Jueves Santo – 2018
March 30, 2018
La celebración del Jueves Santo está impregnada de simbolismo y significado. Hoy celebramos la institución de la Santa Eucaristía y recordamos la importancia de la humildad en nuestro caminar y liderazgo cristiano.
La institución de la Santa Eucaristía sucedió en un contexto histórico muy particular. Jesús se encuentra con sus discípulos justo antes de la Pascua. En la lectura del Libro de Éxodo vemos un recuento histórico del peregrinar del Pueblo de Israel que le lleva a la celebración de la Pascua como ellos la entendían en el tiempo de Jesús.
El pueblo de Israel había vivido en cautiverio en Egipto por cientos de años. Dios en su misericordia, levantó al profeta Moisés para guiar a su pueblo hacia su liberación. Diez veces se había presentado Moisés ante el faraón para pedir misericordia para con su pueblo. En su terquedad, el faraón había rehusado liberar al pueblo de Israel a pesar de todas las señales hechas por Dios a través de Moisés. La historia bíblica cuenta que diez plagas atacaron al pueblo egipcio y que el faraón no cedió hasta que la última plaga, la muerte de los primogénitos, llegó a cada hogar judío.
En la noche en que la felicidad de los hogares egipcios iba a ser marcada por la muerte de sus hijos primogénitos, Dios instruyó a Moisés a que reuniera al pueblo judío con las siguientes instrucciones, las cuales eran bien específicas: seleccionar a un cabrito de un año sin defecto alguno, poner sangre en los dinteles de las puertas para que el ángel de la muerte no pasara por ella. También les indicó cómo debían cocinar el cordero, las hierbas que debían acompañarlo, así como la manera como debían vestirse para esta cena. Ese cordero sin mancha en esa primera pascua es la prefiguración del sacrificio de Jesús, quien se identificó con nosotros en todo, menos en el pecado, un sacrificio que nos ha dado vida y vida en abundancia.
La experiencia de la primera cena pascual de los judíos ha quedado marcada en su historia por siempre como un recuerdo de la misericordia de Dios para con su pueblo. A través de los tiempos, judíos en todo el mundo celebran la pascua, símbolo de redención y liberación.
En la lectura del Evangelio vemos cómo Jesús honra su tradición judía al reunirse con sus discípulos en lo que acostumbramos a llamar el “aposento alto”. En esa ocasión íntima con sus discípulos, Jesús nos ofrece una nueva experiencia pascual. El pan y el vino consumido en lo que podríamos llamar la primera Santa Comunión, figurando el cuerpo y la sangre de Jesús, es un acto que Jesús comenda a los discípulos, y a través del mensaje a nosotros, como memorial de su amor y sacrificio con nosotros.
La lectura asignada para este día nos muestra la historia del primer Jueves Santo desde la perspectiva de Juan, el discípulo amado. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas enfatizan el compartir de la cena y el simbolismo de este memorial. Juan, sin embargo, nos enfatiza el acto del lavatorio de los pies, otro simbolismo muy importante en este peregrinar de fe y una vez más otro testimonio de la naturaleza del Reino de Dios que Jesús vino a proclamar.
En la tradición del tiempo de Jesús, cuando una persona visitaba una casa y debido a las condiciones de los caminos de esa época, el anfitrión ofrecía a uno de sus sirvientes para que les lavara los pies a sus huéspedes. Al arrodillarse y lavarles los pies a cada uno de sus discípulos, Jesús rompió todos esos estereotipos.
Imaginemos la sorpresa de los discípulos al ver este acto por parte de Jesús. Pedro no estaba dispuesto a ver a su maestro en lo que podría ser considerado una posición humillante. Jesús es muy claro en su respuesta “A menos que lave los pies, no tendrás parte en mi reino”. ¡Quizás aun sin entender la profundidad de esta declaración, Pedro ahora ofrece que le laven las manos y los pies! Y en realidad, si nosotros no entendamos la naturaleza del servicio en la vida cristiana nos falta la parte esencial de nuestro llamado como miembros bautizados del cuerpo de Cristo.
Jesús les dijo, yo soy su maestro y les lavo los pies. Les he dado un ejemplo. En verdad les digo que los sirvientes no son mayores que sus maestros ni los mensajeros mayores que aquel quien los envió. Y Jesús concluye este acto tan maravilloso, dándoles a los discípulos un nuevo mandamiento: El mandamiento del amor mutuo.
Jesús nos llama a amarnos unos a otros, así como él nos ama. Jesús nos recuerda que hay más bendición en dar que en recibir. Nos recuerda que el servicio y la humildad es una parte integral del llamado de cada cristiano, ya sea laico u ordenado.
¿Que significa esto en el siglo veintiuno? ¿En qué manera nosotros como individuos y comunidades podemos mostrar el amor y la misericordia de Dios a un mundo que está quebrado por la violencia y la maldad? ¿Cómo podemos nosotros a través de nuestro testimonio y ministerio sanar y amar al mundo?
En estos momentos, la nación de Estados Unidos, y por relación muchos otros países en el mundo están siendo guiados por jóvenes que están convencidos que el amor es la solución a la violencia. Jóvenes que están convencidos que unidos con un propósito podemos ver cambios en la sociedad. Una de las muchas maneras que podemos mostrar nuestro amor al prójimo y a la humanidad es uniéndonos a este movimiento de cambio y resistencia apoyando a los jóvenes de este país diciendo no a la violencia.
Jesús nos recuerda en el día de hoy que su sacrificio viene a traer vida y vida en abundancia. Digamos sí a la vida y unámonos a un peregrinar por la justicia.
¡Que Dios nos bendiga!
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