Jueves Santo – 2017
April 13, 2017
La sorpresa de los discípulos tuvo que ser inmensa al ver a Jesús levantarse de la mesa, quitarse la capa, echar agua en una palangana y atada una toalla a su cintura lavarle los pies a cada uno de ellos. ¡Él era su Maestro! ¡Él era su Señor! El lavado de los pies no era algo que hacían los maestros. Imaginen la sorpresa si una reina se hincara a hacerle lo mismo a un grupo de itinerantes sin hogar.
En la época de Jesús, el lavado de los pies era tarea de los sirvientes de la casa. No era un trabajo glamoroso. Los pies de las personas de esos tiempos lucían siempre resecos, sucios, callosos y agrietados por tanto caminar llevando sandalias. Lavarle los pies a alguien era un acto de hospitalidad y de humildad. Por eso, cuando Jesús terminó de lavarles los pies a sus discípulos, les explicó por qué lo había hecho: “Estoy dándoles un ejemplo. Ustedes también deben hacer lo que yo les he hecho.”
Podríamos preguntarnos si los discípulos entendían lo que Jesús les enseñaba. Jesús los escogió, los llamó y les dio un nuevo significado a sus vidas. Caminando junto a Jesús, se sentían personas especiales. No obstante, Jesús no llamó a sus discípulos de entre la multitud de agricultores y pescadores para que ellos gozaran de un mayor estatus. Jesús los llamó para servir, para continuar su ministerio de amar a las personas después de que Él ya no estuviera entre ellos.
Casi podemos oír a los discípulos preguntándose “¿Qué vamos a hacer en este mundo sin Jesús?”
La respuesta es que ellos serían los que irían por el mundo llevando la Buena Nueva. Le hablarían a toda persona que viniese a escucharlos. Mirarían los rostros de pecadores de toda clase. Cada uno, tal vez sufriendo de su propio quebrantamiento y con gran anhelo de sentirse completo.
Los discípulos sin Jesús tendrían muchos de esos momentos. Y en medio de esos momentos recordarían a Jesús lavándoles los pies. Recordarían su ejemplo y cómo su Maestro les enseñó a tratar a otras personas. Y sentirían la presencia de Jesús diciéndoles: ¿Ven ustedes lo sencillo que es? Yo los envío al mundo; vayan a esas multitudes de gente de donde los llamé y me siguieron. Su trabajo es implemente, amarlos.
Jesús nos presenta el amar al prójimo como una prueba de si somos o no, sus discípulos. Nos gustaría pensar que demostraremos nuestro discipulado asistiendo fielmente a nuestras iglesias, participando en programas interesantes y variados, elevando grandiosas alabanzas, expresando las doctrinas correctas o quizás siguiendo y colaborando con algún líder o movimiento histórico.
Sin minimizar la importancia de la adoración entusiasta y de cumplir con la verdad revelada, la fuerza de la declaración de Cristo debe ser aceptada: “Por todo esto la gente sabrá que son mis discípulos si se aman el uno al otro”. Entonces nos debemos preguntar ¿Amo a mis hermanos y hermanas en Cristo? ¿Expreso, al amar a mis hermano y hermanas en Cristo, este sello del aprendizaje verdadero? ¿Vivo sin olvidar el amor y el servir a otros?
Lamentablemente, a veces ocurre que nos criticamos los unos a los otros. Juzgamos la manera como alguien se viste, la manera como se expresa, cómo canta, la forma como predica, o difundimos sin confirmar, los rumores que perjudican a otros. Nada de esto es nuevo. Pablo advirtió a los cristianos en Galacia: “Pero, si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros.”
En esta época marcada por el individualismo y la indiferencia, por la avaricia, el egoísmo y las luchas de poder, Dios nos llama a amarnos los unos a los otros con amor incondicional. El apóstol Pablo nos dice que se trata de un amor basado en la tolerancia, el respeto y el preocuparnos por los demás.
En cuanto a la tolerancia, Pablo exhortó a los cristianos de Éfeso a que fueran “totalmente humildes y apacibles”, que fueran “pacientes, llevándose unos a otros en amor”. Preguntémonos, ¿Por qué estamos llamados a tolerarnos unos a otros? La respuesta es, porque es necesario. Sería maravilloso si fuéramos seres maduros, razonables, humildes, considerados y adorables. Pero a veces estamos cansados, o somos egoístas e inmaduros. Por lo tanto, el amor requiere que seamos tolerantes en nuestras interacciones, no porque no nos preocupamos por el pecado o por la verdad, sino porque debemos obedecer la orden del Señor de amarnos unos a otros. Esto puede ser un desafío si sólo nos centramos en juzgarnos y en condenarnos.
En cuanto al respeto, a veces, como cristianos, nos expresamos con palabras necias, e incluso que causan dolor a otras personas. Todos somos humanos y estamos propensos a actuar de esta manera. Sin embargo, incluso bajo estas circunstancias, las Escrituras nos enseñan a respetarnos mutuamente. San Pablo nos dice: “Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo”. Entonces debemos amar y respetar a otros por veneración de Cristo nuestro Salvador.
En cuanto a preocuparnos por los demás, comparando la iglesia a un cuerpo, Pablo concluye que “sus partes deben tener la misma preocupación del uno para con el otro. Si una parte sufre, cada parte sufre con ella”. El verdadero amor cristiano no puede sino expresarse en genuina preocupación. ¿Estoy realmente preocupado cuando mi hermano pierde su trabajo, cuando mi hermana está enferma, cuando una nueva persona llega a nuestro barrio o visita nuestra iglesia local, incluso cuando son diferentes a mí?
En nuestro mundo hay muchos que dicen que siguen a Cristo mientras que simultáneamente desprecian a su hermano o hermana debido a su raza, su género, su origen étnico y por muchas otras razones. Como cristianos estamos llamados a hacer algo diferente.
En la noche en que Jesús instituyó el Santísimo Sacramento de la Comunión en la Última Cena primero nos mostró este gesto de lavar los pies de sus discípulos. Jesús inculca en ellos y en nosotros, el llamado a amar y a servir a unos y a otros con todo nuestro corazón y con humildad. Jesús no les da a los discípulos “una sugerencia” o “una idea”. Jesús les da una orden, un mandato sin opción. Más aún, el mandamiento de Jesús a sus discípulos, no es solamente “ama a tu prójimo como a ti mismo”, es también “ama como yo te he amado”. “Ama como yo te he servido y te he guiado”.
Hermanas y hermanos, celebremos este Jueves Santo comprometiéndonos a seguir el modelo de amor y servicio de Cristo. ¡Amemos como Él nos ama, acerquémonos a la mesa del Señor con humildad y salgamos al mundo siguiendo el ejemplo de Cristo!
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