Sermones que Iluminan

La Gran Vigilia Pascual (C) – 19 de abril de 2025

April 19, 2025

LCR: Exodo 14:10-31; 15:20-21; Salmo 114; Romanos 6:3–11; San Lucas 24:1–12.


Profundice en el viaje de la Semana Santa y la Pascua con la recopilación de sermones de este año. Cada sermón, perfecto para el uso congregacional, grupos pequeños o reflexión personal, incluye dos preguntas para iniciar un debate y una exploración significativos. Acceda a este recurso en sermonesqueiluminan.org.


«No sabían qué pensar de esto».

En ocasiones como ésta, la Vigilia Pascual, incluso durante los demás días de la Semana Santa y el Domingo de Resurrección, podemos encontrarnos sin saber qué pensar: un Mesías rechazado, una cruz, una tumba vacía, un muerto resucitado, y esto anunciado por un grupo de mujeres que reportan haber recibido un mensaje celestial de dos hombres en ropa brillante. Los que piensan que les parece insólito e increíble están en buena compañía. Los apóstoles también pensaron que todo les parecía una locura hasta que la realidad del Resucitado les cambió su manera de pensar.

Para nosotros, que vamos guardando la Semana Santa hasta el final, la Gran Vigilia Pascual es nuestra oportunidad para encontrar el sentido de la serie de acontecimientos que llegaron hasta el Calvario y la tumba de Jesucristo. Con ese fin, y siguiendo una larga tradición cristiana, leemos varias lecturas del Primer Testamento durante la Vigilia. Cada lectura cuenta algún episodio de la historia de la salvación que, de algún modo, nos muestra o señala el significado del ministerio de Cristo. Jesús mismo instruyó a sus discípulos a leer la Biblia de esta manera. Nosotros sólo seguimos su enseñanza.

Tras escuchar tantas lecturas del Primer Testamento -a veces hasta doce más sus respectivos salmos y cánticos- la liturgia nos dirige hacia la pila bautismal para la administración del Santo Bautismo o la renovación de los votos bautismales. Y sólo después de representar la muerte y la resurrección sacramentalmente, y de asegurarnos de nuestra participación en ellas, llegamos a la proclamación de la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos y su victoria sobre el pecado y la muerte. Sólo entonces cantamos las “Aleluyas” y leemos lecturas de la primera misa de la Pascua.

La epístola, una selección de Romanos 6, ofrece una forma de instrucción para los recién bautizados: «¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre».

Según el Apóstol Pablo, la esencia del Bautismo es morir y resucitar con Cristo y estar unidos a él por este sacramento. Al ser sepultados con él y resucitados para vivir una vida nueva en él, ya no debe quedar lugar para el pecado y la corrupción, sino la transformación de nuestra vida por la vida de Jesucristo a través de la acción renovadora del Espíritu Santo. Quedamos libres del dominio del pecado y de la muerte, por lo que San Pablo también añade: «Así también, ustedes considérense muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús». Por tanto, el Santo Bautismo nos demarca un tránsito del pecado a la justicia, de la esclavitud a la libertad, y de la muerte a la vida nueva.

Las antiguas imágenes de la Resurrección dibujan el momento que Cristo irrumpe de la tumba, rompiendo las cadenas de la muerte y las puertas del infierno, y trayendo consigo nuestros primeros padres en representación de toda la humanidad. En el Santo Bautismo, participamos en la gran victoria del Señor.

Siguiendo la epístola, se canta o lee el Salmo 114 que es otro texto tradicionalmente asociado con la Resurrección de Jesús en la liturgia. En las alusiones al Éxodo y al sacudido de la tierra, oímos el rumor de nuestra propia liberación y de la convulsión de la tierra que movió la piedra y sacudió las emociones y los pensamientos de las mujeres y los discípulos. Con el salmista podemos preguntar: «Oh montes, ¿por qué saltaron como carneros, y como corderos, oh colinas?» Y podemos responder: Por la presencia del Soberano, por la presencia del Dios de Jacob, ¡por la presencia del Cristo Resucitado!

El último versículo de este salmo contiene un vínculo bautismal: «[Él] cambió la peña en estanque de aguas, y el pedernal en manantiales». Es una referencia al momento en que Dios proveyó agua para los israelitas en el desierto, cuando Moisés, en obediencia al Señor, golpeó la peña de Horeb y fluyeron corrientes de agua, agua que fue la salvación para la multitud sediente.

Finalmente procedemos a la proclamación del evangelio, en esta ocasión San Lucas 24:1-12, que nos habla sobre la Resurrección y la tumba vacía. San Lucas indica que las mujeres fueron al sepulcro en la madrugada del primer día de la semana, el día que ahora llamamos “domingo”, y que llevaron consigo los perfumes que habían preparado para embalsamar el cuerpo de Jesús, como era la costumbre de los judíos de la época. Fueron preparadas para cumplir una tarea final para su maestro y amigo Jesús, pero todo resultó distinto a lo que esperaban.

Primero, esperaban encontrar el sepulcro sellado, pero se había removido la piedra que lo sellaba. Pensaban que encontrarían el cuerpo de Jesús, pero el cuerpo no estaba en la tumba. Todo eso habrá sido muy chocante -además del mensaje de los dos hombres inesperados que insistieron que no buscaran al vivo entre los muertos-. Cualquiera se imagina el susto y la confusión. De hecho, el texto nos dice: «Llenas de miedo, se inclinaron hasta el suelo…». Tuvieron miedo. Es comprehensible. Lo que convirtió el miedo de las mujeres en comprehensión fue la segunda parte del mensaje de los mensajeros con ropas brillantes. Les recordó que Jesús les había enseñado sobre cómo tendría que morir y resucitar. Hicieron memoria de las enseñanzas y lograron entender que Jesús había pasado de la muerte a la vida.

En esta Vigilia Pascual, al leer los relatos del Primer Testamento, al renovar nuestro Pacto Bautismal y celebrar el Santo Bautismo, también hacemos memoria de las Escrituras y de las enseñanzas de Jesús, y podemos llegar a entender que ¡Verdaderamente el Señor ha resucitado! Nos damos cuenta de que Cristo vive para no morir jamás y que, si estamos unidos a él en su muerte, también viviremos con él en su resurrección. ¡Ésas son buenas nuevas! ¡Aleluya! Cristo ha resucitado. ¡Es verdad! El Señor ha resucitado. ¡Aleluya!

El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un presbítero de la Diócesis Episcopal de Long Island y Vicario de Saint Mary’s Episcopal Church, Brooklyn, Nueva York.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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