La Anunciación del Señor – 2013
April 08, 2013
El anuncio de Dios a través de un ángel, palabra hebrea que significa “mensajero”, a una joven doncella de Nazaret de nombre María, es el comienzo del plan de salvación que el mismo Dios va a desarrollar a través, también, de su Hijo unigénito, el Mesías prometido desde antiguo a su pueblo.
Es el comienzo de una nueva vida, de un nuevo modo de sacrificio, de una manera de diferente de comunicarse con Dios. Así podemos leer bien claro en la carta a los Hebreos, capítulo 10, versículos 4 a 10: “Por eso Cristo al entrar en el mundo, dijo a Dios: ‘No quieres sacrificios ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni las ofrendas para quitar el pecado. Entonces dije: ‘Aquí estoy, como está escrito de mí en el libro, para hacer tu voluntad, oh Dios”.
Jesús, es el comienzo de una nueva creación que abarca la totalidad de la vida de la humanidad. Es el comienzo de una nueva forma de adoración divina, de encuentro con Dios, de oración y de sacrificio. Ya no con animales y otros elementos, sino con la persona misma del Hijo de Dios.
Este anuncio del nacimiento de Jesús, realizado por los ángeles, enviados por Dios, indica la presencia divina en todo el mundo para hacer su voluntad. Representa asimismo la voz de Dios. Tanto María como José, escuchan a los mensajeros de Dios. Hablan con ellos, como si hablaran con Dios. Aquí se repite el esquema del “anuncio” semejante a los anuncios del Antiguo Testamento como el de Ismael, Isaac, Sansón y Samuel. Según Lucas, María es la “Hija de Sion”.
Con el anuncio se lleva a cabo la “encarnación”. “Encarnarse” significa que algo espiritual toma carne en una realidad material, en algo frágil. La “encarnación” cristiana indica que Dios asume la condición humana, a saber: comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria para elevarnos a su propia vida. Dios asume nuestra realidad, toma en cuenta lo que somos, y nos eleva a una dignidad tal en donde él puede llevar a cabo su plan de salvación. Dios se encarna silenciosamente en el seno de María, mujer preparada espiritualmente para escuchar y llevar a buen término la voluntad de Dios.
María es mujer sencilla, perteneciente a una aldea desconocida, de poca fama, contraria a la gran y famosa Jerusalén donde está ubicado el templo judío. Es el llamado de Dios a lo sencillo para anular al soberbio, al arrogante. Es el llamado de Dios al desconocido, para quitar valor al importante. Es el llamado de Dios a la persona marginada, para desorientar al “ubicado”, al que “todo” lo “sabe” y todo lo “conoce”. Es la forma de actuar de Dios que desconcierta, que confunde, que atemoriza, porque deja sin fundamento lo que se ha construido por años, lo que aparentemente es “solido”, lo que aparentemente parece firme.
Cuando Dios llama al sencillo, no al fuerte, al humilde, no al inteligente y sabio, crea confusión, desconcierto. Deja sin fundamento al ser humano seguro de sus cimientos, de su presente y futuro. En medio de tanta confusión, María es invitada por Dios a estar alegre “en el Salvador”; ella es la “privilegiada”, la favorecida, la bienaventurada, porque es creyente y está abierta a la voluntad de Dios. En tanto María vive en la alegría de Dios, los no favorecidos, los no bienaventurados por Dios, se rasgan las vestiduras, llenos de ira y de celos, al no haber sido elegidos por Dios, por ser no creyentes, no abiertos a su voluntad. Así podemos entender por qué no fueron escogidos, por qué no fueron llamados.
El objetivo de la vida cristiana es dejarse fecundar por el Espíritu, escuchando la palabra de Dios que llega por medio de los mensajeros; teniendo en cuenta nuestra situación y nuestras fuerzas, pero respondiendo a Dios con confianza y con decisión. El creyente debe dejarse encarnar por la Palabra de Dios. El creyente como miembro de la Iglesia, debe ayudar a que ésta se encarne más y mejor en el pueblo. De esta manera se recibe el anuncio y se anuncia el evangelio.
El anuncio de la Encarnación se repite en cada cristiano que accede a Cristo, que acepta al Salvador en su vida, que reconoce que sin él nada se puede. Una vez aceptado Cristo en la vida, se vive de forma particular el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, su Palabra, la que debemos compartir con cada persona que se atraviesa en nuestras vidas.
Compartimos el Pan Jesús a quienes lo necesitan y lo desean, a quienes están hambrientos de su mensaje, de su anuncio. Como individuos y como miembros de la Iglesia, acudimos a propagar el evangelio, el anuncio de las buenas nuevas, que como “marías”, no solo nos alegramos por el anuncio del ángel, sino que también que lo aceptamos con nuestro “amen”, y comenzamos con alegría el proceso de gestación de la Palabra que al nacer, se comparte con los demás. Nos gozamos de nuestra “preñez”, con el “alumbramiento”, y con el “anuncio” del nacimiento de Cristo en nosotros. Lo anunciamos alegres para que otros se beneficien de su nacimiento. No es un acto egoísta, es uno comunitario, así como Jesús nació de María para salvar a todo el género humano. A la vez que se anuncia el misterio de la Encarnación, somos preñados por el Espíritu como manera de multiplicar la presencia de Jesús en medio de nosotros, para que todos tengan acceso a él, se llenen de su palabra y se conviertan en multiplicadores.
Concluyendo, todos recibimos de una u otra manera, el anuncio de Dios a través de mensajeros que nos permiten conocer la voluntad de quien los envía: Dios. Es nuestra opción personal el escuchar o desechar el mensaje. Somos libres de aceptar la voluntad de Dios o rechazarla. Debemos saber que cuando Dios nos llama es porque ha mirado nuestra sencillez, nuestra disponibilidad, nuestra docilidad a su voluntad. El conoce toda nuestra realidad, por eso nos llama.
Debemos sentirnos privilegiados porque ha mirado nuestra humildad y disponibilidad. Vamos a ser fecundados por el Espirita de Dios que nos llenará de su Hijo. Llenos del Hijo de Dios, lo compartiremos abundantemente a quienes nos encontremos en el camino diario de la vida, para que lo conozcan y se dejen conocer, para que lo acepten y sean aceptados por Jesús, para que sean fecundados y fecunden a otros muchos, de tal manera que Jesús sea conocido y aceptado y multiplicado y compartido, en un mundo que aún no le conoce.
Como miembros de la Iglesia, debemos moverla a que anuncie a Jesús a través de la proclamación de su Evangelio. Preñados de Jesús, salgamos a visitar, como hizo María con su prima Isabel, a tantos que necesitan vivir las vibraciones del Salvador, para que le reconozcan y sean reconocidos por él. Subamos al monte, lugar de oración, al encuentro personal con Jesús, y poder allí, llenarnos de su Espíritu, y así fortalecidos, bajemos al valle de la vida diaria y real, a predicarlo a través del testimonio de vida. Pidamos un milagro como bien dice el profeta Isaías: “El Señor dijo también a Ahaz: ‘Pide al Señor tu Dios un milagro que te sirva de cenal, ya sea abajo en lo más profundo o arriba en lo alto”. La señal con la que queremos llegar a quienes desconfían de nuestro mensaje porque somos del grupo de los sencillos, no representamos seguridad a quienes escuchan el mensaje de Dios.
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