auténtico y genuino nuestra relación con los otros y con Dios. Durante este tiempo resonará de manera especial la palabra “reconciliación”, que en esencia significa re-conectar, re-construir, re-componer… Hacia allá, precisamente apuntan las lecturas que escuchamos hoy.
Por lo que nos dice el profeta Isaías podemos deducir cuál era la calidad de las prácticas penitenciales que realizaba la gente de su tiempo. Estas palabras están dirigidas al pueblo en una época en la que ya estaba muy bien estructurado todo lo relativo al culto, los sacrificios, los ritos, los signos y gestos; pero al parecer, todo se había convertido en algo mecánico, la gente hacía todo esto porque tocaba hacerlo, porque estaba mandado o, lo que es peor, para que los vieran.
Como acabamos de escuchar, el Señor rechaza todo eso y pone en labios del profeta una fuerte denuncia contra ese culto vacío, contra esas prácticas que se convirtieron en costumbre y que se des-conectaron de la finalidad auténtica del culto y de todo acto religioso: la práctica de la justicia y la misericordia.
Por su parte, el evangelio de san Mateo que escuchamos hoy, está tomado del “sermón del monte”, la carta magna del auténtico discípulo de Jesús; la liturgia para este día ha tomado de ahí algunos elementos para ayudarnos a programar con verdadero sentido la caminada que estamos iniciando hoy. Dichos elementos están en estrecha relación con lo que usualmente acentuamos en la cuaresma: el ayuno, la caridad, la oración…
Si miramos bien los dos trozos de evangelio que hemos leído, podemos darnos cuenta de que en ninguna parte Jesús está diciendo a sus discípulos “ustedes tienen que ayunar…”, “ustedes tienen que orar…”, “ustedes tienen que dar limosna…”. Como ya vimos, a propósito de la primera lectura, estas prácticas eran ya antiguas en Israel; todo judío piadoso sabía que había días destinados al ayuno y la penitencia, sabía cuáles eran los momentos del día que se destinaban a la oración y cuáles eran las fórmulas exactas del oracional y, además, era consciente de que debía ayudar a los pobres.
En línea con el espíritu profético del Antiguo Testamento, lo que hace Jesús es llamar la atención sobre la calidad de dichas prácticas cuyo espíritu más genuino debe vivir desde el fondo de su corazón el que se haga llamar discípulo suyo. Con toda razón se puede afirmar que el cristianismo, en sentido estricto, no es ni una nueva doctrina ni una nueva religión; más que eso, es la manera nueva como vive Jesús el auténtico espíritu de la religión de su pueblo llevando cada cosa a la práctica.
Así pues, Jesús al tiempo que denuncia la manera mecánica y desencarnada como se realizan estas prácticas religiosas, enseña cómo deben vivirse a cabalidad. No perdamos de vista que aquí se tocan tres aspectos básicos de la piedad judía: el ayuno, la oración y la práctica de la caridad.
Pongámonos a los pies del maestro y entendamos una cosa fundamental: tampoco hoy él nos está imponiendo nada, no nos sintamos obligados a ayunar, ni a orar, ni a practicar la caridad con los empobrecidos; mucho menos es obligatorio venir hoy al templo a que nos impongan la ceniza. Ahora, si lo queremos hacer, si decidimos dar ese paso, dobleguemos nuestro espíritu, vaciemos completamente nuestro corazón para que sea la Palabra de Dios el motor que nos mueva, el Espíritu de Jesús que nos llene, nos anime y nos conforte.
De aquí hasta el próximo domingo primero de cuaresma, dejemos que resuenen en nuestro corazón y en nuestra mente las palabras de Isaías y, por supuesto, las de Jesús; no dejemos que resbalen sobre nosotros; pongamos nuestra mirada en el punto final de este camino que hoy comenzamos, en la Pascua de Jesús para que cada paso que demos nos haga sentir más profundamente el anhelo de celebrar con él esa Pascua.
Cierto que el camino que iniciamos hoy no será color de rosa, como ningún camino lo es; habrá escollos, tropiezos, caídas… habrá momentos en los que quizás otras cosas tratarán de sustraernos de esta aventura, así lo vamos a ver el próximo domingo; sin embargo, nunca olvidemos que en nuestro morral llevamos tres cosas que enunciamos al inicio de nuestra reflexión, a ver si las recordamos: la disposición de nuestro corazón, la luz y la fortaleza que sólo puede darnos la Palabra de Dios que en todo momento nos invita a no descarriarnos, a mantener firme nuestra fe y nuestra confianza en él, pero sin quitar los ojos del acontecer de cada día, de manera muy especial de la situación que viven tantísimos hermanos y hermanas, en la soledad, el abandono, la marginación y la exclusión por cualquier causa…; esto es, el compromiso que tiene que nacer a causa de nuestra fe.
Ahora sí entonces, si de verdad estamos dispuestos a emprender el camino, acerquémonos con pleno convencimiento y conciencia muy clara a recibir el signo de la ceniza y dejemos que, más que en nuestra frente o nuestra cabeza, llegue hasta nuestro corazón y permanezca ahí para poder vivir con intensidad esta experiencia de fe.
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