Sermones que Iluminan

Jueves Santo – 2014

April 17, 2014


Hoy es Jueves Santo. Un día grande y bonito en la tradición de nuestra religiosidad cristiana, lleno de simbolismos que refuerzan el mensaje central en torno al que guía todo el sentido de esta fiesta. No es, además, una fiesta aislada, sino integrada dentro de la semana y unida al viernes y el domingo con los que adquiere visión histórica, dimensión dramática y horizonte de esperanza.

La costumbre judía era reunirse a celebrar la pascua en la primera luna llena de primavera. Recordaban un suceso histórico, la salida de Egipto de sus antepasados. Así lo expresa el libro del Levítico: “El día catorce del mes primero, al atardecer, se celebrará la pascua en honor del Señor” (Levítico 23: 5).

Los judíos de todas las épocas siempre han conmemorado esta festividad: “La celebraron en Egipto (Éxodo 12), y también la volvieron a celebrar los liberados de la esclavitud egipcia en Guilgal con Josué” (José 5:10).

Era la celebración de una realidad que desbordaba los estrechos límites del tiempo y la historia. El pueblo entero había sido sacado de la esclavitud a la libertad, de la angustia hacia la alegría, del duelo hacia la fiesta, de las tinieblas a la luz. Este es el verdadero sentido de la pascua.

La pascua de Jesús completará plenamente este cuadro sacándonos de la muerte para llevarnos a la vida. Dios también nos da una lección permanente de la pascua, motivándonos, para que la hagamos realidad en todos nuestros hermanos oprimidos.

Jesús se reunió con los suyos para la cena de pascua. San Juan, el discípulo amado de Jesús, el testigo más cercano, nos relata en síntesis este momento: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Juan 13:1).

El Señor iba a pasar de nuevo, pero esta vez de una forma radicalmente diferente, porque este iba a ser el paso definitivo, el paso sorprendente e inesperado. La tradición cristiana sustituye a la antigua devolviendo el significado profundo de buscar una nueva forma de vivir en la tierra y extendiéndola a todos los seres humanos.

Los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) nos narran la institución de la eucaristía, y el propio san Pablo en su primera carta a los Corintios 11: 23-26 nos transmite una tradición que coincide con los relatos sinópticos; pero san Juan no hace referencia a este acontecimiento, sino que, en su lugar, nos relata el lavatorio de los pies.

Para todos aquellos que no entendían este gesto de Jesús y para todos los que todavía no lo entendemos, Jesús dijo: “¿Entienden ustedes lo que les hecho? Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13:13-15).

Esta expresión de Jesús es una clara manifestación del amor y del poder de Dios. Es la hora de la revelación de Dios a través de Jesús. Más que una lección, el lavatorio de los pies es una forma de servicio en la que Jesús es, actúa y obra.

Jesús inauguró la nueva cena que inicia una nueva marcha hacia la nueva tierra. En ella nos propone, a cada generación, seguir entendiendo la vida como un largo camino que hacemos todos juntos y en el que debemos avanzar en dimensiones personales y sociales.

Jesús se queda en medio de nosotros dándose como alimento espiritual y amándonos, poniéndose a nuestros pies y lavándonos. Este es el sentido más profundo de su entrega a los más sencillos de la humanidad.

En ese sentido, amor y poder. Su fuerza, su grandeza, su ser todopoderoso se vuelcan y se expresan en ese Jesús, que según Juan: “Toalla ceñida y jofaina en mano, se arrodilla ante sus discípulos y les lava los pies secándoselos con la toalla que llevaba ceñida a la cintura” (Juan 13:4-5).

De esta manera, Jesús, en su última cena con sus amigos se convierte en una imagen directa y personal que Dios nos envía de sí mismo. Jesús es la cara de Dios, así como Dios se nos da a conocer a través de esa cara humana; así y no de otra manera. Esto es lo que tratamos de hacer hoy: la cena que hace más de dos mil años venimos celebrando para proponernos la invitación a caminar, a luchar, por superar las dificultades que nos impiden alcanzar nuestras aspiraciones.

Jesús nos da ejemplo de servicio y no de sometimiento y esclavitud. Cuando le iba a lavar los pies a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás” (Juan 13: 6-7).

Solo desde la libertad será posible avanzar hacia un mundo y una sociedad mejor. No desde la imposición, ni la fuerza, ni el poder de las estructuras, ni del dinero, el que cambia la historia profunda de todos y cada uno de nosotros: no es tampoco la libertad del capricho o del placer individual. Solo desde el amor podemos hacer posible que la libertad se sienta responsable. Solo por amor podemos ser capaces de hacer las cosas necesarias sin perder nuestra dignidad. Por eso Jesús dijo a Pedro cuando se negó a que lavara los pies: “Si no te los lavo, no podrás ser de los míos” (Juan 13: 8).

Solo el amor nos hace compartir sin sentirnos menos. Solo el amor lleva a una madre a servir a toda la familia y seguir siendo la señora de la casa. Solo el amor a los hijos lleva a trabajar muchas sin que por eso el padre o la madre se sientan esclavos.

El amor cambia todo. Solo así podemos hacernos solidarios sin sentirnos disminuidos en nuestra consideración, al contrario, crecemos como personas que consciente y libremente decidimos ser útiles a los demás.

Si nuestras celebraciones de nuestros días se quedan en el viernes santo es posible que solo asistamos a la celebración dramática de la pasión que se repite cada año. Con esto morirá nuestra esperanza de un mundo, una tierra, una vida mejor y un ser humano nuevo.

Si llegamos a celebrar la pascua, la esperanza renace con más fuerza porque Dios al resucitar a Jesús hace posible la resurrección del amor como camino para una tierra nueva.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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