Miércoles de Ceniza – 2012
February 22, 2012
Iniciamos la Cuaresma con la liturgia del Miércoles de Ceniza, día de observancia en nuestra iglesia, pues con la imposición de la ceniza damos comienzo a un “tiempo fuerte”, como solemos llamar algunos a estos cuarenta días de preparación para la celebración de la Pascua.
En el seno de la comunidad hispana tanto la Cuaresma como la Semana Santa se viven intensamente. Somos una comunidad penitencial, pero también una comunidad que vive este tiempo observando la devoción del vía crucis y reviviendo una variedad de costumbres culinarias que nos recuerdan que hay normas religiosas que debemos guardar en este tiempo, sobre todo, el ayuno.
Llama mucho la atención que cada Miércoles de Ceniza, nuestras iglesias se llenan de fieles que acuden a cumplir con la costumbre de recibir la ceniza con el recordatorio de “polvo eres y al polvo volverás”. Un buen número de los que acuden a la iglesia el Miércoles de Ceniza no retornan a la celebración de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Domingo de Pascua. Con tristeza debemos confesar que se quedaron en el Viernes Santo.
La razón podrá encontrarse en el hecho de que en nuestros países latinoamericanos, en el marco de la tradición católica, se vive un cristianismo con gran énfasis en la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Basta recorrer algunos de nuestros templos coloniales y encontraremos más imágenes de Jesús flagelado y sangrante que imágenes de Cristo resucitado. Las tradicionales procesiones de Semana Santa son desplegadas con mayor colorido religioso el Jueves y Viernes Santo.
Al comenzar esta Cuaresma es importante definir que este es un tiempo de preparación para la gran celebración de la Pascua de Resurrección. Cuaresma y Pascua se complementan, la cruz y la resurrección forman parte de una misma historia de redención vivida por nuestro Señor Jesucristo en su pasión, muerte y resurrección.
¿Cómo debemos vivir esta Cuaresma? Debemos vivirla según lo declara el profeta Isaías en la primera lectura de hoy. “El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto”.
A lo largo de cuarenta días estamos llamados a ejercitarnos en las disciplinas espirituales del ayuno, la oración y la penitencia. El ayuno cuaresmal no es un cambio de nuestra dieta, es aprender a renunciar con fortaleza y voluntad. Cuando ayunamos también reconocemos que en el mundo hay millones de seres humanos que viven la experiencia del ayuno, no por razones religiosas sino porque son víctimas de la pobreza que azota a numerosos países de la tierra.
La oración en este tiempo de Cuaresma nos permite reflexionar con más conciencia sobre nuestra condición de pecadores y poner frente a nosotros las faltas que nos alejan de Dios y nos separan de los demás. Cuaresma es tiempo de arrepentimiento y cambio. La penitencia va más allá de cumplir con la devoción del vía crucis en pie por más de una hora. La penitencia es también el buscar el perdón de aquellos que hemos ofendido con obras y palabras.
En la segunda lectura tomada de la segunda carta de san Pablo a los corintios se nos presenta el sacrificado destino de un apóstol. Bien podría decirse que la vida de un apóstol es una larga cuaresma. Los sufrimientos y privaciones, al igual que las humillaciones y persecuciones hacen del apóstol un servidor comprometido con el evangelio de Cristo, puesto que su misión tiene lugar en el mundo, donde los valores del evangelio son rechazados. Así lo expresa el apóstol Pablo: “Parecemos tristes, pero siempre estamos contentos; parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parece que no tenemos nada, pero lo tenemos todo”.
Frente a los valores del mundo, el apóstol es un perdedor, se entrega a la labor evangelizadora y pastoral aun cuando sabe que le deparan incomprensión, hambre y descrédito. Ante tal proyección de la vida de un apóstol, ¿quien podrá responder al llamado del Señor en el ministerio?
Aunque parezca extraño, muchos hombres y mujeres responden a la invitación que hace el Señor a la vida ministerial y de servicio a la Iglesia en condición de laicos o de ministros ordenados. Es el Espíritu Santo que mueve los corazones de los siervos y siervas que sirven en el presente y de aquellos que le servirán en el futuro
El evangelio tomado de san Mateo es un llamado a la vida cristiana en sinceridad y honestidad. Al orar, ayunar y servir, nuestra intención debe ser el agradar a Señor que nos ama y nos bendice; no mostrar ante los demás que somos mejores que ellos porque cumplimos con los preceptos de las leyes religiosas.
La hipocresía entendida como la práctica descarnada de los preceptos de nuestra religión, ha sido criticada severamente por todas las generaciones de cristianos. Nuestro Señor Jesucristo nos previene de caer en la hipocresía, con claros ejemplos, tales como: “Cuando tú ayudes a los necesitados, no se lo cuentes ni siquiera a tu amigo más íntimo; hazlo en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio. Cuando ores, no seas como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que con eso ya tienen su premio. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio”.
En esta estación de Cuaresma corremos el riesgo de caer en hipocresía si observamos las devociones cuaresmales y las normas que establece la Iglesia como actos legalistas de este tiempo litúrgico. El viacrucis como práctica espiritual nos ayuda a meditar en el sufrimiento de Cristo en su camino al Calvario, también recordamos por un momento a los que hoy día padecen un calvario en sus vidas por diferentes razones. El ayuno es un acto de renuncia voluntaria. Nos ayuda a fortalecer nuestra capacidad de decidir y a la vez nos prepara para futuras renuncias que se impondrán en nuestra vida. La oración es un acto tanto individual como comunitario. Cuando oremos a solas, el Señor nos pide que lo hagamos en intimidad, en un diálogo cercano con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En ese contexto de oración tiene sentido el expresarnos personalmente frente a Dios, declarando ante el Señor nuestros dolores y sufrimientos, nuestros goces y alegrías.
La oración comunitaria, a diferencia de la personal, se practica en el seno de la comunidad. Nos movemos del “yo” de la oración personal al “nosotros” en la familia de los bautizados y bautizadas. Los episcopales conocemos muy bien este estilo de oración, puesto que nos guíanos por el Libro de Oración Común en cada uno de los momentos que nos congregamos en la iglesia, sea para la celebración de la Santa Eucaristía como para participar en las oraciones tradicionales de la Iglesia.
Que este tiempo de Cuaresma que hoy comenzamos sea para cada uno de nosotros una experiencia de renovación y cambio en nuestras vidas.
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